Una idea central en el 16 Domingo Ordinario (ciclo A). El Ser Supremo al que llamamos Dios es un juez para nosotros, pero un juez que es parcial hacia nosotros, que da oportunidad, que pone al Espíritu para ayudarnos. Escucharle es una responsabilidad nuestra.

Primera lectura

En este 16 Domingo Ordinario (ciclo A), la primera lectura, del libro de la Sabiduría (12, 13.16-19) hace una especie de retrato de Dios hasta donde lo podemos entender.

Da inicio con la aseveración de Dios como el Ser Supremo, diciendo «No hay más Dios que tú… No hay nadie a quien tengas que rendirle cuentas…»

Y a continuación nos da dos rasgos de su naturaleza, la fuerza y la misericordia. Dice,

«… Y por ser el Señor de todos, eres misericordioso con todos… Siendo tú el dueño de la fuerza, juzgas con misericordia y nos gobiernas con delicadeza… has llenado a tus hijos de una dulce esperanza, ya que al pecador le das tiempo para que se arrepienta».

El texto es claro, hablando del Ser Supremo, la causa última de todo, que por eso mismo es un juez poderoso que al mismo tiempo ama y no puede ser indiferente.

Evangelio

En este 16 Domingo Ordinario (ciclo A), el evangelio (Mateo 13, 24-43) está centrado en la parábola del sembrador a quien un enemigo pone cizaña en su campo.

El sembrador decide no arrancar esa cizaña y esperar al momento de la cosecha para entonces separarla de las buenas espigas y quemarla. La parábola es luego explicada a los discípulos:

  • El sembrador de la buena semilla es Jesús.
  • El campo es el mundo.
  • La buena semilla son «los ciudadanos del Reino».
  • La cizaña son los «partidarios del maligno».
  • Quien siembra la cizaña es el diablo.
  • El tiempo de la cosecha es el el día del juicio final.
  • Los segadores son los ángeles, quienes separan a los ciudadanos del Reino de los partidarios del maligno.

La imagen más rica del juez con la que nos provee el evangelio de hoy, mantiene sin embargo, los mismos elementos. Dios a través de su Hijo es el sembrador de la buena semilla en el mundo, el real creador; pero en ese mundo la buena semilla enfrenta al enemigo.

Con esto podemos ubicarnos nosotros mismos, sembrados por Dios en esta tierra, enfrentando al maligno hasta el día final. Es decir, Dios nos da tiempo para corregir si es que hemos errado, como se dice en el libro de la Sabiduría.

Siendo seres imperfectos es seguro que hayamos cometido faltas, que hayamos sucumbido al mal; pero aún así, ese juez poderoso y amoroso nos da tiempo para arrepentirnos. La misericordia divina se manifiesta en esa oportunidad de tiempo; nunca es tarde, siempre tendremos la oportunidad de tomar el lado de Jesús.

Y como juez que es, la lectura del evangelio termina con una admonición. «El que tenga oídos, que oiga».

Segunda lectura

La segunda lectura de este 16 Domingo Ordinario (ciclo A), la carta de San Pablo (Romanos 8, 26-27) adiciona un elemento vital.

Si somos esa buena semilla sembrada por Dios y si estamos en riesgo de sucumbir ante la cizaña, nos surge la pregunta obvia. ¿Cómo podemos evitar caer en el mal?

Pablo nos da una respuesta directa,

«El Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad, porque nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene; pero el Espíritu intercede por nosotros… Y Dios… sabe lo que el Espíritu quiere decir, porque el Espíritu ruega conforme a la voluntad de Dios, por los que le pertenecen».

Surge el maravilloso sentido misericordioso del juez. No nos ha dejado solos. El Espíritu está con nosotros y es nuestra ayuda y socorro; aunque nos encontremos rodeados de cizaña y tengamos la sensación de estar perdidos, siempre y sin excepción allí está el Espíritu en el que nos podemos abandonar rogando su intervención. Él sabe lo que nos conviene y lo sabe mucho mejor que nosotros.

En conjunto

Las tres lecturas del 16 Domingo Ordinario (ciclo A), en su conjunto, nos dan un sentido de vida y proveen una explicación de nuestra existencia y trascendencia.

Hemos sido creados por Dios y nuestra estancia en este mundo es temporal; es ese tiempo de oportunidad para decidir entre el bien y la cizaña, el tiempo para arrepentirnos y reencontrar el camino a Dios para lo que contamos con ayuda. No estamos solos.

El juez nos está ayudando y quiere que le oigamos. No es un juez indiferente, al contrario. Es un juez compasivo, pero que nos deja en libertad.

Por esto es que podemos entender a la libertad como lo que realmente es, la oportunidad para hacer lo que nos lleve a nuestro Creador. No es la oportunidad de hacer lo que queramos, sino lo que debemos hacer, es decir, lo que es congruente con nuestro origen divino. Un ser creado por Dios no debe sucumbir a la cizaña porque eso es contrario a su esencia.

Nos podemos quedar con una idea central de estas lecturas. El Ser Supremo al que llamamos Dios es un juez para nosotros, pero un juez que es parcial hacia nosotros, que da oportunidad, que pone al Espíritu para ayudarnos. Escucharle es una responsabilidad nuestra.