¿Qué son sweatshops? Un examen de su significado, sus consecuencias y las reacciones que produce. Especialmente los peligros de una interpretación emocional que produzca peores problemas que los que pretende resolver.

12 minutos

Introducción

La expresión suele causar repulsión. Me refiero a las sweatshops. Traducido literalmente son talleres donde se suda.

Son fábricas, en países subdesarrollados, en los que se producen típicamente zapatos, ropa, juguetes y cosas similares.

Productos que se venden en países desarrollados a precios bajos, gracias en buena parte a mano de obra barata. Barata, en comparación con la mano de obra del país desarrollado.

Todo el concepto de sweatshop se percibe como negativo y reprobable. Se le ve como una fábrica en la que se violan leyes laborales, donde se paga injustamente, se trabaja más tiempo del razonable y no hay prestaciones ni seguridad social. Incluso, donde trabajan niños.

Las ideas a su alrededor

Lo más interesante de este tema es la serie de ideas que se han creado a su alrededor.

Se dice que si se duplicara el salario de esos trabajadores, no habría impacto importante en el precio final. Que la gente estaría dispuesta a pagar más si se le asegura que lo que compra no viene de una sweatshop, que a la gente se le obliga a trabajar en ellas y que lo que llevan a casa apenar alcanza para subsistir.

Total, mucho me temo, estamos en un terreno en el que hay demasiado sesgo y poco seso. No es que apruebe sin reservas todo lo que sucede en un sweatshop en cualquier parte del mundo, sino que prefiero usar la razón antes que la emoción.

El sentimentalismo suele ser como el alcohol, un mal consejero.

Comencemos por el principio

Las empresas en un mercado libre compiten por la preferencia del consumidor. Este es quien las mueve. Parte de esa competencia es el precio, una buena parte.

Los consumidores, que somos todos, preferimos precios bajos. Eso mueve a las empresas a ser eficientes, lo más que puedan. Uno de los efectos de esto tratar de usar mano de obra menos cara en otras partes del mundo.

Nada malo hay en esto intrínsecamente. Vayamos ahora al sweatshop y sus trabajadores, digamos en Vietnam, o en Filipinas, o donde sea.

Producirá camisas para alguna empresa, la que sea. Contrata trabajadores de ese país obviamente. No está mal, se crean empleos adicionales en países pobres.

La narrativa sentimental

Es aquí cuando se crea una imagen que en parte está distorsionada. Se narra la historia de esta manera: los trabajadores del sweatshop son obligados a trabajos mal pagados, en malas condiciones para provecho de la multinacional que subcontrata al sweatshop.

La historia es incompleta. Primero, el último beneficiado no es la multinacional, sino el consumidor que compra a precios mejores.

Pero, segundo, el fondo del asunto está en eso de que «son obligados» a aceptar esos empleos sonde se les explota. ¿Lo son? Veamos esto más de cerca con lógica. Charles Wheelan, un economista, lo hace de la manera siguiente.

Tomemos a una mujer que acepta trabajar en un sweatshop que produce zapatos tenis. Su decisión puede ser analizada razonablemente. Puede ser que haya aceptado el trabajo porque es la mejor opción que encontró en su país.

O puede ser que ella sea una débil mental que no aceptó mejores ofertas de trabajo en otras empresas y prefirió un empleo abominable.

La ventaja de ver las cosas así es quitarle lo emocional al tema. Lo más probable es que el trabajo en el sweatshop sea el mejor que pudo haber encontrado y eso significa que la mujer mejoró su posición. Sin ese empleo, quizá se encuentre sin ingresos y aún más pobre.

Por supuesto, esto no significa la aprobación de trabajos forzados, ni de trabajos infantiles.

La iniciativa de dejar de comprar

También, esto permite ver el peligro de sabotear productos que vienen de una sweatshop, pues podría ser que ella cerrara y dejara sin empleo a varios que quedarían sin siquiera ese ingreso.

Pero lo importante es que así puede verse que la clave de la mejoría del estado de esos trabajadores es el establecimiento de más sweatshops. Esto significaría más alternativas de empleo entre las que decidirían las personas.

Pongamos esto de otra manera. Suponga usted que una fábrica cualquiera en su país cierra porque alguien en el extranjero considera que en ese establecimiento se violan leyes laborales. ¿Será eso una buena noticia? No para los que allí trabajan, a menos que existieran más plantas que les ofrecieran trabajo pronto.

En fin, todo lo que estoy intentando hacer es examinar la idea de manera más tranquila y racional.

