No estamos solos, nos dicen las lecturas de la misa de la Ascensión del Señor (ciclo A), y para cumplir con nuestro mandato acudimos al Espíritu Santo, llamándolo para que nos ayude a realizarlo, primero, con el ejemplo mismo que damos al resto.

Primera lectura

La primera lectura de este domingo de la Ascensión del Señor (ciclo A) (Hechos 1, 1-11), habla de Jesús quien a los apóstoles

«Se les presentó después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo, y, apareciéndoseles durante cuarenta días, les habló del reino de Dios».

En una ocasión,

«[…] lo vieron levantarse, hasta que una nube se lo quitó de la vista. Mientras miraban fijos al cielo, viéndole irse, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: «Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo volverá como le habéis visto marcharse»».

Fue la última vez que le vieron, en la que les dijo, «Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los confines del mundo».

Segunda lectura

En la segunda lectura de este domingo de la Ascensión del Señor (Efesios 1,17-23), San Pablo pide que

«el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabidurÍa y revelación para conocerlo. Ilumine los ojos de vuestro corazón, para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos, y cuál la extraordinaria grandeza de su poder para nosotros, los que creemos».

Es una continuación de la misma idea de la primera lectura, la que habla de la inspiración del Espíritu Santo para ser testigos de Jesús y que en esa segunda lectura habla de también recibir inspiración divina para conocer a Jesús.

Evangelio

En el evangelio de este domingo de la Ascensión del Señor (Mateo 28,16-20), esa idea de perfecciona con las palabras del mismo Jesús. Dice él a los discípulos,

«Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo».

En conjunto

La misma idea central, la de ser testigos de Dios ante los demás, llevándoles el conocimiento de Jesús a todos.

Es un mandato universal, una obligación del creyente y que antes que nada significa que cada uno de nosotros actuemos de acuerdo a ese mandato.

No puede ser testigo ante los demás quien no hace de su vida un ejemplo al resto. Es atraer a la conversión por medio del ejemplo.

Pero hay más. Jesús, como se narra, asciende y deja a los apóstoles solos. Es un panorama desconsolador, al menos en apariencia.

La imagen de los apóstoles viendo al cielo es muy ilustrativa, especialmente cuando les interrumpen esos hombres vestidos de blanco para consolarlos: Jesús volverá y ahora ellos tienen una tarea que cumplir.

¿Solos? No, no están solos, el Espíritu Santo queda con ellos para ayudarles en su tarea.

Para el creyente actual el mensaje sigue vigente. No ha cambiado. La inspiración divina está sin duda con nosotros para ayudarnos a ser testigos de Dios ante los demás.

Y, más aún, Jesucristo que asciende y se va, regresará sin duda también. Ese aparente abandono es en realidad una presencia también, la del Espíritu Santo.

No estamos solos y para cumplir con nuestro mandato acudimos al Espíritu Santo, llamándolo para que nos ayude a realizarlo, primero, con el ejemplo mismo que damos al resto.