Colocando las tres lecturas juntas, la idea central es la de estar unidos a Jesús, la única posible manera que tenemos de florecer y dar frutos. Jesús nos quiere como parte de él, sólo falta ahora nuestra voluntad de hacerlo. Y ésa es nuestra decisión. Está en nosotros ahora el hacerlo.

Evangelio

El evangelio de este 5 Domingo Pascua (ciclo B), de S. Juan (15, 1-8) contiene palabras de Jesucristo y que tratan una idea muy directa, «El que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante».

Si el domingo pasado, Jesús se compara con el buen pastor y en las otras lecturas se habla de la piedra desechada por los constructores, ahora Jesús usa el ejemplo de la vid.

Dice,

«Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador. El Padre corta todas las ramas unidas a mí que no dan fruto, para que den más fruto. Ustedes ya están limpios, gracias a las palabras que les he comunicado. Permanezcan unidos a mí, como yo estoy a ustedes. Ninguna rama puede producir fruto por sí misma, sin permanecer unida a la vid, y lo mismo les ocurrirá a ustedes, si están unidos a mí».

E insiste en este punto, queriendo dejar claro su mensaje,

«Yo soy la vid, ustedes las ramas. El que permanece unido a mí, como yo estoy unido a él, produce mucho fruto; porque sin mí no pueden hacer nada. El que no permanece unido a mí, es arrojado fuera, como las ramas que se secan y luego son amontonadas y arrojadas al fuego para ser quemadas».

La imagen de la vid es poderosa. Las ramas no pueden dar frutos si están aisladas de la planta. Es la unión la que nos permite dar frutos. La separación seca a las ramas y ellas son echadas fuera, lejos.

Más aún, sus palabras son una invitación. No hay coerción en ellas. Nos invita. Nos dice, «Permanezcan unidos a mí, como yo estoy a ustedes». Está él ya unido a nosotros, pero falta que nosotros le correspondamos.

Las últimas palabras de esta lectura son aún más insistentes, «Si permanecen unidos a mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo tendrán. Mi Padre recibe gloria cuando producen fruto en abundancia, y se manifiestan como discípulos míos».

Primera lectura

Las palabras de Jesús tienen un ejemplo muy especial en la primera lectura (Hechos 9, 26-31).

Se narra allí que «En aquellos días, llegado a Jerusalén, Pablo intentaba unirse a los discípulos, pero todos le tenían miedo, pues no creían que fuera realmente un discípulo».

Recordemos en este 5 Domingo Pascua (ciclo B), que Pablo había sido antes una celebridad como cruel perseguidor de los nuevos creyentes.

Pero, «Entonces Bernabé tomó consigo a Pablo y lo presentó a los apóstoles. Les contó cómo en el camino Pablo había visto al Señor que le había hablado, y con qué convencimiento había predicado en Damasco el nombre de Jesús».

Lo que había sucedido es que Pablo se unió a Jesucristo. Dejó de ser una rama aislada. Se hizo parte de la vida. Por lo que no sorprende que,

«Desde entonces iba y venía libremente con los apóstoles en Jerusalén, predicando con valentía el nombre del Señor. Hablaba y discutía también con los judíos de procedencia griega, pero éstos decidieron matarlo. Al enterarse los hermanos, lo llevaron a Cesarea y de allí lo enviaron hacia Tarso».

Segunda lectura

La segunda lectura (I Juan 3, 18-24) contiene una exhortación al amor. Dice, «no amemos solamente de palabra, sino con hechos y de verdad».

A lo que añade en este 5 Domingo Pascua (ciclo B) que «En esto sabremos que pertenecemos a la verdad… Por eso sabemos que él permanece en nosotros». De nuevo esa idea de estar unidos a él, de pertenecer, de permanecer, de ser parte de él.

Pero ahora a la luz de un mandamiento, «que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo y que nos amemos unos a otros según el mandamiento que él nos dio. El que cumple sus mandamientos permanece en Dios, y Dios en él: por el Espíritu que nos ha dado».

En conjunto

Colocando las tres lecturas juntas, la idea central es la de estar unidos a Jesús, la única posible manera que tenemos de florecer y dar frutos. Jesús nos quiere como parte de él, sólo falta ahora nuestra voluntad de hacerlo. Y ésa es nuestra decisión. Está en nosotros ahora el hacerlo.

¿Cómo lograrlo? El salmo responsorial de este domingo contiene palabras preciosas si es que ellas brotan desde nuestro interior: «Yo viviré para el Señor». Como la rama para la vid. Una unión de vida y existencia presente en todos nuestros actos. La aceptación libre de esa invitación divina dirigida sin excepción a todos.