Un modo erróneo de toma de decisión, especialmente en política. Sucede cuando los buenos propósitos de una acción s0n usados para justificarla, sin examinarla. La falacia de la buena intención.

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El comienzo de la falacia

Todo inicia con algo que se llama consecuencialismo. Es una postura moral que establece que si usted hace algo ahora y que piensa que tendrá consecuencias buenas después, entonces esa acción es buena. Y viceversa.

📌 Es seguir una regla simple: si se calcula o cree que las consecuencias de una cierta acción son positivas, entonces esa acción es buena y debe realizarse.

La conclusión natural del consecuencialismo es que «Nada es bueno o malo en sí mismo; todo depende de las consecuencias que puede pensarse que seguirán a esa acción», como escribió Benedicto XVI (Christianity And The Crisis Of Cultures p. 31).

De consecuencias a intenciones

📌 La falacia de la buena intención consiste en justificar una acción cualquiera usando como justificación central el propósito o intención que esa acción tiene. Es decir, la consecuencia o efecto que se piensa tendrá la acción valida a la acción misma.

La consecuencia que se cree tendrá la acción es la base de la justificación y defensa del acto a realizar.

El problema de pensar así debe ser claro ya. Consiste en un serio error en el cálculo de las consecuencias, las que han sido identificadas con las buenas intenciones.

Eso da como resultado la aprobación incondicional de lo que se piensa que tiene buenos objetivos. No importa que sea una locura o una idiotez.

La falacia de la buena intención: su esquema

Este modo erróneo de razonar puede ser explicado esquemáticamente.

  • La intención N es buena, un propósito loable. Es el efecto bueno que se busca.
  • La acción A, un acto a realizar o trabajo a realizar, el que sea.
  • La justificación de la acción A está basada solamente en la Intención N.
  • Por lo tanto, toda acción que tenga una buena intención está justificada sin más que considerar.

Es decir, la buena intención de cualquier acto o acción es, según esta falacia, suficiente como para aprobar esa acción.

📌 Si el objetivo de la acción es bueno, entonces la propuesta es buena y debe realizarse. La equivocación es obvia: ignora la calidad, validez y efectividad de la acción particular. No habría propuesta de acción que pudiera ser rechazada siguiendo esta forma de razonar.

Un ejemplo

Se propone la acción A, que es imponer aranceles a las importaciones. Esa medida tiene como buena intención N, la protección al empleo en las plantas productoras de bienes competidores de los extranjeros.

El asunto de importancia es el de la efectividad de los aranceles para lograr el objetivo. ¿Logrará eso o no y, más aún, tendrá efectos no intencionales negativos? Esto es lo vital. Su buena intención es irrelevante.


«Gran parte del mal de este mundo es causado por personas con buenas intenciones».

— T. S. Elliot

Los dos errores centrales

La falacia de la buena intención es un modo equivocado de razonar porque (1) conduce a la aprobación de cualquier acción porque ella tiene buenas intenciones. Un error colosal que ignora a la variable que de verdad importa, la calidad de la acción a realizar.

Además, (2) omite el cálculo de consecuencias imprevistas que son negativas. Esto es el examen de los efectos no intencionales que la acción tenga. Un ejemplo de buenas intenciones y efectos mal calculados está en Efectos no intencionales de la licencia de maternidad.

Ejemplos concretos

Viajemos al pasado, al siglo pasado. Por allí de finales de los años 50. En China. Su gobierno tiene una idea, el programa Gran Salto Adelante. Era un conjunto de decisiones de todo tipo con buenos propósitos.

La intención: prosperar por medio de la industrialización. Los resultados:

«La consecuencia más clara y más importante fue la muerte de millones de personas, que algunos historiadores cifran en incluso 30 millones, la mayoría de ellos niños muy jóvenes que apenas llegaban a los diez años de edad. Estos fallecimientos estuvieron provocados por la terrible hambruna que asoló el país». es.wikipedia.org

Vayamos ahora a Camboya. Por allá de la mitad de los años 70, en el siglo pasado. Tomó el poder Pol Pot y pensó en hacer lo mismo, implantar un programa que desarrollara un buena economía agraria. Fueron movilizadas, por la fuerza, millones de personas al campo. Sus resultados reales:

«Todas esas ensoñaciones derivaron en un régimen que quemó bibliotecas y arrasó las fábricas; que destruyó los vehículos a motor e instauró el carro de mulas como medio de transporte nacional; que prohibió el uso de medicamentos; y, sobre todo, exterminó a dos de los siete millones de camboyanos que poblaban el país. Entre las razones de las masacres, saber un segundo idioma o llevar gafas, un instrumento propio de los odiados intelectuales. Médicos, abogados, funcionarios… Todos fueron víctimas de su locura asesina». elcorreo.com

La intención era buena sin duda y lo que estos casos muestran es la falacia en toda su claridad. Las intenciones no sirven para justificar la acción concreta, cualquiera que ella sea.

