Lecciones sobre la concentración del poder, un peligro político eterno. Eso se ilustra en las siguientes historias que resumen ideas aprendidas de la práctica y que suelen olvidarse en la academia. Fábulas con moraleja política que narrann experiencias y sentido común.

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La fábula de las palomas (y la moraleja política obvia)

La sociedad de palomas vía próspera y tranquila, sin amenaza ni riesgos importantes, cuando un cierto día apareció en el bosque un milano, esa ave aficionada a capturar animales pequeños, entre ellos, palomas.

El milano trastornó la, hasta ese entonces, tranquila existencia de la sociedad de palomas.

Tal fue el problema que las palomas decidieron, en un conciliábulo, buscar protección fuera de su comunidad. Se propusieron varias medidas, y se pusieron a votación. La más votada fue un llamado de protección externa: llamarían a otra ave, una gran enemiga de los milanos.

Buscaron en el bosque y encontraron que un águila muy grande, la llamada pigargo. Tenía ella una larga enemistad con el milano y prometió ayudar a las palomas. Dijo que llegaría al día siguiente y lo hizo. El pigargo se instaló en la sociedad de palomas, lo que hizo que el milano se alejara yendo a otras partes del bosque.

Sin embargo, el pigargo siguió viviendo entre las palomas y ellas terminaron por darse cuenta de que el pigargo

«[…] hacía mucho más estragos y matanzas en un día, que lo que haría un milano en un año». Grimm, Jacob Ludwig Karl. 350 Cuentos y Fábulas Que Debes Leer Antes De Morir (Golden Deer Classics) (Spanish Edition) . Oregan Publishing. Kindle Edition.

La fábula de los pastores (y la moraleja política clara)

Más o menos igual que otra historia, la de los pastores que usaban con mucho éxito a varios perros para cuidar a sus rebaños. Frustrados, los lobos, que no podían acercarse a las ovejas debido a esos perros, decidieron usar su astucia y mandaron un embajador a los pastores.

Usaron los servicios de la zorra, el animal más astuto que pudieron encontrar y le dieron la misión de ir con los pastores y disuadirlos de deshacerse de los perros. Si tenía éxito, recibiría una recompensa. Y así fue que la zorra se presentó ante los pastores y les expuso un mensaje claro.

En medio de un lenguaje elegante y convincente, lleno de palabras elegantes, la zorra dijo que eran los perros los causantes de todos los problemas que ellos tenían el origen de la violencia y las enemistades entre lobos y pastores; que sin los perros, todos vivirían en eterna armonía dentro de ese proyecto de nación.

Tal fue el poder persuasivo de la zorra que los pastores, pensando en una utopía de paz ininterrumpida, decidieron por mayoría deshacerse de los perros. Un cierto día llegaron sin ellos. Los lobos, entonces, pudieron aprovecharse del rebaño y comieron hasta hartarse.

Mientras comían, llegó la zorra y pidió su recompensa. Después de todo, sin su verborrea, los perros no se hubieran ido. Como respuesta, los lobos rodearon a la zorra y ella fue su postre.

Pausa: la moraleja política de las fábulas infantiles

Las dos historias cuentan una historia política: nunca conviene la concentración del poder. Los perros eran el poder que balanceaba el poder de los lobos. Y las palomas cometieron el error de concentrar el poder aún más, en una ave más grande y peligrosa, sin darse cuenta que ese poder sería abusado.

Curioso es que esta lección contada en fábulas que tienen siglos no hay asido asimilada y aún hoy en día se piense que concentrar, incluso por mayoría de votos, el poder político es un remedio conveniente. No, nunca lo es.

Más fábulas con moraleja política: el león y el asno salvaje

En un cierto lugar en el que la caza no era abundante, dos carnívoros padecían sus efectos, hasta que un cierto día por la tarde se encontraron cara a cara.

aesops fables Milo winter 1919 ill the lion and the assEl león y el asno «aesops fables Milo winter 1919 ill the lion and the ass» by janwillemsen is licensed under CC BY-NC-SA 2.0

El león vio al asno salvaje y de inmediato pensó que podría estar frente a un suculento platillo. Pero no hizo nada, ya que sabía de la velocidad que esos animales poseen: sería en vano tratar de alcanzarlo.

El asno, por su parte, no se movió. Al contrario, siendo un animal con muchas ideas alocadas, de las que los demás animales se burlaban, se dirigió al león.

Una vez ya muy cerca de él, le habló: «Señor león, rey de estos contornos y alrededores, loada sea su alteza, la que espero tenga oídos para la idea que he tenido». Y así comenzó la propuesta del asno.

Con su velocidad, el asno salvaje podía alcanzar a otras de las bestias, conducirlas hasta el paraje en el que el león estuviera escondido y así, permitir que el león las matara.

Con mucha parsimonia, el león escuchó la propuesta, juzgándola adecuada. Era una idea que aprovechaba las mejores facultades de cada uno de ellos. El asno salvaje era veloz, rápido, ágil, de reacciones inmediatas. Y el león, por su parte, aunque de menos velocidad y reflejos más lentos, tenía una fuerza poderosa y una mandíbula mortal.

El león aceptó la propuesta y ambos acordaron que al día siguiente se encontrarían muy temprano al lado del río para de allí emprender la caza. Eso hicieron precisamente. Acudieron a una zona en la que eran menos escasos los animales, y comenzaron su tarea. El león se escondió en un paraje no muy lejano y el asno hizo lo suyo.

