¿Tienen alma los embriones? La manera en la que se dé repuesta a esta pregunta tendrá un impacto directo en la justificación o reprobación del aborto. El tema es complejo y necesita a Santo Tómas de Aquino.

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INTRODUCCION

Se presentan dos ideas.

El autor del la primera sobre el alma de los embriones es Tadeusz Pacholczyk quien hizo su doctorado en neurociencias en la Universidad de Yale y su trabajo post-doctoral en la Universidad de Harvard. Él es sacerdote de la Diócesis de Fall River, Massachusetts, y se desempeña como Director de Educación en The National Catholic Bioethics Center, en Philadelphia, el que nos otorga el permiso de reproducción. La traducción es de María Elena Rodríguez.

Esta es la segunda idea presentada aquí, es de Fernando Pascual sobre la idea de Aquino y el alma de los embriones. Agradecemos a Conoze.com el amable permiso de publicación. La idea central del escrito fue dar una respuesta clara y definitiva a una de las argumentaciones más usadas en favor del aborto: la cita de Tomás de Aquino, la que dice que el santo católico no consideraba malo el aborto en las primeras etapas del embarazo. Aquí está la respuesta a esa argumentación.

¿Tienen alma los embriones? La posición de la Iglesia Católica

La gente se sorprende a veces cuando se entera de que lo incorrecto de destruir un embrión humano no depende en última instancia del momento en que ese embrión pueda convertirse en persona o recibir de Dios el alma.

Muchas personas suponen, frecuentemente, que la Iglesia Católica enseña que destruir los embriones humanos es inaceptable porque son personas (o tienen alma).

Aunque es cierto que la Iglesia nos enseña que la destrucción intencional y directa de embriones humanos es siempre inmoral, sería incorrecto deducir por ello que también enseña que los cigotos (embriones de una sola célula, es decir, el óvulo fertilizado), o cualesquiera otros embriones en fases tempranas, son personas, o que ya tienen almas racionales inmortales.

El magisterio de la Iglesia nunca ha declarado de manera definitiva cuándo se crea el alma en el embrión humano. Esto sigue siendo una cuestión abierta.

La Declaración sobre el Aborto Provocado emitido por la Congregación para la Doctrina de la Fe en 1974 lo expone de manera muy precisa:

«Esta declaración deja expresamente a un lado la cuestión del momento de la infusión del alma espiritual. No hay sobre este punto una tradición unánime, y los autores están todavía divididos. Para unos, esto sucedería en el primer instante; para otros, podría ser anterior a la anidación. No corresponde a la ciencia dilucidarlas, pues la existencia de un alma inmortal no entra dentro de su campo. Se trata de una discusión filosófica de la que nuestra razón moral es independiente…»

A partir de lo anterior, la enseñanza moral de la Iglesia es que el embrión humano debe ser tratado como si ya tuviera alma, aun y cuando pudiera no ser así. Debe ser tratado como si ya fuera una persona desde el momento de la concepción, aun y cuando exista la posibilidad teórica de que no sea así.

¿Postura débil?

¿Por qué esta postura sutil, débil, y no una declaración firme de que los cigotos o embriones tienen alma y por lo tanto son personas?

Primero, porque nunca ha habido unanimidad en la tradición sobre este tema; segundo, porque el preciso momento de la creación del alma/la persona en el embrión humano es irrelevante para la pregunta de si podemos o no destruir dichos embriones con propósitos de investigación o cualesquiera otros propósitos.

Historia

Es interesante saber que el tema de la creación del alma se ha estado analizando desde hace siglos y que la animación tardía fue probablemente la norma en la mayor parte de la historia cristiana.

La animación inmediata empezó a ganar fuerza a comienzos del siglo 17 (y en la actualidad es la postura más ampliamente aceptada).

San Agustín, al parecer, estuvo cambiando de una posición a la otra durante toda su vida. Santo Tomás, en el siglo 13, sostenía que la animación humana no sucedía en el primer instante sino en un momento independiente del inicio mismo.

Él argumentaba que esto posibilitaba el desarrollo material del embrión y lo hacía «apto» para recibir de Dios el alma inmortal (pasando por estadios iniciales más simples como almas «vegetales» y «animales»).