El riesgo mayor de la falacia

Los dos casos anteriores muestran la mayor escala posible a la que puede llegar esta falacia. La intención de construir la utopía que el gobernante tiene en su mente.

Este es el riesgo mayor al que expone a la sociedad la falacia de la buena intención. El arribo al poder de alguien que tenga los más admirables propósitos y que use a estos para justificar la implantación de acciones sin sentido no examen. Lo que tiene dos facetas

El fin justifica los medios

Este intencionalismo hace aprobar sin examen la idea de que, por ejemplo, lograr la prosperidad del país, la economía se basará en la explotación de su petróleo. La intención de progresar es buena, pero la acción a tomar es al menos cuestionable y no puede ser aprobada sinn examen.

La justificación del medio preferido

Si la intención es el crecimiento de la economía, por ejemplo, la persona que prefiera el aumentar impuestos justificará su propuesta. Pero lo mismo hará quien prefiera reducirlos. Es decir, uno de ellos tiene razón, pero no los dos.

La historia de unas monedas de oro

La historia fue tomada del libro de Steven E. LandsburgThe Armchair Economist: Economics and Everyday Life (New York: Free Press, 1995), 29.

En un buque los marineros guardan sus monedas de oro en cajas individuales de las que solo cada uno tiene llave. Cada marinero conoce el número de monedas que tiene.

Debido a una tormenta se abren todas las cajas y las monedas caen al suelo dentro de una habitación cerrada. ¿Cómo devolver a cada marinero las monedas que tenía antes del accidente? Nadie sabe lo que tienen los otros, pero sí lo suyo.

El lector puede ponerse en el lugar del capitán y diseñar un modo de lograr esa buena intención —la de que cada quien obtenga lo que originalmente era de su propiedad. ¿Qué puede hacer el capitán?

Un capitán ingenuo con buenas intenciones

El capitán ingenuo de solamente las buenas intenciones querrá devolver a cada marinero el número de monedas que cada marinero poseía. No considera nada más que esas buenas intenciones.

Lo que sea que haga seguramente fallará. Si decide tomar como buena la palabra de cada marinero se expondrá al riesgo de mentiras. Los marineros en esta situación, especialmente los primeros tendrán un incentivo para mentir y que el capitán ha ignorado.

Un capitán sagaz con buenas intenciones

El capitán sagaz también tiene buenas intenciones pero piensa en las motivaciones de los marineros. Usando incentivos hará que cada marinero recupere lo suyo. Para él, las buenas intenciones no bastan.

Puede hacer algo como esto: ordenar a cada marinero que escriba en un papel el número de monedas de oro que poseía en su caja individual. Toma los papeles y hace la suma de esas cantidades.

Pero antes de que escriban ese número les dice, «Si la suma de los números de esos papeles no coincide con el número de monedas contadas las arrojaré al mar».

La lección

El punto que he deseado resaltar es el contraste que existe entre (1) guiarse solamente por los buenos propósitos y las admirables intenciones y (2) guiarse a las buenas intenciones poniendo atención en los medios a usar —los incentivos en el caso descrito.

La amenaza de tirar por la borda a las monedas motivará a todos a decir la verdad y esto es mejor que confiar ciegamente en la palabra de todos.

Esta es la lección que desafortunadamente se olvida con frecuencia. La falacia de la buena intención se comete una y otra vez, especialmente en política

Por ejemplo, un aumento del salario mínimo persigue combatir la pobreza. Esa es una buena intención y solamente eso, y no puede lógicamente aprobar a ese el medio lograr su propósito.


«El mal que hay en el mundo proviene de la ignorancia y de las buenas intenciones y puede hacer tanto daño como la maldad si carecen de entendimiento».

