Los derechos humanos son derechos de propiedad. Sin la libertad de poseer, el resto de las libertades desaparecen. Existe una íntima relación entre el derecho a la propiedad y el resto de los derechos humanos.

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Introducción

Viendo a los derechos humanos como algo fundamentado en la propiedad personal se logra una perspectiva que ayuda a entender muchos problemas.

Problemas como los de marchas de protesta en la calle, como el establecimiento de comercios y hasta la emigración. Todo basado en la idea de que los derechos humanos tienen el cimiento de los derechos de propiedad.


📕 El libro consultado para esta carta fue Rothbard, Murray Newton, The ethics of liberty, New York. New York University Press, chapter 15, «Human rights as property rights», pp. 113-120. 


Idea central

No hay derechos humanos que no sean derechos de propiedad. Sin derechos de propiedad no hay posibilidad de tener derechos humanos.

Derechos humanos y de propiedad

El capítulo reportado comienza con la aseveración de que los progresistas quieren preservar la libertad de expresión al mismo tiempo que niegan la idea de la propiedad privada.

Sin embargo, dice el autor, una sin la otra no tienen sentido, simplemente porque no hay derechos humanos que no sean derechos de propiedad.

📌 Este es el gran giro de Rothbard, el de concebir a los derechos de las personas como fundamentados en el derecho a la propiedad. Si no hay derecho de propiedad, sencillamente no hay derechos humanos.

Hablar de derechos humanos es una cuestión vaga y sin definición cuando ellos no están ligados al derecho de propiedad. Sin considerar la idea del derecho de propiedad personal, el resto de ellos se tornan imprecisos e inciertos.

Un ejemplo, la libertad de expresión

Como ilustración de esa asociación entre derechos del hombre y derecho de propiedad, el autor analiza a la libertad de expresión.

La libertad de expresión nos crea, de primera impresión, la idea de que podemos decir lo que queremos y se nos antoje.

Pero esta idea olvida una variable importante: el dónde decimos lo que queremos. Es decir, el lugar en el que ejercemos esa libertad de expresión.

Podemos hablar de lo que deseemos, ese es nuestro derecho, pero sin duda no lo podemos hacer dentro de una casa a la que hemos entrado por la fuerza.

Lo que sí podemos hacer es hablar de lo que queramos dentro de nuestras propiedades, o bien en el lugar que hayamos rentado para ese propósito.

No es un derecho separado

Entonces, no existe un derecho separado para nuestra libertad de expresión. Lo que sí existe es un derecho de propiedad: hacer lo que uno desea con lo propio, o hacer acuerdos voluntarios con otros propietarios.

Puesto de otra manera, Rothbard dice que no se tiene el derecho a la libre expresión de las ideas, pero sí se tiene el derecho a la propiedad y hablar a las personas que hayan aceptado entrar allí.

No se tiene derecho, entonces, a la libertad de prensa. Lo que sí existe es el derecho a publicar un libro y venderlo o regalarlo.

📌 Es decir, no existe un derecho de libertad de expresión que sea separado del derecho sobre las propiedades que una persona tenga en un momento dado. La conexión entre los derechos a la propiedad y el resto de los derechos humanos es obvia.

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Una especulación con importancia

Lo anterior puede dar la impresión de ser irrelevante, pero en realidad no lo es. Eso da al autor la oportunidad de defender al máximo la libertad de expresión.

La razón es la siguiente: si se separa la libertad de expresión del derecho de propiedad, eso lleva al debilitamiento de los derechos en general.

En este punto, el autor inicia unas especulaciones que le sirven para probar su punto.

Más, sobre la propiedad y la libre expresión

Las consideraciones legales pueden llegar a debilitar el derecho de libre expresión. Por ejemplo, supongamos que alguien grita «¡fuego!» dentro de un teatro lleno.

Esta situación puede hacer creer que se debe limitar la libertad de expresión, que no se puede hablar de todo y que esa libertad de expresión debe ser regulada.

Pero esa es una solución inadecuada, pues el asunto debe verse como un problema de derechos de propiedad. Así no se tiene que limitar la libertad de expresión.

El que grita eso, sin motivo, dentro de un teatro puede ser el dueño o los espectadores. Pero importa quién lo haga, porque el hecho es que ese grito viola los derechos de propiedad para el gozo de la obra que se ha acudido a ver.

Esto se da bajo el supuesto de que la compra del boleto para la obra otorga el derecho de gozarla sin contratiempos, es la propiedad momentánea de la obra.

Consecuentemente

El que grita puede ser juzgado por violar derechos de propiedad y eso significa que no se debilita la libertad de expresión, ni otros derechos. La libertad de expresión mantiene su fuerza porque se ha conservado claro el derecho de propiedad.

El derecho de propiedad no da la facultad de hacer lo que se quiera donde se quiera. La compra de un boleto de teatro no da el derecho de hablar en la sala e interrumpir la función.

Es lo mismo que se dijo antes. Existe la libertad de hablar, pero no la libertad de un tercero para entrar a mi casa, sin mi permiso y ejercer su derecho de expresión.

No se tiene que gritar en un teatro para ser arrestado, pues el arresto es merecido también por quien causa disturbios o grita otras cosas.

No es lo que gritó, sino el hecho de haber gritado la causa del castigo. Esta manera de ver las cosas no debilita a la libertad de expresión, que es la preocupación del autor.