Las discusiones continúan todavía el día de hoy en diversos ámbitos, con nuevos conocimientos en embriología incorporándose al debate como lo son la gemelización y la quimerización, y con nuevas preguntas conceptuales surgidas a partir de la complicada biología que rodea la totipotencialidad y la pluripotencialidad.

¿Se necesita una respuesta a si los embriones tienen alma?

Hay que reconocer que el momento preciso en que el alma es creada en el embrión es asunto de Dios.

No necesitamos una respuesta a esta fascinante pregunta teológica especulativa, como aquella antigua discusión sobre cuántos ángeles caben en la punta de una aguja, para comprender la verdad fundamental de que los embriones humanos son inviolables y merecen un respeto incondicional en cada etapa de su existencia.

Esta declaración moral se apega, más bien, a los datos científicos que se tienen sobre el desarrollo humano inicial y que afirman que cada una de las personas sobre la faz de la tierra es, por decirlo así, «un embrión que ha crecido mucho».

No es necesario, por lo tanto, saber cuándo Dios crea el alma en el embrión, pues como en alguna ocasión lo he comentado a manera de broma, aun y cuando fuera cierto que el embrión no recibe su alma sino hasta que se gradúa de la escuela de leyes, eso no significa que antes de su graduación se le pueden extirpar forzadamente órganos y tejidos y provocarle la muerte.

Embriones son personas

Los embriones humanos son ya seres que son humanos (no cebras ni plantas) y, de hecho, son los más nuevos y más recientes integrantes de la familia humana. Son seres completos estructurados para madurar a lo largo de su propia línea de tiempo.

Cualquier acción destructiva contra ellos durante su desplazamiento hacia el desarrollo total, interrumpe en sí toda la línea de tiempo de esa persona en particular.

📌 En otras palabras, el embrión existe como un integrante completo y viviente de la especie humana, y cuando se destruye, ese individuo específico ha perecido. Todo embrión humano, por lo tanto, es único y sagrado, y no debe ser canibalizado para extraerle sus células madre.

Lo que los embriones humanos son, aún en sus más tempranas fases de desarrollo, los convierten ya en los únicos seres aptos para recibir el don de un alma inmortal de manos de Dios.

Ningún otro embrión animal o vegetal puede recibir este don; de hecho, ningún otro ente en el universo puede recibirlo.

No solo tejidos

Es por ello que el embrión humano desde sus inicios nunca será meramente un tejido biológico, como lo es un grupo de células hepáticas en una caja de petri; mínimamente, ese embrión, con todas sus estructuras internas y con la dirección que sigue, representa el santuario privilegiado de alguien que ha sido creado para desarrollarse como una persona humana.

Algunos científicos y filósofos intentarán argumentar que si el embrión en fase inicial no ha recibido aún un alma inmortal de Dios, entonces está bien destruirlo con propósitos de investigación puesto que todavía no es una persona.

Entonces…

Pero en realidad sería lo contrario; es decir, sería más inmoral destruir un embriones que todavía no ha recibido un alma inmortal que destruir los que ya la tienen. ¿Por qué?

Porque el alma inmortal es el principio por el cual esa persona puede llegar a su destino eterno con Dios en el cielo, de tal manera que cuando alguien destruye un embrión, si ese fuera el escenario, impediría de manera absoluta que ese ser humano logre tener un alma inmortal (o ser una persona) y pueda llegar a Dios.

Esta sería la peor de las maldades pues ese investigador de células madre embrionarias estropearía, con una acción que en cierto sentido sería peor que el asesinato, todo el diseño que Dios tenía para esa persona única e irrepetible.

📌 La persona humana, por lo tanto, aun en su forma más incipiente como un ser humano embrionario, debe ser siempre protegida de manera absoluta e incondicional, y la especulación respecto al momento en que se convierte en persona no debe alterar esta verdad fundamental.

Un intermedio intencional

En mi viaje a Auschwitz hace algunos años, una pregunta daba vueltas en mi mente: ¿Lo sabían? ¿Sabía la gente de Alemania lo que estaba pasando en este campo cercano a su propia frontera, en sus propios territorios ocupados?

