Quizá no haya mejor conjunto de lecturas del 5 Domingo de Pascua (ciclo C) para justificar el nombre de Evangelio, una palabra griega que denota buenas noticias, la buena nueva de Jesucristo. En gran medida así es como debemos entender a nuestra religión, como una buena noticia, la de tener en nuestro futuro la posibilidad de estar en esa nueva tierra y ese nuevo cielo, con cosas hechas de nuevo por Dios.

Evangelio

El Evangelio (Jn 13, 31-33.34-35) de este 5 Domingo de Pascua (ciclo C) es también muy breve, como el del domingo anterior.

La escena narrada acontece en el cenáculo, donde Jesús, antes de su pasión, dice a sus apóstoles,

«… todavía estaré un poco con ustedes. Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros, como yo los he amado; y por ese amor reconocerán todos que ustedes son mis discípulos».

Si existe un solo mandato divino, ése es el del amor; un precepto que cobra enorme fuerza dado el momento en el que Jesús lo dice, sabiendo lo que le espera.

Hay una palabra en esa exhortación de Jesús que llama la atención. Es eso de «un mandamiento nuevo».

Segunda lectura

Existe algo igual en la segunda lectura (Ap. 21, 1-25), Juan dice, «… vi un cielo nuevo y una tierra nueva y la primera tierra había desaparecido y el mar ya no existía…»

Poco más adelante, en esta misma lectura, se habla de «… la nueva Jerusalén, engalanada como novia…»

Y cuenta Juan,

«Oí una gran voz, que venía del cielo, que decía, «Esta es la morada de Dios con los hombres… ya no habrá muerte ni duelo, ni penas ni llantos, porque ya todo lo antiguo terminó»».

A continuación, dice, «Entonces, el que estaba sentado en el trono dijo, «Ahora yo voy a hacer nuevas todas las cosas»».

Puestas juntas, las dos lecturas tienen en común la idea de una cosa nueva traída por Dios mismo a los hombres. Jesús coloca esta idea como un mandamiento nuevo, el amarse unos a otros como Él nos ama.

Ese nuevo mandato es el que nos lleva a esa nueva tierra, a ese nuevo cielo, en los que Dios hace nuevas todas las cosas.

Primera lectura

Esta lectura (Hechos 14, 21-27) del 5 Domingo de Pascua (ciclo C) añade algo.

Allí se cuenta de Pablo y Bernabé, en diversos lugares, donde «… animaban a los discípulos y los exhortaban a perseverar en la fe, diciéndoles que hay que pasar por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios».

En cada lugar que visitaban, «…designaban presbíteros, y con oraciones y ayunos los encomendaban al Señor…»

Pablo y Bernabé se entienden ahora como responsables de llevar al resto de los hombres ese nuevo mandato de Jesús, con la promesa de que ese nuevo mandato será el que los lleve a la nueva tierra, donde Dios hace nuevas todas las cosas; pero advirtiéndoles que para entrar a ese Reino será necesario pasar por muchas tribulaciones.

En conjunto

Quizá no haya mejor conjunto de lecturas del 5 Domingo de Pascua (ciclo C) para justificar el nombre de Evangelio, una palabra griega que denota buenas noticias, la buena nueva de Jesucristo.

En gran medida así es como debemos entender a nuestra religión, como una buena noticia, la de tener en nuestro futuro la posibilidad de estar en esa nueva tierra y ese nuevo cielo, con cosas hechas de nuevo por Dios.

Para llegar a eso nuevo, resulta natural que debamos seguir un nuevo camino, el de amarnos unos a otros como Él nos ama.

Pero hay una advertencia, ese camino no es sencillo, está lleno de mortificaciones. Y en ese camino necesitamos guías, a esos presbíteros y a todos esos, como Pablo y Bernabé, que nos exhortan a tener fe.

Más aún, también otros nos necesitan como sus guías, pues si nos amamos unos a otros, entre todos nos ayudaremos a seguir en el camino a Dios. Todos somos guías de todos.

Si alguno desfallece, es nuestro deber ayudarle recordando que somos portadores del nuevo mandamiento. Y si somos nosotros los que desfallecemos, agradeceremos que otros nos ayuden.

Y es que la única manera de llegar a ese nuevo cielo es el cumplir con ese nuevo mandato de amarnos unos a otros, animándonos y exhortándonos, ahora en este momento, pero también el resto de nuestros tiempos, no solamente cuando estemos dentro del templo.

Y comprendiendo las palabras del salmo de hoy, «Bendeciré tu nombre por siempre jamás, Dios mío, mi rey… Explicando tus hazañas a los hombres, la gloria y majestad de tu reinado. Tu reinado es un reinado perpetuo, tu gobierno va de edad en edad».