📌 Los derechos humanos son en realidad algo cimentado en los derechos de propiedad

El dilema del presidente, otro ejemplo

Lo mismo sucede con otra cuestión, el llamado dilema del presidente. Es el problema de asignar tiempos o espacios en asambleas o medios de comunicación, cuando las personas creen que tienen el derecho a ese tiempo o espacio.

Son los casos de las tribunas en las cámaras legislativas, de las cartas de réplica a medios de comunicación y, en general, de la participación de las personas en reuniones públicas.

Cuando esos tiempos o espacios son gratuitos, su demanda debe ser grande, más que su oferta y eso hará pensar que hay escasez de tiempos o espacios. Esto, desde luego, genera resentimientos entre quienes creen tener derecho a merecer esos tiempos o espacios.

El problema puede resolverse poniendo un precio a los tiempos y espacios. Esto es exactamente lo que hacen los medios cuando venden publicidad a los anunciantes. Podría hacerse lo mismo con quienes quieren tener tiempo de tribuna en una asamblea o quieren tener tiempos en los noticieros.

Pero la cuestión es de más fondo que solo poner precios.

La solución

Ella es la asignación de espacios y de tiempos debe ser hecha por el propietario de ellos. Esto es exactamente igual a lo que hace el dueño de un periódico cuando asigna espacio a las cartas de los lectores: publica la carta que él quiere en el espacio que él decide.

Debe verse a la libertad de expresión como una subdivisión del derecho de propiedad. Otra vez se percibe el fundamento de los derechos humanos en el derecho a la propiedad.

Quien renta un salón, por ejemplo, y habla allí a los congregados, entonces, no ejerce un derecho vago de libertad de expresión, sino uno muy concreto de propiedad.

Y el dueño de la asamblea puede hacer con su tiempo lo que él desea, incluyendo la negativa de darle la palabra a quien piensa que tiene el derecho a hablar. Si quiere hablar el que no es propietario, que vaya y rente un salón igual.

Propiedad mal definida causa problemas

Los casos en los que los derechos parecen requerir limitaciones son generalmente esos casos en los que la propiedad está mal definida y no es clara.

Las marchas de protesta

Esta es la razón por la que las marchas de protesta en las calles son un problema sin solución.

Por ejemplo, las calles son propiedad del gobierno y ellas tienen un problema en la asignación de su uso, precisamente por eso, porque son propiedad pública.

La realización de una marcha de protesta por las calles causará problemas de tránsito. Esto no es tanto un problema de libertad de expresión, sino uno de asignación del uso de un recurso por parte de su propietario.

Este problema no existiría si las calles fueran privadas, propiedad particular de personas e instituciones. Pero mientras sigan siendo propiedad pública, este problema no tiene solución. La libertad de expresión será dañada por la necesidad de dar flujo al tránsito.

De todas formas se dañará un derecho, el de libertad de expresión o el de tránsito; siempre, algunos ciudadanos serán lastimados porque no hay claridad en el derecho de propiedad.

Ya que nadie es el dueño de la calle, no hay una solución satisfactoria, que es lo mismo que el problema de la asignación del tiempo en las intervenciones dentro de las cámaras de representantes en los gobiernos.

Zonificación de áreas

Igualmente, existen problemas entre vecinos que, por ejemplo, no aceptan en su zona ciertos comercios o restaurantes. Esta situación afecta el derecho de las personas a establecer sus negocios donde ellos quieran.

Pero los vecinos tienen razón también, pues ellos no desean sufrir los efectos secundarios de abrir un restaurante junto a su casa. Es un conflicto sin solución que afecta los derechos de las personas.

Si las calles, dice Rothbard, fueran privadas, esos problemas no existirían. Se resolverían sin dañar ni limitar los derechos de nadie, porque los propietarios tendrían el derecho de decidir quién puede andar por esas calles.

En caso de no aceptar, por ejemplo, el establecimiento de comercios, eso tendría un costo: la vigilancia de las calles, la lejanía de los comercios, y otras.

En la comunidad se darían una serie de patrones de zonas, unas abiertas y otras cerradas. Todo dependiendo de la voluntad de los propietarios.

Los inmigrantes

Siguiendo con el mismo tema, al final, el autor menciona el caso de la emigración.

Este caso no es tanto eso, el hecho de emigrar, sino la limitación del derecho a rentar o vender que tienen los emigrantes. En realidad no hay un derecho a emigrar, porque no hay una definición de la propiedad a la que se puede llegar.

No existe un derecho absoluto a emigrar y caer en propiedades cuyos dueños no deseen a esos emigrantes. Aunque podría haber algunas personas para quienes eso puede ser una oportunidad bienvenida para vender o rentar propiedades a esos emigrantes, cosa que la ley les prohibe.

Esto resolvería el problema de la emigración porque las personas tendrían derecho a ir sólo a las propiedades cuyos propietarios desearan rentar o vender.

Concluyendo

Lo que Rothbard ha hecho es una observación razonada. Los derechos humanos, todos ellos, están interconectados. No puede alterarse uno modificar otro.

Y, sobre todo, ha mostrado que los derechos humanos tienen su fundamento en los derechos a la propiedad. Cuando se limita el derecho a la propiedad, el resto de los derechos también son afectados.


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[Actualización última: 2023-06]