¿Con los trenes yendo y viniendo año tras año, con las largas filas de prisioneros y las humeantes chimeneas? ¿Miraban acaso con ojos ciegos las atrocidades? ¿Se habían desensibilizado a tal punto que ya no podían ver las operaciones de muerte que tan cuidadosamente se coreografiaban en las cercanías?

Algunos campos de concentración, como el de Dachau, estaban asentados en confortables suburbios dentro mismo de Alemania, y los habitantes podían pasar cerca durante sus rutinas diarias.

El césped en ese lugar seguía creciendo tan verde como en cualquier otra parte, las personas se casaban, los bebés nacían, los hombres iban al trabajo y la vida continuaba.

Al pasar por un lugar como Dachau o Auschwitz, uno se pregunta, ¿Podría suceder de nuevo? ¿Podría presentarse un escenario similar en la clase media de Estados Unidos? Muchos contestarían instintivamente «no» —después de todo, vivimos en una cultura y en una época más instruidas.

Y ahora a nuestros tiempos

Sin embargo, si miramos con más atención, podemos discernir paralelos problemáticos. En ninguna parte son tan evidentes estos paralelos como en los temas bioéticos de la actualidad.

Nuestra sociedad, de hecho, enfrenta virtualmente la misma tentación que Alemania: la tentación de estandarizar ciertas operaciones de muerte, bien diseñadas dentro de una sociedad respetable.

Si vemos hacia el interior de nuestra propia cultura y en nuestra propia época, nos damos cuenta de que las máquinas de aspiración han tomado el lugar de las chimeneas, y de que las clínicas de fertilidad (Fertility Clinics) y los centros de salud para la mujer (Women`s Health Clinics) han substituido a los alambres de púas.

En esta respetable sociedad, seres humanos por nacer y bebés embrionarios son desechados con la misma insensibilidad y facilidad que se hacía con los internos de aquellos campos de concentración, y ni una sola palabra se menciona al respecto.

Nuestras grandes universidades, que debieran servir como una voz moral, permanecen mudas e inclusive apoyan tales maldades, como lo hace la prensa, y pocos se atreven a hablar del aire de muerte que flota en el ambiente.

No hay más que mirar hacia las clínicas para la planeación de los hijos (Planned Parenthood) localizadas por todo el país. Las generaciones futuras muy probablemente se sorprenderán ante las estadísticas: casi dos millones de muertes por año.

Seguramente se harán preguntas respecto a aquellos que terminaron con las vidas de sus propios hijos mediante el aborto por elección, a razón de 1 cada 23 segundos. Se preguntarán, seguramente, «¿Cómo pudieron hacer eso?» y, «¿Lo sabían?»

Solo hay que dirigir la mirada hacia las clínicas para la fertilidad presentes en cualquier ciudad grande de Estados Unidos.

En el futuro

Las próximas generaciones se escandalizarán, seguramente, con los números: la fertilización in vitro produciendo cientos de miles de humanos embriónicos que luego son congelados en nitrógeno líquido y convertidos, según palabras de un comentarista, en «paletas heladas».

Se consternarán por los muchos otros embriones humanos tratados como objetos, eliminados como desechos médicos, que terminaron en el drenaje o fueron objeto de experimentación, minas de oro por sus células madre embrionarias.


«He notado que todos los que están a favor del aborto ya han nacido».

— Ronald Reagan

Embriones con alma

El mal puede mostrarse como una trivialidad. No necesariamente se presenta de una manera monstruosa o dramática. Puede adoptar la forma de una simple conformidad con lo que todos los demás hacen, con lo que los líderes dicen que es correcto, con lo que los vecinos hacen.

La intrusión gradual de la maldad en nuestras vidas puede ser algo que ni siquiera notamos debido a que no estamos poniendo atención; puede ser algo que está apenas en la periferia de nuestra conciencia.

La mayoría de quienes han colaborado en los más terribles crímenes y falsedades de la historia no eran necesariamente unos monstruos inhumanos.

Muchas veces se trataba de personas como nosotros. Eran capaces de dar y recibir compasión y amor; podían tener bellos sentimientos e ideales nobles. Una maldad casi increíble podía coexistir con el heroísmo, la lealtad, la familia y la cultura.

