La idea es directa y simple: Jesucristo es Dios mismo, un recordatorio sencillo que no está por demás en tiempos en los que Jesús ha sido tomado como un gran hombre, un profeta excepcional y en ocasiones suele agrupársele con Ghandi, Mahoma y otros seres humanos. ¡Qué error tan monumental es ese!

Primera lectura

La primera lectura del la misa de la Transfiguración del Señor (Daniel 7, 9-10.13-14) dice,

«Miré y vi que alguien colocó unos tronos y un anciano se sentó. Sus vestiduras eran blancas como la nieve y sus cabellos como la lana pura; su trono eran llamas; sus ruedas, un fuego ardiente; brotaba un río de fuego que salía delante de él; miles de miles lo servían y miles de millones estaban de pie en su presencia».

El texto continúa:

«El tribunal se sentó y se abrieron los libros. Seguía yo contemplando estas visiones nocturnas y vi venir sobre las nubes del cielo alguien semejante a un hijo de hombre; se dirigió hacía el anciano y fue conducido ante su presencia. Se le dio poder, gloria y reino, y todos los pueblos, naciones y lenguas lo servían. Su poder es eterno y nunca pasará, y su reino jamás será destruido».

Evangelio

El oscuro significado del libro de Daniel, es mejor comprendido con la lectura del evangelio de hoy (Marcos 9, 2-10).

Narra el evangelista en esta lectura de la misa de la Transfiguración del Señor que,

«En aquel tiempo, Jesús tomó consigo únicamente a Pedro, a Santiago y a Juan, los llevó a solas a una montaña muy alta y se transfiguró en su presencia. Sus vestiduras se volvieron de una blancura deslumbrante, como nadie en el mundo podría blanquearlos. Se les aparecieron también Elías y Moisés, que conversaban con Jesús».

Quizá podamos imaginar Pedro, a Santiago y a Juan y su reacción ante tan extraordinario suceso. ¿Qué podían decir ellos viendo lo que sucedía? Tan impresionados que no podían pensar con claridad. Dios se estaba manifestando ante ellos.

Marcos sigue narrando, «Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». Estaban tan asustados que no sabía lo que decía».

Más impresionados debieron estar cuando

«Vino entonces una nube que los cubrió y se oyó una voz desde la nube: «Este es mi Hijo amado; escúchenlo». De pronto, cuando miraron a su alrededor, vieron sólo a Jesús con ellos. Al bajar de la montaña, les encargó severamente que no contaran a nadie lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre hubiera resucitado de entre los muertos».

Segunda lectura

En esta misa de la Transfiguración del Señor, la segunda lectura de hoy (II Pedro 1, 16-19) es de uno de los testigos presenciales de esos sucesos.

Dice, añadiendo credibilidad al suceso que tanto les había impresionado y que ahora Pedro comprende mejor y sobre el que ya habla claramente:

«Hermanos: Cuando les dimos a conocer la venida con poder de nuestro Señor Jesucristo, no lo hicimos inspirados por fantásticas leyendas, sino porque fuimos testigos oculares de su grandeza. El recibió, en efecto, honor y gloria de Dios Padre cuando vino sobre él aquella voz que procedía del Dios sublime: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco». Y esta es la voz, venida del cielo, que nosotros escuchamos cuando estábamos con él en la montaña santa».

En conjunto

Las tres lecturas, de esta misa de la Transfiguración del Señor, puestas en conjunto, tienen en común a Jesucristo y su reconocimiento como Dios mismo entre nosotros, verdadero Dios y verdadero hombre.

Sí, Jesucristo es Dios y vino a nosotros, vivió en nuestro mundo y el Padre nos pide escucharlo. Lo sugerido en el Antiguo Testamento cobra vida en el Nuevo y se explica con esas palabras, «Vino entonces una nube que los cubrió y se oyó una voz desde la nube: «Este es mi Hijo amado; escúchenlo»».

La idea es directa y simple: Jesucristo es Dios mismo, un recordatorio sencillo que no está por demás en tiempos en los que Jesús ha sido tomado como un gran hombre, un profeta excepcional y en ocasiones suele agrupársele con Ghandi, Mahoma y otros seres humanos. ¡Qué error tan monumental es ése!

Jesucristo es infinitamente más que cualquiera de los hombres más extraordinarios de la historia. Es Dios, revelado en ese pasaje, cuyo significado real sólo pudo ser entendido en esas palabras, «Al bajar de la montaña, les encargó severamente que no contaran a nadie lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre hubiera resucitado de entre los muertos».

La idea de Dios entre nosotros, además, produce gozo, como lo expresa el Salmo Responsorial, «Reina el Señor, alégrese la tierra. El Señor es rey: que se alegre la tierra y salten de gozo los innumerables pueblos lejanos.Reina el Señor, alégrese la tierra».

Y más aún, Jesucristo está entre nosotros ahora mismo, reunidos en esta celebración, por medio de la Eucaristía. Dios entre nosotros es la mayor de las alegrías que podemos tener.