La idea central es una muy sencilla en todas estas lecturas del 29 Domingo Ordinario (ciclo C). Es la idea de orar, es decir, de estar cerca del Señor. Recordar esto es especialmente importante en momentos en los que la oración da la apariencia de ser una acción improductiva y ociosa, cuando en la realidad es exactamente lo contrario.

Primera lectura

En la primera lectura del 29 Domingo Ordinario (ciclo C), la del Éxodo (17, 8-13), se nos cuenta una historia de apariencia muy primitiva e incluso simplista.

En una situación de guerra, el pueblo de Israel se ve protegido por Dios a través de Moisés, quien en lo alto de un monte puede ver el campo de batalla e implorar a Dios por la victoria. Pero sucede una cosa, un tanto ingenua.

Cuenta, «… y sucedió que, cuando Moisés tenía las manos en alto dominaba Israel, pero cuando las bajaba», dominaban los contrarios.

Cansado Moisés de tener levantadas las manos, sus acompañantes le sostuvieron los brazos y de esta manera, «Moisés pudo mantener en alto las manos hasta la puesta del sol» logrando la victoria para el pueblo del Señor.

La imagen visual es poderosa e ilustra cómo el acudir a Dios es ocasión para ver su bondad, que es lo que justamente dice el Salmo Responsorial, «Muéstrate bondadoso con nosotros, Señor».

Las manos en alto de Moisés son una imagen del hombre que está en comunión con Dios y a quien el Señor muestra su bondad siempre que ese hombre permanezca fiel.

Más aún, la ayuda que recibe Moisés de sus compañeros es otra buena figura de la mutua ayuda que nos debemos todos, para ayudarnos manteniendo la fe cuando alguno decae.

La sencillez de la narración es engañosa y puede verse como un truco de magia cuando se examina superficialmente. Pero es el fondo lo que debe verse. T

ener las manos levantadas hacia Dios es señal de fe en él, de cercanía con Dios y de lo que eso produce, ser objeto de la bondad divina.

Evangelio

Eso precisamente es lo que trata el evangelio del 29 Domingo Ordinario (ciclo C). En Lucas (18,1-8), Jesús hace un llamado fuerte y directo, equivalente al tener las manos levantadas a Dios, que es una forma de oración.

Dice Jesús que debemos orar siempre y que debemos hacerlo sin desfallecer, igual que Moisés en el monte viendo la batalla que se libraba porque, de cierta manera, es posible entender nuestra vida como una batalla también, en la que la victoria se inclina hacia nuestro lado cuando oramos, pero la perdemos en cuanto dejamos de orar.

La parábola narrada en el Evangelio, cuenta la historia de dos personajes, un juez y una viuda.

El juez es un hombre «que no temía a Dios ni respetaba a los hombres». La viuda, por su parte, tenía un asunto pendiente con el juez al que con frecuencia e insistencia pedía atención para sus asuntos, quería que el juez hiciera justicia en su caso.

Podemos imaginar con facilidad la situación. Un juez que no hace caso y una viuda que reclama con insistencia. Hasta que llega un día de hartazgo y el juez decide, por cansancio no por piedad, hacerle caso a la viuda. No quiere ya que ella le siga molestando.

Y de allí Jesucristo nos habla con un sentido común apabullante. Dice, «Si así pensaba el juez injusto, ¿creen ustedes acaso que Dios no hará justicia a sus elegidos, que claman a el día y noche, y que los hará esperar? Yo les digo que se hará justicia sin tardar».

Si quien sin amar, por hartazgo de insistencia concede la petición, que no hará Dios con quien el ama. Surge de nuevo aquí eso que dice el Salmo Responsorial, «Muéstrate bondadoso con nosotros».

Hay paralelos entre la viuda y Moisés, pues ambos tienen peticiones. Moisés, con sus manos en alto, ilustra la cercanía con Dios que la oración nos da. Y la viuda, en esa parábola, es imagen del llamado de Jesucristo para orar siempre sin desfallecer.

Y en ambas narraciones, además, se ve la bondad divina al verse favorecido con la petición solicitada. A lo que debe añadirse otro elemento vital, el amor de Dios hacia nosotros. ¿Negará un padre que ama a sus hijos los favores que ellos le piden?

Segunda lectura

En la segunda lectura del 29 Domingo Ordinario (ciclo C), la segunda carta a Timoteo (3, 14-4, 2), Pablo amplía las cosas y nos reafirma a las Sagradas Escrituras.

Ellas dan «dan la sabiduría que, por la fe en Cristo Jesús, conduce a la salvación… está inspirada por Dios y es útil para enseñar, para reprender, para corregir y para educar en la virtud…»

Es un muy buen recordatorio de cómo debemos entender a las Sagradas Escrituras, que son la palabra de Dios.

Sí, esa narración de Moisés y sus manos en alto, la parábola de la viuda insistente y todo lo demás es un mensaje directo de Dios.

Pablo, cuyas epístolas también son de inspiración divina, dice al final de esta lectura a Timoteo, que anuncie su palabra, «insiste a tiempo y a destiempo; convence, reprende y exhorta con toda paciencia y sabiduría».

Es una orden clara, que podemos o no obedecer, pero que es imposible de ignorar.

Y está orden de insistir, convencer, reprender y exhortar, en todo momento, trae a la mente la narración de Moisés. Cansado de mantener los brazos en alto dirigidos al Señor está a punto de bajarlos cuando recibe la ayuda de sus compañeros que le mantienen las manos levantadas.

Es una encantadora ilustración de eso que escribe Pablo, cuando pide que nosotros anunciemos la palabra de las Sagradas Escrituras. Con nuestras insistencias y exhortos ayudaremos a los demás a mantenerse cerca de Dios, en oración, sin desfallecer… y lo mismo harán los demás cuando seamos nosotros quienes se debiliten.

En conjunto

La idea central es una muy sencilla en todas estas lecturas del 29 Domingo Ordinario (ciclo C). Es la idea de orar, es decir, de estar cerca del Señor. Recordar esto es especialmente importante en momentos en los que la oración da la apariencia de ser una acción improductiva y ociosa, cuando en la realidad es exactamente lo contrario.

Nada, ningún otro acto de nuestra vida, será mayor en importancia que el orar. Ninguno, absolutamente ninguno.

Con Moisés es la imagen de los brazos en alto, con la viuda es la imagen de la frecuencia con la que debemos hacerlo. Sí, nuestras oraciones deben ser frecuentes, e insistentes, con el corazón cerca de Jesucristo y entendiendo que nada hay más grande que eso en nuestras vidas, nada.

Porque de ahí se deriva todo. Orando, que es estar cerca de Dios, lograremos todo lo demás. Sin orar, nada lograremos. Y esto es muy claro en los evangelios, en los que se muestra con gran frecuencia a Jesucristo orando al Padre, especialmente antes de los mayores acontecimientos.