Durante los años nazis, no había decisiones trascendentales que tomar a favor o en contra del mal.

La gente estaba ocupada en sus asuntos diarios y, en ese momento, el nazismo parecía bueno: aparentemente traía prosperidad, hacía que las cosas funcionaran, permitía a las personas sentirse bien consigo mismas y con su país. Los temas morales —los que ahora vemos como centrales, cuidadosamente se evitaban.

Cuando todo el horror del nazismo se hizo visible al final de la guerra, el pueblo de Alemania respondió, «Nosotros no sabíamos». Cuando se le preguntó a un habitante local respecto a si sabía lo que estaba pasando en el campo, él dio una respuesta más amplia: «Sí, sabíamos que algo estaba sucediendo, pero no hablábamos de ello, no queríamos saber demasiado».

Primo Levi, escritor y sobreviviente de Auschwitz, describió así el punto ciego de la ética alemana:

«A pesar de las diversas posibilidades que tenían para informarse, la mayoría de los alemanes no sabían porque no querían saber. Porque realmente lo que querían era no enterarse. … Los que sabían no hablaban; los que no sabían no hacían preguntas; los que sí preguntaban no recibían respuestas. De esta manera el ciudadano típico de Alemania ganaba y defendía su ignorancia, lo cual le parecía justificación suficiente para su adherencia al nazismo. Cerrando la boca, sus ojos y sus oídos, construía para sí mismo la ilusión de no saber, y por lo tanto, de no ser cómplice de las cosas que estaban sucediendo justo frente a su puerta».

El silencio

Martin Luther King, Jr. decía que lo que más le dolía era el silencio de la gente de bien. Albert Einstein, quien abandonara Alemania cuando Hitler subió al poder, expresó el mismo sentimiento en una entrevista para la revista Time el 23 de diciembre de 1940.

Remarcó que en algunas ocasiones eran únicamente la Iglesia y la religión las que cuestionaban el estado de cosas de la sociedad ante la maldad que había logrado infiltrarse en ella:

«Siendo un amante de la libertad, cuando la revolución llegó a Alemania recurrí a las universidades para defenderlas, ya que ellas siempre habían hecho alarde de su devoción por la causa de la verdad; pero no, las universidades inmediatamente fueron silenciadas. Luego me dirigí a los editores de periódicos que en épocas pasadas habían proclamado, en apasionados editoriales, su amor a la libertad. Sin embargo, al igual que las universidades, ellos también fueron silenciados a las pocas semanas. Solo la Iglesia se atravesó de lleno en el camino de la campaña de Hitler por acallar la verdad. Yo nunca había tenido un interés especial en la Iglesia, pero ahora sentía un gran aprecio y admiración pues únicamente ella había tenido la valentía y el empeño para defender la verdad intelectual y la libertad moral».

La valiente, y más aún, retadora pregunta que debemos hacer es, «¿Cuál es nuestra propia respuesta a la maldad que nos rodea?».

Para ponerse a pensar

La discusión sobre el alma de los embriones lleva a temas como ¿Qué es un embrión humano?, las defensas del aborto y la propuesta de entender a los bebés como invasores de vientres.

También incluye la relación entre liberalismo y aborto, las opiniones no muy sólidas de Ayn Rand y la solución razonable que puede tener la discusión.

Human Embryo: 6 - 7 weeks
«Human Embryo: 6 – 7 weeks» por lunar caustic está bajo la licencia CC BY 2.0.

Santo Tomás y el alma de los embriones

En algunos debates sobre el aborto aparece la siguiente idea: es extraño que haya católicos contrarios al aborto cuando incluso santo Tomás de Aquino no pensaba que fuese un homicidio.

Por eso vale la pena afrontar esta pregunta: ¿qué pensaba santo Tomás sobre el aborto? ¿Estaría a favor o en contra de su legalización?

Para ello es importante tener presentes tres indicaciones que ayudan a tratar de modo correcto el pensamiento tomista en general y, más en concreto, en su manera de abordar el tema del aborto y el alma de los embriones.

Primera indicación

Santo Tomás de Aquino es un gran teólogo, quizá uno de los más importantes teólogos de la historia de la Iglesia.

