Las tres lecturas de este 27 Domingo Ordinario (ciclo C), se puede decir, son como los tres actos de una obra de teatro. En el primer acto, tenemos la situación de una persona desesperada, que clama a Dios que le oiga, pues en su derredor cunde el mal.

Primera lectura

En la primera lectura de este 27 Domingo Ordinario (ciclo C), Habacuc (1, 2-3;2, 2-4) hay claramente dos párrafos con dos ideas centrales.

En el primero, se oye el lamento de un siervo de Dios, que implora. Dice, «¿Hasta cuándo, Señor, pediré auxilio sin que me escuches… sin que vengas a salvarme?»

La causa del lamento tan fuerte es la «violencia que reina» alrededor, «la injusticia» y «la opresión», además de «asaltos y violencias», «rebeliones y desórdenes».

Es un grito de desesperanza y de lloro, de quien ve en torno suyo reinar al mal.

Pero ante eso, el segundo párrafo menciona las palabras de Dios que ordena escribir con claridad lo que él dice, para que pueda ser leído. Dice,

«Es todavía una visión de algo lejano, pero que… no fallará; si se tarda, espéralo… El malvado sucumbirá sin remedio; el justo, en cambio, vivirá por su fe».

La palabra clave aquí es «fe». Dios mismo manda palabras de consuelo: ante el mal que vemos a nuestro alrededor.

No hay que desesperarse porque al final se dará eso, cuando «El malvado sucumbirá sin remedio; el justo, en cambio, vivirá por su fe». Tú, que has sido bueno y justo serás premiado.

Evangelio

El evangelio de este 27 Domingo Ordinario (ciclo C), de Lucas (17, 5-10) trata el mismo tema, el de la fe.

En su inicio, los apóstoles piden a Jesús que les aumente la fe y ante eso, él dice, «Si tuvieran fe, aunque fuera tan pequeña como una semilla de mostaza, podrían decir a ese árbol… «arráncate de raíz y plántate en el mar», y los obedecería».

Más claro no puede ser ese mensaje que Jesucristo quiere dejarnos. La fe es poderosa y fuerte, nada la iguala. Quien tiene siquiera un poco de fe, tiene gran poder.

En la parte siguiente del evangelio, Jesús usa una historia para dejarnos una lección. Es la historia de un amo y su siervo.

Después de trabajar el siervo llega a la casa de su amo y en ese momento se plantea la pregunta. ¿Va el amo a decirle al siervo que se siente y coma? ¿O va a ordenarle que primero le sirva a él la comida?

Se plantea así un asunto de deberes y de obligaciones, de nuestros deberes ante Dios. Y al cumplirlos debemos entender que «No somos más que siervos, sólo hemos hecho lo que debíamos hacer».

Y eso que debemos hacer es tener fe en Dios, incluso en momentos de desesperación, cuando veamos en torno nuestro señorear el mal.

Fe en nuestro «amo». Fe en esa «visión de algo lejano, que no fallará». Fe que no sólo puede mover árboles, sino que hace algo mucho mejor, nos salva y lleva a la vida eterna.

Tener fe es eso mismo que dice el salmo responsorial en otras palabras, «Dichoso el que teme al Señor», porque en alguna medida tener fe es eso, tener respeto y humildad, para así creer sin duda en lo que Dios nos dice.

Segunda lectura

En la segunda lectura del 27 Domingo Ordinario (ciclo C), la epístola segunda a Timoteo (1, 6-8. 13-14), Pablo nos habla de reforzar eso que Dios nos ha dado.

No un espíritu de temor, «sino de fortaleza, de amor y de moderación». Por el que debemos «dar testimonio de nuestro Señor».

Esto es como un paso siguiente que debemos dar. No quedar satisfechos con tener fe sino también dar ejemplo de ella a otros, es decir, ser testigos de Dios.

Con nuestra propia fe, ser muestras de Dios ante los demás, aún en medio de situaciones desesperadas cuando prevalezca la injusticia, la opresión y la violencia.

En conjunto

Las tres lecturas de este 27 Domingo Ordinario (ciclo C), se puede decir, son como los tres actos de una obra de teatro. En el primer acto, tenemos la situación de una persona desesperada, que clama a Dios que le oiga, pues en su derredor cunde el mal.

Y, al hacer ese lamento, Dios le habla diciendo, ten fe y escribe eso para que otros lo sepan también, al final de los tiempos cada quien recibirá su merecido. Le previene además que eso sucederá sin falla, pero que será algo lejano.

En el segundo acto, se hace una súplica al Señor, se le pide que aumente la fe de sus siervos y el Señor responde mencionando la tremenda fuerza de la fe al mismo tiempo que afirma que la fe es una obligación nuestra; es el respeto a la palabra del amo.

Y en el tercer acto, se nos dice que la fe que tengamos debe ser llevada a otros, que no basta con quedarnos nosotros con esa fe, que hay que ser testigos de ella, que hay que dar testimonio de Dios.

Sin duda en todas las épocas y todos los tiempos ha habido esa ocasión de desesperanza y de pesimismo cuando vemos lo que sucede a nuestro alrededor.

Al menos desde los tiempos de Habacuc podemos ver eso, la desilusión de quien creyendo en Dios voltea y ve alrededor suyo un ambiente de maldad, injusticia y violencia. Ante lo que sin duda un buen creyente se exaspera y clama a Dios, incluso gritando, cómo es que eso puede suceder. Es esta una reacción humana y natural del hombre piadoso.

Y, desde luego, Dios entiende eso reconfortándonos con un mensaje que desea dejar muy claro. Nos dice que debemos tener fe, que debemos creer en su palabra, la que promete al final de los tiempos el castigo de los malvados y la salvación de quienes han tenido fe en Dios.

Ante esto, desde luego, debemos llevarnos de este domingo un mensaje muy claro y simple: cuando veamos que en nuestros tiempos cunde el mal no debemos desesperar, al contrario, debemos mantener nuestra fe sin sucumbir a las presiones que nos lleguen.

Pero hay otro mensaje. No nada más debemos ser cada uno de nosotros en lo individual quienes tengamos fe, sino que también debemos llevar esa fe a los demás. No debemos contentarnos con tener una fe muy sólida personal, sino que debemos ir más allá y llevar esa fe a otros para que tampoco sucumban ellos a lo que a su alrededor sucede.