El conjunto de las tres lecturas del 33 Domingo Ordinario (ciclo C) es parte de la idea de la resurrección. La idea central es la misma, llegará ese momento inevitable, el día de la rendición de cuentas ante Dios, cuando serán separados los malos de los que han dado testimonio de Dios.

Primera lectura

Si las lecturas del domingo anterior tienen como gran tema el de la resurrección, el de los escritos de este domingo son una continuación natural que presenta el primero de ellos.

Malaquías (3, 19-20), en la primera lectura del 33 Domingo Ordinario (ciclo C), inicia con la sentencia que dice, «Ya viene el Señor». A la que añade un pensamiento con el que estamos muy familiarizados.

En Malaquías se hace esa distinción fuerte entre quienes han sido respetuosos del mandato divino y quienes no lo han sido. Dice concretamente que, «todos los soberbios y malvados serán como la paja. El día que viene los consumirá, dice el Señor…, hasta no dejarles ni raíz ni rama».

En cambio, para «los que temen al Señor, brillará el sol de justicia, que les traerá la salvación…»

En el momento de la llegada del Señor se dará eso que ahora está de moda y que se llama rendición de cuentas. Por un lado los malvados, por el otro los que temen al Señor.

Llama poderosamente la atención la mención de los «soberbios» como algo explícito en Malaquías y contrastado con aquellos que temen al Señor y es que si lo pensamos bien, quien no teme a Dios, quien no le reconoce, quien no lo acepta como su Creador, está en realidad cometiendo un acto de soberbia.

Evangelio

Por su parte, el evangelio del este 33 Domingo Ordinario (ciclo C), de san Lucas (21, 5-19) trata el mismo tema, el del día final.

La narración es realmente impresionante. Inicia con la admiración que muchos sienten cuando ven el templo y lo que lo adorna.

Podemos imaginar eso fácilmente cuando contemplamos alguna catedral antigua que nos impresiona y maravilla. Precisamente en ese momento Jesús llama nuestra atención y dice, «Días vendrán en que no quedará piedra sobre piedra… todo será destruido».

Es claramente un llamado a nosotros, para que pongamos atención en lo importante y no en lo que no durará. Desde luego, ante tal idea, lo más humano es la curiosidad y es así que se le pregunta a Jesús lo obvio, cuándo sucederá eso, cómo sabremos que va a suceder.

Es entonces cuando Jesús responde con palabras que no son fáciles. Dice,

«Cuídense de que nadie los engañe, porque muchos vendrán usurpando mi nombre… no les hagan caso. Cuando oigan hablar de guerras y revoluciones, que no los domine el pánico porque eso tiene que acontecer, pero todavía no es el fin».

Otra llamada de atención que nos hace: habrá quienes quieran hacerse pasar por Jesús, habrá tiempos difíciles, pero eso no es el fin. Parece que nos dice que sencillamente ésa será nuestra vida.

A eso añadió,

«Se levantará una nación contra otra… habrá grandes terremotos, epidemias y hambre, y aparecerán en el cielo señales prodigiosas y terribles. Pero antes de todo esto los perseguirán a ustedes y los apresarán; los llevarán a los tribunales… por causa mía. Con esto darán testimonio de mí… Los traicionarán hasta sus propios padres, hermanos, parientes y amigos…»

Ante estas palabras tan fuertes podemos tener una actitud de miedo intenso. Sin embargo, ante ellas es mucho mejor tener otra disposición. En lugar de padecer miedo y turbación, veamos el otro lado.

Y ese otro lado es maravilloso y tranquilizador. Dice Jesús que si ante esos sucesos damos testimonio de él, no tendremos que preparar de antemano nuestra defensa, «porque yo les daré palabras sabias, a las que no podrán resistir ni contradecir» nuestros enemigos.

Más aún, dice Jesús que «no caerá ningún cabello de la cabeza de ustedes. Si se mantienen firmes, conseguirán la vida».

Segunda lectura

La segunda lectura del 33 Domingo Ordinario (ciclo C), de Pablo (2Tes 3, 7-12) es famosa por esa frase muy conocida, «El que no quiera trabajar que no coma».

Para entender esta frase dentro del contexto de las lecturas de hoy, debemos ir bastante más allá de esa primera impresión que la frase puede causar.

Lo que hace el apóstol es contrastar una situación. Por un lado, él se pone de ejemplo diciendo que él mismo se ha puesto a trabajar, para no ser una carga, que no quiso depender de nadie, incluso cuando podía haber reclamado algún sustento.

Esta humildad de conducta es comparada con su opuesto, cuando habla de que «… algunos de ustedes viven como holgazanes, sin hacer nada… que se pongan a trabajar en paz para ganarse con sus propias manos la comida».

Es un llamado al trabajo que conduce a una recompensa, el pan. Y es aquí irresistible el comparar ese pan con la recompensa final de quienes temen al Señor, de los que no son soberbios, de los que trabajan dando testimonio de Jesús, de los que se mantienen firmes. Todo para conseguir ese pan de vida futura.

En resumen

El conjunto de las tres lecturas del 33 Domingo Ordinario (ciclo C) es parte de la idea de la resurrección que también tienen los textos del domingo anterior. La idea central es la misma, llegará ese momento inevitable, el día de la rendición de cuentas ante Dios, cuando serán separados los malos de los que han dado testimonio de Dios.

La sola mención de esto, sin duda, causa turbación y desasosiego. Es natural que lo haga. No es una realidad placentera si se examina superficialmente.

Pero sucede que es en verdad una realidad placentera, es la culminación de nuestra vida, es la razón por la que hemos sido creados, es el dejar esta vida terrenal y entrar en la vida eterna.

Como dice el salmo de hoy, «Regocíjese todo ante el Señor porque ya viene a gobernar el orbe. Justicia y rectitud serán las normas, con las que rija a todas las naciones».

Lejos de ser motivo de miedo, es causa de alegría, de la mayor de las alegrías que podemos tener.

Más aún, coincide eso con algo que decimos en nuestras oraciones, cuando al pronunciar el Padre Nuestro decimos, «venga a nosotros tu reino». Es eso por lo que oramos todos los días y que deseamos ver cumplido.

¿Qué es entonces lo que nos puede causar miedo al pensar en esto? La única respuesta lógica es nuestra propia conducta y el creer que no somos dignos de esa salvación, de esa vida eterna junto a Dios. Eso es lo único que puede atemorizarnos.

De lo que podemos concluir que la manera de quitarnos ese desasosiego es esa misma de la que nos habló Jesús, dar testimonio de él.

Y es seguro y cierto que, por eso, cada vez que demos testimonio de Jesús con acciones concretas que realicemos, ese miedo irá poco a poco disminuyendo hasta dejar de ser miedo y convertirse en amor por Jesús.