Pero no es el Magisterio, no es la enseñanza oficial católica. Sus ideas valen solo en tanto en cuanto correspondan a lo que es declarado como verdad por quienes custodian y explican la Revelación, es decir, por el Papa y los obispos que enseñan unidos entre sí y con el Papa.

Por lo mismo, es posible encontrar algunas (muy pocas, a decir verdad) enseñanzas de santo Tomás sobre temas concretos que no corresponden plenamente a la doctrina católica.

Ello es debido al hecho de que algunos puntos doctrinales fueron aclarados solo varios siglos después de la muerte de santo Tomás, por lo que en su momento (siglo XIII) eran todavía objeto de discusión teológica.

Segunda indicación

Santo Tomás de Aquino (su vida transcurre entre 1225 y 1274) elabora sus ideas sobre el aborto con la ayuda de la biología de su tiempo, la cual dependía en buena parte de Aristóteles y de Avicena.

Para Aristóteles, la mujer no contribuía con una semilla o un “huevo” plenamente formado en la concepción humana. Su tarea inicial consistía en ofrecer el “menstruo” (una especie de semilla inmadura), que servía como material para la acción formativa del esperma masculino (que sí sería una semilla madurante).

Esta teoría aristotélica fue aceptada durante siglos por muchos especialistas de medicina, y santo Tomás de Aquino la hizo propia sin especiales dificultades.

Hemos de añadir que el descubrimiento del óvulo femenino y su papel en la reproducción humana tuvo lugar sólo en el siglo XIX, gracias a las investigaciones de Karl Ernst von Baer sobre los mamíferos.

Hay que indicar, en justicia, que en el mundo antiguo no faltaron autores que defendieron, sin tener pruebas suficientes pero sí algunos indicios importantes, que también la mujer producía algo equivalente al esperma del varón, pero no lograron convencer a sus contemporáneos.

Tercera indicación

Ella es de tipo filosófico y se relaciona con la anterior.

El alma humana, por ser espiritual, solo puede venir directamente de Dios. Esta idea ya se encontraba en Platón y, en cierto modo, también en Aristóteles. La pregunta que se plantea entonces es oportuna: ¿cuándo infunde Dios el alma en los embriones humanos?

Santo Tomás ofrece su respuesta dependiendo de los conocimientos biológicos de su tiempo y de su metafísica: Dios infundiría el alma humana sólo cuando encontrase una «materia» preparada, un cuerpo con aquel nivel de desarrollo orgánico que le permitiese recibir esa alma.

La razón para defender esta idea era de tipo metafísico: una forma no se genera (ni se infunde) en cualquier materia, sino solo en aquella materia suficientemente dispuesta.

Esto ocurriría, según él y la biología aristotélica, solo cuando hubieran transcurrido varias semanas desde la acción transformante del esperma masculino sobre el menstruo (la materia) femenino.

Etapas de los embriones y el alma

Con estas premisas, y antes de afrontar directamente el tema del aborto, veamos brevemente algunos pasajes tomistas que hablan de las primeras fases de la vida humana, que explican cómo se produciría el desarrollo embrionario.

Él distingue varias etapas en el desarrollo embrionario y fetal.

En las primeras etapas aparece una nueva realidad en el seno materno como fruto de la acción del esperma masculino sobre el menstruo femenino.

La nueva realidad que surge tras la fecundación tiene vida, primero vegetativa, luego sensitiva. Es decir, se trata de un ser vivo, parecido inicialmente a las plantas y luego a los animales.

No puede, por lo mismo, identificarse con el cuerpo de la madre, pues es algo nuevo, algo distinto. El lema del abortismo moderno, «el cuerpo es mío y hago con él lo que quiero», no puede aplicarse de ningún modo al embarazo.

Como vimos, la teoría que acoge procede fundamentalmente de Aristóteles, que afirmaba algo similar en su obra «Investigación sobre los animales» (libro VII, cap. 3), si bien algunos estudiosos consideran que este texto podría haber sido escrito por otro autor y no directamente por Aristóteles.

El resultado de la concepción completaría su desarrollo (se convertiría en un ser humano en sentido pleno), solo cuando recibiese un alma espiritual, la cual viene directamente de Dios.

