Las tres lecturas de este 1 Domingo de Cuaresma contienen ese común denominador, el de la salvación nuestra por medio de Dios y que el salmo expresa con belleza: «Puesto que tú me conoces y me amas, dice el Señor, yo te libraré y te pondré a salvo. Cuando tú me invoques, yo te escucharé, y en tus angustias estaré contigo, te libraré de ellas y te colmaré de honores».

Primera lectura

En este 1 Domingo de Cuaresma (ciclo C), la primera lectura (Deuteronomio: 26, 4-10) establece el tema de este domingo.

Moisés habla a la gente. Le habla de la oración que cada uno debe decir al Señor cuando presente las primicias de sus cosechas:

«Los egipcios nos maltrataron, nos oprimieron y nos impusieron una dura esclavitud. Entonces clamamos al Señor, Dios de nuestros padres, y el Señor escuchó nuestra voz, miró nuestra humillación, nuestros trabajos y nuestra angustia».

La oración a Dios continúa:

«El Señor nos sacó de Egipto con mano poderosa y brazo protector… nos trajo a este país y nos dio esta tierra, que mana leche y miel».

Es una oración de agradecimiento a Dios, de agradecimiento por el rescate de la esclavitud. Se alaba la protección que Dios brindó a su pueblo. Dios es nuestra salvación. Podemos entrar en problemas, tener dificultades, enfrentar tentaciones, que ante todo eso Dios nos prestará su divina protección.

La idea es reiterada por el salmo: «Tú eres mi Dios y en ti confío… Tú eres mi refugio y fortaleza; tú eres mi Dios y en ti confío».

Y si es que así invocamos a Dios, el mismo salmo nos promete que,

«No te sucederá desgracia alguna, ninguna calamidad caerá sobre tu casa, pues el Señor ha dado a sus ángeles la orden de protegerte a donde quiera que vayas. Los ángeles de Dios te llevarán en brazos, para que no te tropieces con las piedras, podrás pisar los escorpiones y las víboras y dominar las fieras».

Evangelio

El tema es reiterado, perfeccionado, en el evangelio de este 1 Domingo de Cuaresma. La ocasión es el regreso al Jordán, «conducido por el mismo Espíritu, se internó en el desierto, donde permaneció durante cuarenta días y fue tentado por el demonio».

Jesús mismo se coloca en una situación de debilidad.

«No comió nada en aquellos días, y cuando se completaron, sintió hambre. Entonces el diablo le dijo: «Si eres el Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan». Jesús le contestó: «Está escrito: No sólo de pan vive el hombre»».

Así se realiza la primera de las tentaciones, a la que sigue otra.

«Después lo llevó el diablo a un monte elevado y en un instante le hizo ver todos los reinos de la tierra y le dijo: «A mí me ha sido entregado todo el poder y la gloria de estos reinos, y yo los doy a quien quiero. Todo esto será tuyo, si te arrodillas y me adoras». Jesús le respondió: «Está escrito: Adorarás al Señor, tu Dios, y a El sólo servirás»».

En la tercera,

«… lo llevó a Jerusalén, lo puso en la parte más alta del templo y le dijo: «Si eres el Hijo de Dios, arrójate desde aquí, porque está escrito: Los ángeles del Señor tienen órdenes de cuidarte y de sostenerte en sus manos, para que tus pies no tropiecen con las piedras». Pero Jesús le respondió: «También está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios».

Y el texto termina: «Concluidas las tentaciones, el diablo se retiró de Él, hasta que llegara la hora».

De nuevo la gran idea de las lecturas: Dios es nuestra protección, la salvación de nuestras debilidades y esclavitudes.

La palabra de Dios es alimento, Dios es nuestro padre al que debemos adorar, Dios debe ser respetado. Dios es nuestra protección, gracias a él podemos soportar las pruebas y dificultades de nuestra vida terrenal.

Segunda lectura

En este 1 Domingo de Cuaresma, la segunda lectura (romanos: 10, 8-13) continúa con el gran tema, tan apropiado en el inicio de la Cuaresma.

Dice san Pablo a cada uno de nosotros que,

«Muy a tu alcance, en tu boca y en tu corazón, se encuentra la salvación, esto es, el asunto de la fe que predicamos. Porque basta que cada uno declare con su boca que Jesús es el Señor y que crea en su corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, para que pueda salvarse».

Repite Pablo la idea,

«… hay que creer con el corazón para alcanzar la santidad y declarar con la boca para alcanzar la salvación. Por eso dice la Escritura: Ninguno que crea en Él quedará defraudado, porque no existe diferencia entre judío y no judío, ya que uno mismo es el Señor de todos, espléndido con todos los que lo invocan, pues todo el que invoque al Señor como a su Dios, será salvado por El».

En conjunto

Las tres lecturas de este 1 Domingo de Cuaresma contienen ese común denominador, el de la salvación nuestra por medio de Dios y que el salmo expresa con belleza:

«Puesto que tú me conoces y me amas, dice el Señor, yo te libraré y te pondré a salvo. Cuando tú me invoques, yo te escucharé, y en tus angustias estaré contigo, te libraré de ellas y te colmaré de honores».

No estamos solos, Dios está con nosotros y basta invocarle, creer en El. Como dice san Pablo, «creer con el corazón para alcanzar la santidad y declarar con la boca para alcanzar la salvación».

Es la mayor alegría que podemos sentir los humanos, causa del mayor optimismo posible. Un mensaje de alegría infinita que pone en perspectiva nuestra vida misma: tendremos momentos difíciles, quizá de intenso sufrimiento, pero allí está Dios con nosotros para salvarnos, para protegernos.

Pero, de nuevo, está en nosotros aceptar la salvación ofrecida. Podemos rechazarla. Podemos aceptar cualquiera de esas tres tentaciones mencionadas en el evangelio y así estaremos rechazando la salvación de Jesucristo.

¿Cómo decir que sí a Dios? De nuevo, la respuesta está en san Pablo: con el corazón y con la boca. No basta la creencia interna, debe haber acción externa. Así estaremos correspondiendo a la invitación, diciendo un sí muy claro y alto.