Una visión más pausada

La palabra en inglés sweatshop tiene una definición más o menos clara: una fábrica localizada en algún país pobre en la que trabajan obreros locales produciendo bienes que más tarde son exportados a otros países, generalmente desarrollados.

La connotación de esa misma palabra es la de un establecimiento en el que se pagan salarios de hambre por la producción de bienes que por eso resultan más baratos y benefician a consumidores en países ricos —creando un contraste entre la miseria de unos y la riqueza de otros.

La palabra es, por supuesto, tema central de discusiones que en lo general toman dos direcciones —la de reprobar su existencia y prohibir esas plantas productoras, y por otro lado, la de ver el asunto con mayor profundidad antes de hacer algo.

Las historias abundan

Con frecuencia se cita el caso de la planta en algún país que empleaba menores en la producción de bienes exportados a los EEUU o Europa, lo que al saberse produjo la iniciativa de cerrarla para evitar el trabajo infantil —eso se hizo para tiempo más tarde saber que los menores se habían quedado sin ingresos y tuvieron que recurrir a la prostitución.

Otras historias señalan que los trabajadores de esas plantas ganan salarios bajos comparados con los de los trabajadores en países desarrollados, lo que se juzga injusto y se usa para justificar el cierre de las plantas —sin comparar esos salarios bajos con los que el resto de los nacionales recibe en el país productor.

📌 Las historias mencionadas y otras más muestran el contraste entre dos mentalidades, la de las buenas intenciones que se deja llevar por las emociones y la de la mentalidad más parsimoniosa que prefiere estudiar los efectos de medidas tan inmediatas.

Mi contribución en esta columna es apoyar a la mentalidad más pausada, la que prefiere dejar de lado las emociones de las buenas intenciones en favor de una serie de acciones que tengan un mínimo de efectos colaterales indeseables.

Sweatshop project

«Sweatshop project» by marissaorton is licensed under CC BY-SA 2.0

Para eso me apoyo en un estudio sobre el tema

Sus autores examinaron fuentes de información en los EEUU que contenían acusaciones a esos establecimientos, encontrando 43 de ellas en 11 países.

En lo general, encontraron que un trabajador promedio de esas plantas tiene un ingreso mayor al del ingreso promedio del país dentro de la industria textil. A esto, por supuesto, debe agregarse la otra opción en países con alto desempleo de personas con escasa educación —qué es lo que ellas harán cuando ya no tengan ese trabajo porque alguien cree que no ganan lo suficiente.

Los ingresos en esa industria, en los países estudiados, de los trabajadores eran tres veces el ingreso promedio nacional. Las plantas acusadas de ser sweatshops dan ingresos del doble del ingreso nacional promedio.

¿Se remediará el problema cerrando esas plantas?

La respuesta es lógica —no solo no se remediará, sino que empeorará. La alternativa para esos trabajadores no es ir a solicitar empleo en otra planta con un sueldo mejor. No hay tantos empleos para ellos y si los hubiera, esas plantas ya habrían tenido que elevar los sueldos.

La emocional llamada de relaciones públicas para cerrar sweatshops no causa beneficios a nadie, excepto a los sindicatos y empresas que fabrican los mismos bienes que en otras partes se pueden hacer por menos —el resto de las personas son dañadas: los trabajadores quedan sin empleo y los consumidores deben pagar precios más elevados.

El tema, además de aclarar lo que sería un buen consejo y que es el de evitar tratamientos sentimentales a problemas reales que afectan la vida de muchos, tiene otra aplicación de gran utilidad —la de explorar qué es lo que produce salarios elevados.

La respuesta es conocida y tiene dos aspectos, el de la productividad y el de la competencia. Cuando una persona necesita contratar a otra para trabajar en su empresa, el contratante intenta pagar lo menos posible y el contratado pedir lo más posible — y el acuerdo llegará entre ambos dependiendo de la productividad del trabajador y de lo escaso de su talento.

Cuando el talento o habilidad buscada en el trabajador es rara o escasa, los ingresos tenderán a subir. Pero si cualquiera puede realizar esa tarea, como la de limpiar pisos, los sueldos de esas personas tenderán a ser más bajos.

La variable clave es la preparación del trabajador, su educación y la repercusión en la productividad. La productividad depende de esa educación, pero también del capital empleado, tecnologías e infraestructuras. Por eso gana más un obrero en Canadá que en Nicaragua: más educación, más tecnología.

Pero si pocos hay para realizar esa tarea, los sueldos de las personas dependerán de su escasez —es lo que causa que un limpiador de pisos gane más en Chicago que en Guadalajara. Hay menos personas dispuestas a limpiar pisos en Chicago.

