Si somos templos de Dios, si queremos comportarnos como sus hijos, nuestra conducta debe ser la misma, la de amar a otros, perdonarlos, ser misericordiosos. Y realmente serlo con lo que Jesucristo pone de ejemplo, el amar a los enemigos, ser compasivos con los que nos odian, rezar por los que nos hacen mal, como dicen las lecturas del 7 Domingo Ordinario (ciclo A).

Primera lectura

La primera lectura de este 7 Domingo Ordinario (ciclo A), del Levítico (19,1-2.17-18) abre el tema central, el de amar al prójimo como uno mismo se ama.

Comienza la lectura señalado que el Señor se dirige a Moisés y le dice:

«Habla a la asamblea de los hijos de Israel y diles: «Seréis santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo. No odiarás de corazón a tú hermano… No te vengarás ni guardarás rencor a tus parientes, sino que amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo soy el Señor»».

Es un mandato de amor que no sólo ordena el simple no odiar, sino que obliga a amar al resto. Es, en realidad, tratar a otros como Dios mismo nos trata, con amor. En el salmo responsorial, se trata esta misma idea.

«El Señor es compasivo y misericordioso… Él perdona todas tus culpas… y te colma de gracia y de ternura… no nos trata como merecen nuestros pecados, ni nos paga según nuestras culpas… Como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por sus fieles».

Evangelio

En el evangelio (Mateo 5,38-48), este 7 Domingo Ordinario (ciclo A), se reproducen palabras de Jesús y que introducen un elemento temerario: a ama a tu prójimo como a ti mismo, pero también, añade ama a tus enemigos.

Dice Jesús,

«Habéis oído que se dijo: «Ojo por ojo, diente por diente». Yo, en cambio, os digo: No hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también la capa; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehuyas».

Y, por si fuera poco, nos dice,

«Habéis oído que se dijo: «Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo». Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen».

No es ir más que en la dirección correcta y llevar a su término lógico, eso de ser santos, eso de ser hijos de Dios.

Sigue Jesús,

«Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y, si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto».

Segunda lectura

En la lectura (I Corintios 3,16-23), en este 7 Domingo Ordinario (ciclo A), san Pablo nos da otra manera de ver este tema al decirnos «¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?»

Y siendo templos de Dios, «que nadie se gloríe en los hombres, pues todo es vuestro: Pablo, Apolo, Cefas, el mundo, la vida, la muerte, lo presente, lo futuro. Todo es vuestro, vosotros de Cristo, y Cristo de Dios».

En conjunto

Las tres lecturas reunidas nos presentan un mandato de Dios, el amar a otros como nos amamos nosotros mismos.

Es decir, comportarnos como Dios se conduce con nosotros, guiado por el amor que nos tiene: compasivo, misericordioso, capaz de personas faltas. tierno, dulce.

Si somos templos de Dios, si queremos comportarnos como sus hijos, nuestra conducta debe ser la misma, la de amar a otros, perdonarlos, ser misericordiosos.

Y realmente serlo con lo que Jesucristo pone de ejemplo, el amar a los enemigos, ser compasivos con los que nos odian, rezar por los que nos hacen mal.

Hacer eso es reconocer que somos templos de Dios, que no nos es posible odiar, al contrario, que debemos tratar de ser con otros como Dios es con nosotros. Y es posible hacerlo.

Cada uno de nosotros podemos pensar en alguna otra persona, un enemigo nuestro, uno que nos haya causado daños severos.

Pensando en ese enemigo es posible orar por él, desearle cosas buenas, pedir a Dios por su salvación. Como la persona que oró por sus secuestradores, o la que rezó por quien le engañó en un trato comercial.