Al final, en esencia, las lecturas de este 4 Domingo Ordinario (ciclo A) deben producir en nosotros un efecto natural: el sentirnos contentos y alegres.

Primera lectura

La primera de las lecturas del 4 Domingo Ordinario (ciclo A) es de Sofonías (2, 3;3.12-13). Un gran inicio de un gran tema común a los tres textos.

Dice al principio, «Busquen al Señor, ustedes los humildes de la tierra, los que cumplen los mandamientos de Dios».

E inmediatamente después, el texto insiste en esa idea, con estas palabras, «Busquen la justicia, busquen la humildad».

Poco más adelante, la idea se repite, «… dice el Señor, yo dejaré en medio de ti, pueblo mío, un puñado de gente pobre y humilde».

La introducción al tema es obvia, es el tema de la humildad.

El salmo responsorial tiene como texto una idea igual, al decir, «Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de Dios». Es otra forma de entender a la humildad, como pobreza de espíritu.

Segunda lectura

Las palabras de Pablo (Corintios, 1, 26-31) continúan con el tema en la segunda lectura de este 4 Domingo Ordinario (ciclo A).

Pero ahora con palabras que sirven para ilustrar casos concretos de humildad y de pobreza de espíritu.

Dice que entre los que han sido llamados por Dios, «no hay muchos sabios, ni muchos nobles, según los criterios humanos».

Y más adelante, Pablo profundiza en esa ilustración de lo que es la humildad frente a Dios, cuando contrasta dos extremos. Dice,

«Dios ha elegido a los ignorantes de este mundo, para humillar a los sabios; a los débiles del mundo, para avergonzar a los fuertes; a los insignificantes y despreciados del mundo, es decir, a los que no valen nada, para reducir a la nada a los que valen, de manera que nadie pueda presumir delante de Dios».

Evangelio

El Evangelio de este 4 Domingo Ordinario (ciclo A), es de Mateo (5, 1-12) y culmina la idea con uno de los pasajes más bellos de las Sagradas Escrituras, cuando Jesús, comenzó a enseñarles, hablándoles así:

  • «Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
  • Dichosos los que lloran, porque serán consolados.
  • Dichosos los sufridos, porque heredarán la tierra.
  • Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.
  • Dichosos los misericordiosos, porque obtendrán misericordia.
  • Dichosos los limpios de corazón, porque verán a Dios.
  • Dichosos los que trabajan por la paz, porque se les llamará hijos de Dios.
  • Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
  • Dichosos serán ustedes cuando los injurien, los persigan y digan cosas falsas de ustedes por causa mía. Alégrense y salten de contento, porque su premio será grande en los cielos».

En conjunto

Este 4 Domingo Ordinario (ciclo A), da de esta manera un paso lógico siguiente a los dos domingos anteriores, que mostraron la idea de alabar a Dios diciendo, «Aquí estoy, Señor. ilumíname».

Estas palabras encierran en sí mismas una actitud de humildad ante Dios. Cuando las decimos estamos reconociéndole y por ello tenemos humildad ante él. Lo que hacen estas lecturas es enriquecer el mensaje y darnos una idea muy clara de lo que es ser humildes.

Toda esa idea está en esos a quienes Dios llama dichosos: los pobres de espíritu, los perseguidos e injuriados por su causa, los limpios de corazón, los que tienen hambre y sed de justicia; todos esos, los débiles del mundo, los despreciados, los que en esencia han reconocido a Dios como lo más importante en sus vidas.

Aquellos para los que nada es más elevado que Dios y que, por tanto, son humildes, sencillos, limpios y soportan las consecuencias mundanas del pensar así.

Del otro lado de la misma moneda, es posible entender eso que es repugnante ante Dios, lo contrario de la humildad: la soberbia, el orgullo, la vanidad y todo lo que nos hace ponernos por encima de nuestro Creador.

Es otra manera de entender el primero de los mandamientos, el amar a Dios por encima de todo. Si hacemos eso, es lógico que a todo lo demás lo pongamos en un plano inferior al de Dios.

Las lecturas añaden un elemento, el de la recompensa final. Quienes coloquen a Dios por encima de todo en sus vidas, esos serán los dichosos que se mencionan en Mateo.

Ellos, serán consolados, saciados; ellos verán a Dios, se les llamará hijos de Dios; de ellos serán el Reino de los Cielos. Tanta dicha habrá para ellos, que dice Jesús, «Alégrense y salten de contento…»

Este elemento es vital para entender la humildad ante Dios, porque no es ella en nada parecida a la idea terrenal que podemos tener de la humildad. La humildad terrenal es triste, pasiva, resignada, callada y opaca.

En cambio, la humildad ante Dios es alegre, activa, brillante y festiva. Muy diferente, tanto que esa humildad ante el Señor es motivo para saltar de alegría. Por eso es que, su contrario, la soberbia y la vanidad, causan lo opuesto y son causa de tristeza e inquietud.

Al final, en esencia, las lecturas de este domingo deben producir en nosotros un efecto natural: el sentirnos contentos y alegres. Porque, al final, sería absurdo que el cumplir con la palabra de Dios produjera tristeza y desesperación. No, esa palabra es de tal naturaleza que nos hace saltar de contentos.