— Albert Camus

Un gobernante inquieto y lleno de buenas intenciones

Observe ahora a ese inquieto gobernante, lleno de buenas intenciones, que recibe un dato de sus allegados.

«El país tiene un déficit comercial de madera, importa la mitad de la madera que necesita el país», le informan. Con la alarma como compañera constante y las buenas intenciones como amigas persistentes, el gobernante entra en el estado de alarma acostumbrado cuando recibe datos económicos.

«¡Hay que hacer algo, necesitamos ser autosuficientes en madera. No podemos depender del extranjero. Importamos la mitad de lo que necesitamos!», exclama y hace una declaración a los medios. Es una cuestión de supervivencia nacional producir madera en el país.

La acción a seguir, un plan nacional

Y, por supuesto, propone un plan: se sembrarán árboles en diversas partes del país, se darán subsidios e incentivos fiscales a esa actividad, el gobierno coordinará los esfuerzos y dará los permisos.

La meta es ser autosuficiente en madera y evitar la salida de divisas al extranjero, dando empleo a los nacionales y ayudando a la soberanía. Sin duda buenas intenciones.

Se crea una nueva unidad burocrática, la Dirección de Autosuficiencia Maderera y se emplean a varias centenas de personas quienes darán los permisos, distribuirán los subsidios y validarán los incentivos fiscales. En unos años el país será autosuficiente en madera.

Un gobernante inteligente y lleno de buenas intenciones

El gobernante sagaz conoce a la falacia de la buena intención y se comportaría usando algunas reglas mentales. Quizá las siguientes.

Primero, rogaría que sus allegados no le den más información económica. Con más datos va a crear más programas y propuestas que engrosarán a la burocracia y aumentarán el gasto público, sin garantía adicional a la de buenas intenciones (mal sustentadas).

Segundo, rogaría que alguien que sepa del tema, le mostrara el significado de la balanza comercial y su déficit, para que no justificara sus ideas con solamente sus buenas intenciones.

📌 Tercero, suplicaría a alguien que le enseñara el concepto de costo de oportunidad: lo que él dedicará a la siembra de árboles serán recursos que tiene que retirar de otras actividades que pueden resultar mucho más productivas que sembrar madera.

Es muy posible que a todos convenga dedicarse a sembrar aguacates y exportarlos, o producir automóviles, o lo que sea.

Comparativamente es muy real la posibilidad de que en el país convenga más producir otras cosas y no madera. Con lo obtenido exportando, por ejemplo, espárragos, piezas para autos, computadoras, se podrá importar la madera teniendo un resultado final mejor.

Es la idea de las ventaja comparativa, que rogaría a alguien que le explicara a ese político con tan buenas intenciones.

Cuarto, rogaría que alguien le hiciera cuentas al gobernante, porque es muy probable que la madera que se produzca en el país con su plan sea más cara que la importada. Especialmente cuando se le añadan los costos de más burocracia y más gasto público.

Buenas intenciones no bastan

El déficit en importación de madera, en sí mismo, nada significa y decidir sobre ese dato como una información aislada de todo, llevará a una economía frenada.

Es la situación en la que un gobernante recibe un dato cualquiera y como el perro de Pavlov reacciona de inmediato viendo un problema que él puede resolver interviniendo en la economía. Buena intención y mala idea.

Eso hace tentadora la idea de Sir John James Cowperthwaite, para Hong Kong: no tener estadísticas nacionales para no presentar tentaciones a los gobernantes.

Es muy posible que lo que el gobernante percibe como un problema que amerita su intervención, no lo sea en realidad. O lo que muy probablemente suceda, es que el problema pueda resolverse mejor dejando que las personas lo solucionen con sus propias ideas e iniciativas.

Si alguien cree que será un buen negocio el sembrar árboles y vender madera mejor y más barata que la importada, que lo haga y arriesgue su propio dinero. Las personas, en su conjunto, saben mucho más que el gobernante.

En su fondo, el problema general es el de un gobernante (1) con buenas intenciones y (2) sin información suficiente para tomar una buena decisión. Una mezcla explosiva que frena a las economías de todas partes.

La idea de cancelar exportaciones de madera se propuso en EEUU, pero también en México.

En resumen

La falacia de la buena intención es un modo equivocado de razonar porque establece que toda acción es justificable por tener propósitos buenos. Su error es olvidar examinar la calidad, efectividad y bondad de la acción propuesta.


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[Actualización última: 2023-06]