Es así que en las tres lecturas del 19 Domingo Ordinario (ciclo C) encontramos un mensaje de Dios que es muy claro. Nos tiene Él prometida una vida posterior a esta, esa patria mejor, el cielo y su eterna compañía. Es la promesa de Dios y nos pide creer en ella, aceptarla sin condiciones.

Primera lectura

La primera de las lecturas del c19 Domingo Ordinario (ciclo C) es del libro de la Sabiduría (18, 6-9) y en su brevedad deja un mensaje de esperanza y de fe.

Dice, «La noche de la liberación pascual fue anunciada con anterioridad a nuestros padres, para que se confortaran al reconocer la firmeza de las promesas en las que habían creído».

Es la situación de la persona que cree en la promesa hecha, que tiene fe en la palabra de Dios y que al llegar el momento en el que ella se cumple, siente un gozo inmenso.

Esta lectura hace las veces de introducción al tema del evangelio.

Evangelio

Narra en el evangelio de este 19 Domingo Ordinario (ciclo C), de San Lucas (12, 32-48), la situación en la que Jesús profundiza sobre el tema de la fe y lo lleva a palabras muy específicas.

En esta lectura hay una enorme cantidad de elementos que tienen un mismo denominador, el de la fe traducida en acciones concretas.

Lucas reproduce las palabras de Jesús,

«… acumulen en el cielo un tesoro que no se acaba… Estén listos, con la túnica puesta y las lámparas encendidas. Sean semejantes a los criados que están esperando a que su señor regrese… Dichosos aquellos a quienes su señor, al llegar, encuentra en vela…»

Jesús parece querer dejar esto muy claro e insiste en ello con dos parábolas.

En la primera cuenta del padre de familia que obviamente no sabe la hora en la que puede venir un ladrón. Si lo supiera, poco esfuerzo necesitaría para vigilar su casa.

Igual que este padre de familia, debemos estar siempre al pendiente, siempre vigilantes.

En la segunda, cuenta del criado a quien su señor encarga sus bienes y tiene dos posibles conductas. La del administrador prudente a quien su amo de regreso encuentra ocupado en sus menesteres o la del siervo a quien el amo encuentra mal administrando esos bienes que le fueron encargados.

Las dos lecturas muestran un hilo común con varios elementos que están ligados entre sí.

Dios nos ha dado su palabra sagrada, Él regresará y nos pide creer en esa promesa. Es decir, nos pide fe, nos solicita creerle y por eso tener esperanza.

Pero la cosa no queda allí, y lógicamente al tener fe debemos también actuar en consecuencia y esperar ese regreso de nuestro Señor sin saber cuándo sucederá.

Por eso debemos estar siempre vigilantes y pendientes, porque en realidad, esa es nuestra vida, la de una existencia que es la espera de Dios, la esperanza en Dios.

¿Cómo esperarle? La respuesta es clara, comportándonos como ese administrador que ha sido puesto por su amo al frente de la servidumbre, con la responsabilidad de distribuirles a tiempo sus alimentos, haciéndolo con prudencia.

Esa es la conducta que Dios nos pide tener y, más aún, nos previene con palabras fuertes al final de esta lectura, «Al que mucho se le da, se le exigirá mucho y al que mucho se le confía, se le exigirá mucho más».

Segunda lectura

San Pablo en su carta a los hebreos, la segunda lectura de este 19 Domingo Ordinario (ciclo C), (11, 1-2.8-19) penetra en esta misma idea y nos da una admirable definición de fe, «… es la forma de poseer… lo que se espera y de conocer las realidades que no se ven…»

Quizá no haya mejor definición de fe que esta, que implica no sólo creer, sino tener en nosotros la certeza de lo que viene, la seguridad de las cosas que no es posible tocar, ni ver.

Pablo, insiste en esta definición acudiendo a casos del Antiguo Testamento. Fe es obedecer al Señor saliendo de una tierra conocida a otra, desconocida, confiando sin chistar en la palabra de Dios.

Mediante la fe Sara concibió un hijo a una edad en la que cualquiera hubiera pensado que era imposible. Fe es obedecer a Dios quien pide sacrificar a Isaac el hijo.

De estos casos, Pablo escribe un pensamiento maravilloso, dice que estos personajes «reconocieron que eran extraños y peregrinos en la tierra… claramente… van en busca de una patria… ansiaban una patria mejor: la del cielo…»

En conjunto

Es así que en las tres lecturas del 19 Domingo Ordinario (ciclo C) encontramos un mensaje de Dios que es muy claro. Nos tiene Él prometida una vida posterior a esta, esa patria mejor, el cielo y su eterna compañía. Es la promesa de Dios y nos pide creer en ella, aceptarla sin condiciones.

En otras palabras, se trata de confiar en Dios y las palabras que nos ha dejado en estas lecturas.

Pablo pone esto en una frase preciosa. Hablando de Abraham, de Sara, de Isaac, dice que «Por eso Dios no se avergüenza de ser llamado su Dios, pues les tenía preparada una ciudad».

Esta ciudad es la recompensa final de nuestra vida, la vida eterna.

Claro que ahora nos queda ver cómo llegar a esa vida eterna y en esto Dios nos habla con igual claridad. Debemos vivir pendientes, siempre vigilantes, no sea que en un momento más aparezca el amo y nos exija cuentas en ese instante.

Puesto de otra manera, no podemos darnos el lujo de descuidarnos pensando que el futuro lo tenemos asegurado, como el caso del que cosecha grandes cantidades en el evangelio del domingo pasado y piensa que el resto de su vida vivirá bien ignorando que esa misma noche morirá.

Y así debemos vernos a nosotros mismos, como peregrinos en esta tierra, en una vida temporal que es como un camino atento a nuestra meta final. Con la fe necesaria para no descuidarnos y sabiendo que llegará ese día en el momento menos esperado.