Ello ocurriría cuando el cuerpo estuviese suficientemente preparado (organizado o formado): hacia el día 40 para el varón, y hacia el día 90 para la mujer (según una hipótesis que arranca desde Hipócrates y Aristóteles).

Él precisa en una de sus obras, el Comentario al libro IV de las «Sentencias» (dist. 3, q. 5, a. 2), que san Agustín añadía 6 días más para completar el cuerpo del varón (es decir, harían falta 46 días).

Los textos en los que aparece esta teoría son varios. Por ejemplo, en «Suma de teología» I, q. 76, a. 3 ad 3, leemos lo siguiente:

«Al principio, el embrión tiene un alma sólo sensitiva que es sustituida por otra más perfecta, a la vez sensitiva e intelectiva, como trataremos exhaustivamente más adelante».

Santo Tomás, al final del texto anterior, alude a lo que explicará más adelante, en «Suma de teología» I, q. 118 a. 2 ad 2, un pasaje bastante largo como para recogerlo aquí, en el que se reafirma la tesis de que en la generación humana existe, desde el inicio, un alma vegetativa.

Cuando el nuevo ser se desarrolla, adquiere en la siguiente etapa un alma sensitiva que asume también las facultades propias del alma vegetativa.

Finalmente, cuando el cuerpo está preparado, Dios puede infundir el alma intelectiva, que es al mismo tiempo vegetativa y sensitiva (como se explica en diversos momentos de la questión 118 que estamos citando).

Una fórmula resumida de estas ideas se encuentra en «Suma de teología» II-II, q. 64, a. 1: «en la generación del hombre lo primero es lo vivo, luego lo animal y, por último, el hombre». Sobre este mismo tema puede verse también otro texto parecido, en «Suma contra los gentiles», 3, 22, n. 7.

Se entiende que desde el día 40 (ó el día 46) ya es posible encontrar en el feto todas las partes propias del ser humano. El tiempo restante del embarazo sirve para que el organismo en su conjunto y en sus partes pueda crecer lo suficiente hasta llegar al día del parto.

Alma y desarrollo de los embriones

Situados en el marco de este modo de explicar el desarrollo humano, volvamos a nuestra pregunta: ¿qué enseñaba santo Tomás sobre el aborto, los embriones y el alma?

Cuando uno se pone a buscar sobre el tema, encuentra muy poca información. No existe ninguna cuestión que trate o discuta directamente y con amplitud el tema del aborto. Era un asunto tan claro, que no valía la pena invertir tiempo en resolver posibles dudas.

Encontramos algunas breves alusiones que muestran cómo santo Tomás aceptaba la doctrina más extendida en su tiempo: todo aborto sería siempre pecado mortal, pero no todo aborto sería formalmente homicidio, pues solo sería homicidio el aborto cometido sobre un feto (formado) que estuviera ya dotado de alma espiritual.

Para él, el homicidio existe cuando se atenta contra la vida de un ser «humano». Como vimos, el embrión «no formado» (en sus primeras etapas) no tendría alma espiritual, según el pensamiento científico del tiempo.

Por lo mismo, provocar la muerte de un embrión no formado no sería homicidio, pues todavía no tenemos un ser humano «completo», pero sí sería un pecado grave, un pecado mortal.

Dos tipos de aborto

Veamos esto con más detalle en uno de los textos donde aparece la idea anterior.

Santo Tomás distingue dos tipos de aborto en el comentario que hace a un importante «manual» de teología de su tiempo, una obra titulada «Sentencias», que había sido escrita por Pedro Lombardo (autor del siglo XII), y que ya hemos citado un poco antes.

En el Comentario al libro IV de las «Sentencias», en la distinción 31, se tocan diversos temas relativos al matrimonio.

En el texto de Pedro Lombardo se habla de los bienes del matrimonio, de las faltas que se comenten contra tales bienes, y de algunos aspectos particulares.

Pedro Lombardo recoge, sobre todo, textos o ideas de san Agustín para explicar estos temas. Toma, en primer lugar, un texto agustiniano del «De nuptiis et concupiscentia» (Sobre el matrimonio y la concupiscencia), donde se habla de los «venenos de la esterilidad» (los anticonceptivos) y del aborto.

