Las tres lecturas de esta misa del Bautismo del Señor (ciclo C), puestas juntas, muestran un mensaje unido y común. Dios prometió enviarnos a su elegido y lo hizo, no para unos cuantos, sino para todos, absolutamente todos. Ellas, más aún, nos llevan a sentir la emoción de la espera que ha terminado.

Primera lectura

En esta misa del Bautismo del Señor (ciclo C), la primera lectura (Isaías 42, 1-4, 6-7) contiene palabras de Dios mismo. Dice,

«Miren a mi siervo, a quien sostengo, a mi elegido, en quien tengo mis complacencias. En él he puesto mi espíritu para que haga brillar la justicia sobre las naciones».

Es un anuncio sobre alguien, alguien que

«Promoverá con firmeza la justicia, no titubeará, ni se doblegará hasta haber establecido el derecho sobre la tierra y hasta que las islas escuchen su enseñanza».

Continúa el anuncio:

«… te he constituido alianza de un pueblo, luz de las naciones, para que abras los ojos a los ciegos, saques cautivos a los de la prisión y de la mazmorra a los que habitan en tinieblas».

¿Qué significa todo eso? Es un anuncio, pero no queda claro exactamente de qué. Nos crea expectativa sobre alguien en el futuro, un elegido de Dios, alguien que debe ser escuchado en toda la tierra.

Es en el evangelio donde todo se entiende. Donde se nos aclara quién ese ese alguien del que escribió Isaías repitiendo palabras del mismo Dios. La respuesta es inequívoca.

Evangelio

El de esta misa del Bautismo del Señor (ciclo C), de Lucas (3, 15-16, 21-22) narra una situación sobre «como el pueblo estaba en expectación».

Pensaban que Juan el Bautista podría ser el Mesías, pero éste los sacó de dudas. Sin duda se recordaba el aviso de Isaías sobre el elegido de Dios. ¿Acaso era Juan?

Dijo Juan,

«Es cierto que yo bautizo con agua, pero ya viene otro más poderoso que yo, a quien no merezco desatarle las correas de sus sandalias. El los bautizará con el Espíritu Santo y con fuego».

Quizá pueda imaginarse aquí una decepción entre algunos. No era Juan el anunciado. Tendrían que esperar.

Sí, esperar, pero no mucho, porque sucedió algo extraordinario, «entre la gente que se bautizaba, también Jesús fue bautizado».

Eso lo sabemos ahora, por lo que nos cuenta san Lucas, pero nadie de los que allí estaban lo sabían. Seguían pensando que tendrían que esperar al elegido.

El suceso se vuelve aún más maravilloso, pues mientras Jesús oraba, «se abrió el cielo y el Espíritu Santo bajo sobre él en forma sensible, como de paloma…».

Las cosas comienzan a tener sentido. Podemos visualizar la escena. Jesús en el río, Juan a un lado, Jesús ora y algo sucede en el cielo, se abre, se ve una paloma y se oye una voz.

No para allí la cosa, pues «del cielo llegó una voz». Podemos imaginar el suceso, algo claramente impactante si lo hubiéramos presenciado. Especialmente, al escuchar que esa voz decía, «Tú eres mi hijo, el predilecto; en ti me complazco».

Lo mismo que había escrito Isaías, «Miren… a mi elegido, en quien tengo mis complacencias». Allí está no hay duda. La espera ha terminado, éste es el elegido.

Segunda lectura

En esta misa del Bautismo del Señor (ciclo C), la segunda lectura (Hechos 10, 34-38), repite palabras de san Pedro:

«Ahora caigo en la cuenta de que Dios no hace distinción de personas, sino que acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que fuere».

Ese es un elemento nuevo, complementario. Isaías habló del elegido, Lucas narra su aparición, todo dentro del pueblo judío, pero el suceso no es local solamente, es universal. Pedro se da cuenta de eso, Jesús es para todos, en todos los tiempos, sin distinción.

En conjunto

Las tres lecturas de esta misa del Bautismo del Señor (ciclo C), puestas juntas, muestran un mensaje unido y común.

Dios prometió enviarnos a su elegido y lo hizo, no para unos cuantos, sino para todos, absolutamente todos. Ellas, más aún, nos llevan a sentir la emoción de la espera que ha terminado.

El elegido, el anunciado ha estado entre nosotros y esa es la mejor nueva que podemos escuchar en nuestra vida. Sólo nos resta una cosa, que es la natural, seguirle, unirnos a él, a su palabra.

Somos afortunados en nuestros tiempos. No tuvimos que esperar a su llegada. Nacimos cuando ya había él llegado. Ahora es él quien nos espera, quiere que le sigamos y podemos hacerlo si queremos.