Fue el asno salvaje en busca de otros animales a los que asustó con sus brincos descomunales y llevó hasta el escondite del león. Hizo lo mismo tres veces y las tres el león pudo matar a las presas. Cansados ambos con el calor del mediodía decidieron suspender sus trabajos y repartirse los tres animales cazados.

El león comenzó a hablar: «Señor asno, he aquí el fruto de nuestros esfuerzos. Tomaré a las presas y las dividiré en tres partes, que son cada uno de estos ciervos que hemos cazado. El primero de ellos me corresponde a mí como parte de los honores que se me deben por ser el rey de la selva».

El asno, aún con esas palabras, brincaba de gusto. El león siguió hablando: «La segunda parte, es decir, este otro ciervo, es mío y me es de justicia tomarlo como retribución a mis esfuerzos durante nuestra cacería».

El asno, viendo al tercer ciervo, babeaba con anticipación, pero el león siguió hablando: «Veamos ahora esta tercera parte de nuestra cacería y que se ve muy apetitosa en verdad. Os digo ahora, y haréis bien en creerme, que esa parte os puede ser de gran daño si decidís comerla, a menos, claro, que por vuestra propia voluntad la cedáis al rey de la selva que se sentirá muy honrado con vuestro obsequio».

📌 La fábula política termina con esas palabras del león y Esopo habla de una moraleja: la fuerza hace al derecho. No puede argumentarse nada razonable contra quien posee la mayor fuerza. Argumente usted en contra un gobierno, usando las más razonables de las premisas y las más sólidas de las conclusiones… enfrentará un problema serio. La razón de nada vale contra la fuerza.

Otra fábula con moraleja política: un león viejo

Una fábula de las de Esopo que comienza con la pobre situación en la que un león se encontraba. Enfermo y viejo, el león ya no puede confiar en sus fuerzas para cazar y comer.

Usando su astucia, llama a una reunión de todos los animales de la selva, a quienes habla muy formalmente anunciando que se retirará a una cueva para pasar allí su enfermedad y salir cuando ya se encuentre aliviado.

Dice, además, que estará dispuesto a dar privilegios especiales a los animales que acudan a consolarlo durante su enfermedad.

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Los animales, todos, lo ven con respeto y admiración, pues es el animal más poderoso de toda la selva, más o menos como muchos ven a los gobiernos: la más poderosa institución de una sociedad y con la que uno siempre está tentado de quedar bien, hacerle favores y mantener la esperanza de lograr de esta manera un privilegio.

Pues bien, después de su discurso, el león se retira pasando entre los animales, los que se hacen de lado para dejarle pasar. Lo siguen hasta la cueva en la que entra, no sin antes recordarles, «Queridos compañeros de la selva, entro aquí mientras pasa mi enfermedad y como les he dicho, aquellos que tengan la compasión suficiente como para visitarme, serán recompensados más adelante».

Y efectivamente, algunos de los animales son movidos por la ambición y queriendo lograr favores del león, deciden visitarlo.

Las primeras son un grupo de ardillas que quieren ser propietarias de varios árboles y evitar ser molestadas por los monos que viven allí. Pero los monos, más tarde, piensan que si visitan al león, él les concederá el monopolio de tales árboles a ellos, y no a las ardillas.

Las gacelas tienen una reunión igualmente y piensan que si una comitiva de ellas visita al león con algún regalo, él les concederá el privilegio de ser las únicas que puedan beber en la orilla este del río sin que puedan acercarse los cocodrilos.

Y así, muchos de los animales conciben planes similares: ver al león, visitarlo durante su enfermedad, llevarle algún obsequio y, de este modo, obtener su buena voluntad para lograr un favor.

Lo que ignoran es que el león, metido en el fondo de la cueva, cuando oye llegar a algún animal, lo invita a pasar con palabras zalameras. Una vez dentro, los animales son devorados sin piedad por el león, el que ya no tiene que esforzarse en salir a cazar.

Pero un cierto día, una zorra acude a la cueva. Ella ha sido nombrada por el resto de su especie para ir a visitar al león, llevando un regalo y solicitarle el monopolio del uso de ciertas tierras que se acomodan muy bien para sus madrigueras, pero que son disputadas por topos y otros animales.

Cautelosa, por naturaleza propia, la zorra se acerca a la cueva. El león escucha ruidos y pregunta quién es. La zorra responde.

El león dice, «Mi querida y guapa zorra, es un gran gusto saber que has venido a verme durante mi enfermedad, de la que parece que ya estoy saliendo. Nada me gustaría más que tenerte a mi lado y conversar. Quizá hasta puedas obtener de mí un favor, pues hoy me siento de carácter benevolente».

La zorra, que está un poco alejada de la entrada a la cueva, se acerca a ella. De repente ve al suelo, se detiene, y dice al león, «Gracias, León, gran señor de la selva, os pido disculpas, pero prefiero no entrar, ya que lo que veo en el suelo son muchas huellas de animales a los que conozco y todas ellas indican que varios animales entraron a vuestros aposentos, pero no hay huella alguna de su salida de la cueva».

Esopo usa a la historia para señalar la lección a aprender: el que es sabio, aprende de las desventuras del resto. Algo que parece no haber entrado en la cabeza de muchos. Los gobiernos son como el león. La más poderosa institución de la sociedad es una tentación para muchos que creen que pueden obtener favores gubernamentales en equidad de condiciones.


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[Actualización última: 2023-07]