Usar anticonceptivos sería un pecado grave, equiparable al adulterio, al excluir a los hijos en la relación sexual dentro del matrimonio.

Sobre estos venenos, san Agustín explicaba que algunos impiden la concepción; otros fracasan pues se produce la concepción; además, algunos buscan eliminar a los fetos, de modo que intentan matar al hijo antes de que viva; o, si ya vive, antes de que nazca.

La fórmula usada por Agustín es interesante, pues habla de dos tipos de hijos, uno que no “vive” (diríamos, según lo que viene en seguida, que no está formado, que carece de alma), pero que sigue siendo hijo (es algo más que simple esperma).

Otro que vive (diríamos, que ya está formado, que ya es un “hombrecito” completo), y su eliminación sería homicidio.

Más precisiones

Para precisar más el tema del aborto, Pedro Lombardo trae a colación otro texto de san Agustín en el que comenta el pasaje de Ex 21,22-23. En este texto se distingue entre dos tipos de aborto:

• En el primero, el aborto suprimiría a un concebido ya «formado» y con alma humana (o sea, espiritual), por lo que su destrucción habría sido un homicidio.

• En el segundo, el aborto eliminaría a un concebido «informe», que no tendría alma propiamente humana. En este caso, no se podría hablar de homicidio; hay, sin embargo, un delito al provocar su muerte, por lo cual existe el deber de pagar una multa.

Resulta claro que si hay multa se reconoce que hubo un delito, un delito de mayor gravedad de la que se produce cuando simplemente se impide la concepción: se ha provocado la muerte de un hijo no formado.

El comentario que realiza santo Tomás a este texto es sumamente breve, pues lo dicho por san Agustín (y repetido por Pedro Lombardo) era una doctrina aceptada de modo bastante generalizado en el mundo medieval latino, como ya dijimos.

Tomás prácticamente se limita a confirmar que el uso de anticonceptivos es equivalente a un adulterio dentro del mismo matrimonio, con lo que hace suya la idea ya formulada por Agustín. Subraya que se trata de un pecado grave, pero inferior al homicidio.

Luego habla de los dos tipos de aborto, según la distinción entre feto no formado y feto formado, y aclara que en el primer caso no se contrae una pena canónica especial (de irregularidad), mientras que en el segundo (por encontrarnos ante un homicidio) sí se incurre en irregularidad (cf. Comentario al libro IV de las «Sentencias», dist. 31, q. 2, a. 3, explicación del texto).

El punto es interesante, porque la distinción entre un aborto de feto no formado (feto informe) y el aborto de un feto formado importaba sobre todo en vistas de los castigos canónicos, propios de la Iglesia.

Lo que determinase el estado era otro tema, que santo Tomás no toca aquí. Queda claro que para el Aquinate el aborto era siempre un pecado grave, y que era más grave que la anticoncepción.

Embriones, alma y el error de lectura

Algunos autores, erróneamente, han leído el texto diciendo que santo Tomás de Aquino (o los autores medievales) hacía equivaler la anticoncepción al aborto de un feto no formado, lo cual, como acabamos de ver, es falso.

La anticoncepción es un pecado grave contra los bienes del matrimonio, mientras que el aborto es la eliminación de un hijo, un hijo que puede ser informe o formado, según el tiempo transcurrido desde la fecundación.

La doctrina respecto del feto ya dotado de alma es, por lo tanto, clara: provocar su muerte es homicidio. Lo cual también es afirmado por san Tomás en otro pasaje, en la «Suma de teología» II-II, q. 64, a. 8, ad 2, que vamos a recordar brevemente.

Santo Tomás ofrece en este texto una reflexión interesante sobre un pasaje bíblico que ya comentamos desde ideas de san Agustín, Ex 21,22-23, en el que se indica que quien hiere a una mujer embarazada y llega a producir un daño (un aborto), debe pagar como homicida.

Ante este pasaje del Antiguo Testamento, Tomás explica:

«El que hiere a la mujer embarazada hace una cosa ilícita, y, por esta razón, si de ello resultase la muerte de la mujer o del feto animado, no se excusa del crimen de homicidio, sobre todo cuando la muerte sigue ciertamente a esa acción violenta».

