Y así, cada uno de nosotros, de mil maneras diferentes, pero bajo un mismo Dios, actuaremos para el bien. Esto puede ser visto también como un llamado a la santidad, que nos dice que cada quien puede ser un santo a la manera en la que el Espíritu le conduzca. Así sea en la más pequeña de las actividades que realizamos, nos dicen las lecturas del Domingo de Pentecostés (ciclo A).

Primera lectura

En este Domingo de Pentecostés (ciclo A), la primera primera lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles (2, 1-11) narra la famosa escena de la reunión del día de Pentecostés, cuando reunidos los discípulos sobre ellos se posaron lenguas de fuego y «se llenaron todos del Espíritu Santo».

Como resultado visible de eso, «empezaron a hablar en otros idiomas, según el Espíritu los inducía a expresarse».

Quienes les escuchaban, quedaban «atónitos y llenos de admiración» pues «cada quien los oye hablar de las maravillas de Dios en su propia lengua».

Hay aquí una idea de universalidad, de un mensaje divino dirigido a todas las personas y que proviene de Dios mismo. El Espíritu Santo se ha quedado con nosotros y nos guía a todos.

Segunda lectura

En la segunda lectura de este Domingo de Pentecostés (ciclo A), la primera carta de S. Pablo a los corintios (12, 3-7.12-13) profundiza él en la idea de las manifestaciones del Espíritu Santo diciendo que «hay diferentes dones, pero el Espíritu es el mismo».

Para dejar las cosas claras, insiste diciendo, «Hay diferentes servicios, pero el Señor es el mismo. Hay diferentes actividades, pero Dios, que hace todo en todos, es el mismo». La conclusión es lógica, «En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común».

A lo que añade la idea de la universalidad. Dios lo es para todos, «… todos nosotros, seamos judíos o no judíos, esclavos o libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu… y a todos se nos ha dado a beber del mismo Espíritu».

Son las ideas esenciales de la primera lectura. El mensaje de Dios es universal, es para todos. El mensaje viene de un solo Dios y en cada uno se manifiesta de diversas maneras, siempre para el bien.

Evangelio

El evangelio de este Domingo de Pentecostés (ciclo A), de Juan (20, 19-23) narra el suceso de otra reunión de los discípulos.

Jesús se presenta en medio de ellos, lo que les llena de alegría y les dice, «… Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo… Reciban al Espíritu Santo…»

En conjunto

Colocando las tres lecturas juntas, podemos ver un mensaje dirigido a nosotros, a cada uno en lo individual.

Es un mensaje de Dios mismo dirigido personalmente a nosotros y que encierra un gran misterio, el de hacernos guiar por el Espíritu Santo para que nuestras vidas sean manifestaciones del Señor.

Es natural que ahora nos preguntemos cómo recibir ese mensaje.

La respuesta la da San Pablo en la primera frase de su carta, que dice, «Nadie puede llamar a Jesús ‘Señor’, si no es bajo la acción del Espíritu Santo». Es decir, si en verdad desde lo más profundo de nuestro corazón llamamos ‘Señor’ a Jesús, eso nos permitirá recibir al Espíritu Santo.

La secuencia de este domingo ofrece una oración preciosa al respecto, cuando dice, «Ven, Dios Espíritu Santo, y envíanos desde el cielo tu luz para iluminarnos… Ven, luz santificadora, y entra hasta el fondo del alma de todos los que te adoran».

Es un conjunto de lecturas profundamente reveladoras, que los llaman a la alegría que produce el ponernos en las manos de Dios y dejarnos conducir por él.

A esa alegría se entra por la puerta del reconocimiento de Jesús, adorándole, llamándole Señor y abandonándonos en él para ser sus instrumentos en la tierra.

Y así, cada uno de nosotros, de mil maneras diferentes, pero bajo un mismo Dios, actuaremos para el bien. Esto puede ser visto también como un llamado a la santidad, que nos dice que cada quien puede ser un santo a la manera en la que el Espíritu le conduzca… así sea en la más pequeña de las actividades que realizamos.

Nuestro trabajo diario es, por tanto, una ocasión de santidad si él está realizado bajo esa sencilla oración, la de llamar ‘Señor’ a Jesús.