Las tres lecturas de este 11 Domingo Ordinario (ciclo B), en su conjunto, apuntan hacia una realidad, la de que Dios está al pendiente de nuestras vidas. Nos ama y no podría ser de otra manera.

Primera lectura

La primera de las lecturas del 11 Domingo Ordinario (ciclo B), Ezequiel (17, 22-24) nos da las palabras de Dios mismo, quien dice, «Yo tomaré un renuevo de la copa de un gran cedro, de su más alta rama cortaré un retoño. Lo plantaré en la cima de un monte excelso y sublime».

Continúa el texto,

«Echará ramas, dará fruto y se convertirá en un cedro magnífico. En él anidarán toda clase de pájaros y descansarán al abrigo de sus ramas. Así, todos los árboles del campo sabrán que yo, el Señor, humillo los árboles altos y elevo los árboles pequeños;   que seco los árboles lozanos y hago florecer los árboles secos. Yo, el Señor, lo he dicho y lo haré».

La imagen de un gran árbol en un monte es poderosa. Acarrea ideas de belleza, protección, cobijo, guía, crecimiento, vida. La lectura usa la imagen como una promesa de Dios y de su poder.

Evangelio

En este 11 Domingo Ordinario (ciclo B), el evangelio (Marcos 4, 26-34) cuenta las palabras de Jesús cuando quiere él explicar al Reino de Dios, también con esa imagen de árboles:

— «El Reino de Dios se parece a lo que sucede cuando un hombre siembra la semilla en la tierra: que pasan las noches y los días y, sin que él sepa cómo, la semilla germina y crece; y la tierra, por sí sola, va produciendo el fruto: primero los tallos, luego las espigas y después los granos en las espigas. Y cuando ya están maduros los granos, el hombre echa mano de la hoz, pues ha llegado el tiempo de la cosecha».

— «¿Con qué compararemos el Reino de Dios?…  Es como una semilla de mostaza que, cuando se siembra, es la más pequeña de las semillas; pero una vez sembrada, crece y se convierte en el mayor de los arbustos y echa ramas tan grandes, que los pájaros pueden anidar a su sombra».

Las dos parábolas perfeccionan la idea del Antiguo Testamento. Ahora Jesús aclara su significado. El Reino de Dios es comparable a la planta que se siembra, desde su semilla, creciendo para dar fruto hasta el tiempo en el que llega el tiempo de la cosecha.

Es inevitable que esto haga pensar en nuestra propia vida y el Reino de Dios en ella, que nos hace crecer para dar frutos hasta el momento en el que Jesús nos llama, el tiempo de la cosecha.

Pero también es comparable a la pequeña semilla de mostaza que sorprende por el tamaño al que llega una vez crecida. El Reino de Dios, sin duda, es así en nosotros, cuando crecemos.

Segunda lectura

La segunda lectura (Corintios, 5, 6-10), San Pablo, en este 11 Domingo Ordinario (ciclo B), nos exhorta a confiar. Dice,

«Siempre tenemos confianza, aunque sabemos que, mientras vivimos en el cuerpo, estamos desterrados, lejos del Señor. Caminamos guiados por la fe, sin ver todavía.   Estamos, pues, llenos de confianza y preferimos salir de este cuerpo para vivir con el Señor. Por eso procuramos agradarle, en el destierro o en la patria».

Lo anterior le da pie a escribir ahora, «Porque todos tendremos que comparecer ante el tribunal de Cristo, para recibir el premio o el castigo por lo que hayamos hecho en esta vida».

Quizá esto puede verse como comparecer ante ese tribunal mostrando el resultado de la semilla que Dios plantó en cada uno de nosotros, es el tiempo de la cosecha.

En conjunto

Las tres lecturas de este 11 Domingo Ordinario (ciclo B), en su conjunto, apuntan hacia una realidad, la de que Dios está al pendiente de nuestras vidas. Nos ama y no podría ser de otra manera.

Confiando en él y su amor por nosotros, suceden maravillas, como el crecimiento de una semilla, por pequeña que sea. Con Dios crecemos y damos cosecha, la que se nos pedirá presentar en ese tribunal.

Y esa cosecha depende totalmente de nosotros. Puede ser tan grande o reducida como se quiera. La decisión es nuestra. Y para tomarla sólo necesitamos tener fe en una cosa, el amor de Dios por nosotros.

Somos como semillas, con voluntad propia, que Dios siembra; germinamos a nuestra voluntad, crecemos porque lo deseamos. Es un canto a nuestra libertad. Todo depende de nosotros. Del otro lado, hay una certeza clara, la de que Dios nos ama y quiere vernos ser cosecha abundante.