El texto, en su sencillez, no ofrece una clara distinción entre feto formado y no formado, pues simplemente habla de «feto animado» (y, como vimos, también hay feto animado cuando sólo existe alma vegetativa), si bien parece darse a entender de que habría homicidio si el feto animado tuviese ya el alma espiritual.

Globo de ideas relacionadas

El asunto de los embriones y sus almas lleva a asuntos como el de los tres pilares esenciales de toda sociedad, los tres elementos humanos y las tres visiones del matrimonio.

También, pone sobre la mesa a los conceptos de secularismo, de laicismo y guerras culturales.

También a las tesis de tiempos seculares, de la moral de alternativas múltiples y de los sustitutos de Dios.

Incluso también a la idea del triste «Dios de Spinoza», cinco pasos para legalizar lo impensable y tiempos seculares.

Conclusión

Podemos ir más allá. A la luz del texto anterior, se puede deducir, respetando plenamente el pensamiento de Tomás, que la gravedad sería mayor si uno perpetra una agresión sobre una mujer con la directa intención de eliminar la vida del embrión o del feto.

Si provocar «sin querer» (al agredir a la mujer) un aborto es homicidio, con mucha más razón lo sería cualquier acción orientada directamente a eliminar al feto, es decir, en los millones de abortos químicos o quirúrgicos que se producen cada año en nuestra sociedad.

Hasta aquí, por lo tanto, dos textos muy citados a la hora de hablar sobre el tema del aborto en santo Tomás de Aquino.

De los mismos podemos deducir que, a pesar de la embriología insuficiente que tenía este teólogo medieval, consideraba como pecado grave cualquiera de los dos tipos de aborto.

El aborto en el caso de un feto no formado (sólo con alma vegetativa o con alma sensitiva) no llegaría a ser formalmente homicidio, pero sí un delito; en el caso de un feto formado (con alma espiritual), estaríamos ante un homicidio, un delito más grave.

Animación sucesiva

Es oportuno añadir, para completar estas ideas, una reflexión sobre la teoría de la animación sucesiva.

Parece bastante obvio que si santo Tomás hubiera conocido la embriología moderna no habría tenido ningún reparo en identificar la fecundación humana (unión de un óvulo y un espermatozoide) como el momento de inicio de una nueva vida humana ya formada, al poseer todos los elementos biológicos y orgánicos (a nivel unicelular) necesarios para ser identificada como tal.

Y como todo individuo de la especie humana tiene un alma espiritual, que no puede proceder de los padres, esa alma sería infundida directamente por Dios desde la concepción.

En ese sentido, es oportuno recordar lo que decía Juan Pablo II sobre la actitud intelectual de santo Tomás. Esa actitud «le hace sumamente abierto y dispuesto a un progreso ilimitado, capaz de asimilar los valores nuevos y auténticos que surjan en la historia de cualquier cultura» (Discurso a los participantes en el Congreso Internacional de la Sociedad “Santo Tomás de Aquino”, sábado 4 de enero de 1986).

Podemos concluir, por lo tanto, que santo Tomás no consideraría nunca lícito el aborto, el cual siempre es un pecado grave (sea precoz o en fases más avanzadas).

Igualmente, Tomás tiene una noción sobre la reproducción humana que puede ser corregida y asumida por la moderna embriología en sus aspectos válidos.

Desde los datos alcanzados por la ciencia los últimos siglos, y conservando los principios metafísicos que valen siempre, santo Tomás reconocería la igual dignidad humana del embrión en sus distintas etapas de desarrollo, así como el hecho de que el desarrollo embrionario es bastante semejante entre el hombre y la mujer en las primeras fases.

Por lo mismo, de vivir en nuestro tiempo, santo Tomás de Aquino llegaría a la conclusión de que un aborto precoz debería ser considerado como homicidio.

Y pediría a las autoridades civiles aquellas acciones eficaces para impedir tal delito y para castigar a quienes lo cometan con penas adecuadas a su nivel de culpabilidad.


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[La columna fue actualizada en 2023-06]