Las lecturas del domingo de La Santísima Trinidad (ciclo B), en su conjunto, nos contestan una pregunta central sobre lo que ha inquietado a muchos. ¿Quiénes somos? La respuesta a la interrogante está dada por Pablo. Somos hijos de Dios, sus herederos. Ver nuestra existencia sabiendo esto altera nuestra vida en sus mismas bases.

Primera lectura

En este domingo de la Santísima Trinidad (ciclo B), la primera de las lecturas (Deuteronomio 4, 32-34.39-40) abre la puerta al tema grande de este domingo: «El Señor es el Dios del cielo y de la tierra, y no hay otro».

Las palabras constatadas en la lectura son de Moisés, quien habla pidiendo que nos preguntemos si

«¿Se ha visto jamás algo tan grande, o se ha oído algo semejante desde un extremo a otro del cielo? ¿Qué pueblo ha oído la voz de Dios en medio del fuego, como la has oído tú, y ha quedado con vida? ¿Ha habido un dios que haya ido a buscarse un pueblo en medio de otro con tantas pruebas, milagros y prodigios en combate, con mano fuerte y brazo poderoso, con portentosas hazañas, como hizo por ustedes el Señor su Dios en Egipto ante sus propios ojos?”

Y a continuación nos pide reconocer y convencernos de que «el Señor es Dios allá arriba en los cielos y aquí abajo en la tierra, y de que no hay otro».

La conclusión de ese reconocimiento es la lógica: Moisés pide a cada uno de nosotros,

«Reconoce, pues, hoy y convéncete de que de que el Señor es Dios allá arriba en los cielos y aquí abajo en la tierra, y de que no hay otro. Observa sus leyes y mandamientos que yo te prescribo hoy, para que seas feliz tú y tus hijos después de ti, y prolongues tus días en la tierra que el Señor tu Dios te da para siempre”.

Segunda lectura

El gran tema de «El Señor es el Dios del cielo y de la tierra, y no hay otro» es complementado en la segunda de las lecturas (Romanos 8, 14-17), en este domingo de la Santísima Trinidad (ciclo B).

Es ahora Pablo el que establece que somos hijos de Dios y que por eso le podemos llamar Padre. Es un paso importante frente a las palabras de Moisés: el reconocimiento de Dios del cielo y de la tierra es ahora también el reconocimiento de nuestro Padre.

Dice en su carta, «Los que se dejan guiar por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios».

Insiste en la idea escribiendo que, «ustedes no han recibido un Espíritu que los haga esclavos, para caer de nuevo en el temor, sino que han recibido un Espíritu que los hace hijos adoptivos y nos permite clamar: Padre».

Y por tercera vez reitera la idea: «Ese mismo Espíritu se une al nuestro para juntos dar testimonio de que somos hijos de Dios».

Las palabras de Moisés nos piden reconocer al Señor como Dios de los cielos y de la tierra, sin que haya otro. Pablo avanza y nos pide entender a Dios como nuestro Padre.

Más aún, Pablo saca la conclusión lógica: «Y si somos hijos, también somos herederos: herederos de Dios y coherederos con Cristo, siempre y cuando ahora padezcamos con él, para ser luego glorificados con él».

El reconocimiento de Dios como Padre nos lleva a entendernos mejor a nosotros mismos. Somos los herederos de Dios. Somos los coherederos de Jesucristo.

Evangelio

El evangelio de este domingo de la Santísima Trinidad (ciclo B), (Mateo 28, 16-20) narra que después de la Resurrección los discípulos «fueron a Galilea, a la montaña donde Jesús los había citado. Al verlo, lo adoraron; ellos que habían dudado».

Nos recuerda a la primera lectura, donde Moisés pide reconocer al Señor como único Dios. Aquí vemos a los apóstoles haciendo eso. Los que habían dudado antes, ahora lo ven y adoran, es decir, lo reconocen como Dios.

Y en esa situación, Jesús les dice,

«Dios me ha dado autoridad plena sobre cielo y tierra. Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos y bautízenlos para consagrarlos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, enseñándoles a poner por obra todo lo que les he mandado. Y sepan que yo estoy con ustedes todos los días hasta el final de los tiempos».

Son las palabras de Jesús una continuación lógica de las del domingo anterior, el de Pentecostés, cuando podemos considerar que la Iglesia ha sido fundada.

La misión a los apóstoles es clara, «hagan discípulos a todos los pueblos y bautízenlos para consagrarlos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, enseñándoles a poner por obra todo lo que les he mandado».

No del Padre solamente, sino del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, con lo que nos señala a esas tres personas divinas.

En conjunto

Una tarea que nos concierne a todos los que somos parte de la Iglesia, porque al final somos también discípulos de Jesús, esos que le reconocen y adoran a pesar de haber dudado, y que ahora deben hablar a otros con las palabras de Moisés y de Pablo: reconocer al Señor como Dios y Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Las lecturas, en su conjunto, nos contestan una pregunta central sobre lo que ha inquietado a muchos. ¿Quiénes somos? La respuesta a la interrogante está dada por Pablo. Somos hijos de Dios, sus herederos. Ver nuestra existencia sabiendo esto altera nuestra vida en sus mismas bases.

Las lecturas de este domingo de la Santísima Trinidad (ciclo B) son claras. No somos seres aislados, solitarios, ni accidentes de la naturaleza. Somos creación de Dios, nuestro Padre. Reconocerlo es el primer paso que damos para, entonces, seguir la vía de Jesucristo por la gracia del Espíritu.