Boicotear a los sweatshops, una mala idea

El argumento es conocido. Se refiere a eso que suele llamarse sweatshops. Los talleres y fábricas en países no desarrollados, donde se producen bienes de exportación. Y donde las condiciones de trabajo no son iguales a las de países avanzados. Pueden incluso ser muy malas.

Sobre esas instalaciones hay una idea estándar:

«Una maquila (en inglés sweatshop) es una fábrica que suele situarse en un país empobrecido, donde los trabajadores, generalmente mujeres, trabajan en condiciones de salarios de hambre […] El mercado mundial necesita alimentarse de mano de obra barata. Esto da lugar a lugares de trabajo poco iluminados, con escasas o inexistentes condiciones higiénicas, con cientos de obreros/as hacinados, sin medidas de seguridad, sin aireación ni ventilación, mala alimentación, pocas horas de sueño o reposo, jornadas laborales de 12 o 14 horas diarias, horas extra no remuneradas…»

Aunque las condiciones de trabajo varían enormemente, la palabra sweatshop evoca la idea contenida en ese párrafo.

Y la conclusión es la natural: no comprar productos de las empresas que los producen así. Por ejemplo, boicotear a Gap.

Las consecuencias del boicot

Pero a esa idea estándar que lleva a una conclusión simple, la del boicot, se añade una complicación real: esas instalaciones de producción crean empleos en los países donde se establecen y tienen un efecto benéfico en aspectos de infraestructura

Lo que lleva a una conclusión opuesta a la anterior:

«El Boicot a productos fabricados en sweatshops no hace otra cosa más que negar la posibilidad de alcanzar unos salarios más dignos y de alcanzar un nivel de desarrollo socio-económico mayor. Hasta que la economía de estos países pobre se desarrolle, comprar productos fabricados en sweatshops les ayudará».

En resumen, se llama al boicot de productos elaborados en «países donde la legislación laboral permite unas condiciones indignas de trabajo, el abuso de los trabajadores y el trabajo infantil». Pero, si esas instalaciones de cierran, no hay duda de que sus trabajadores quedarán sin empleo.

Tenemos, entonces, claro el punto. Quienes quieren cerrar esos sweatshpos y lo logren producirán desempleo, según sus críticos. Es mejor tener esas fábricas que no tener ninguna, según un tradicional razonamiento: empeorará la pobreza del lugar.

Continúa la complejidad

Pero eso no es todo. La cosa se pone más interesante con otra idea: las malas condiciones de trabajo son una alternativa mejor a la de no tener trabajo, pero eso no significa que se justifique y se dé soporte a esas condiciones de trabajo.

Es decir, la alternativa ha sido mal planteada. No es el quedar desempleado, sino el trabajar en mejores condiciones.

Esta observación tiene su punto en cuanto que se opondría al boicot, el que significaría el cierre de la instalación. Tiene poco sentido el creer que dejando sin empleo a unos se resuelve el problema de malas condiciones de trabajo. Quienes lo proponen se sentirán satisfechos, pero no los obreros, que así empeorarán su condición de vida.

Es decir, en un punto en el tiempo, en el corto plazo al menos, la mejor alternativa es la de esas instalaciones, aunque no sean precisamente las mejores. En ese plazo, la opción de mejora de condiciones es algo poco pertinente dada su imposibilidad inmediata.

Y, sí, en plazos mayores, la alternativa es esa, la de buscar maneras en las que esas condiciones de trabajo mejoren. Creo que eso queda claro.

📌 No doy mi apoyo a condiciones de trabajo inhumanas, que se acerquen a la esclavitud infantil. Me guío por la idea de que si se cumplen los estándares de trabajo usuales en el país, según sus leyes y costumbres, las instalaciones criticadas están operando razonablemente (aunque eso se encuentre a una gran distancia de las condiciones en países desarrollados).

No es inusual que en esas instalaciones el obrero gane más que en un empleo en otra empresa local, de lo que puede deducirse una conclusión más sana:

«Porque los sweatshops son mejores que las alternativas disponibles, cualquier reforma dirigida a mejorar las vidas de los trabajadores en ellas no debe poner en riesgo los trabajos que ellos ya tienen. Para analizar una reforma debemos comprender qué determina la compensación del trabajador».

La vida de esos trabajadores es demasiado importante como para estar sujeta a sentimientos buenos mal canalizados y a razonamientos impulsivos.

Conclusión

He examinado el significado de sweatshop, una planta productora de bienes localizada en países pobres y cuya producción se exporta a otros.

Esta producción ha sido rodeada de connotaciones negativas que no corresponden a la realidad, especialmente en lo que se refiere a los beneficios reales que produce.


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[Actualización última: 2023-07]