Si ponemos las tres lecturas del 14 Domingo Ordinario (ciclo C) juntas, ellas nos dan un mensaje muy sencillo. Nos previenen de la posibilidad de estar desatentos y despreocupados de las cosas de Dios.

Evangelio

San Lucas (10, 1-12.17-20), en el evangelio del 14 Domingo Ordinario (ciclo C), habla de Jesús designando a «otros setenta y dos discípulos» mandándolos de dos en dos, con instrucciones muy específicas,

«… pónganse en camino; yo los envío como corderos en medio de lobos. No lleven dinero… no se detengan a saludar… digan ‘la paz reine en esta casa’… coman y beban lo que tengan… curen a los enfermos…»

Lucas narra al final la reacción de los discípulos cuando están de regreso y dicen sorprendidos que «hasta los demonios se nos someten».

Es obvio que los discípulos han puesto su atención en el poder que Jesús les ha concedido, gracias al que pueden sojuzgar a los demonios.

Podemos imaginar la ocasión: Jesús recibe a los discípulos que vuelven de alguna misión concreta y están ansiosos de decirle lo que han vivido, especialmente eso, su capacidad para dominar a los demonios. Es una reacción muy humana.

Pero Jesús hace otra cosa, inesperada pero con sentido, les dice, «… no se alegren de que los demonios se les someten. Alégrense más bien de que sus nombres están inscritos en el cielo».

Tenemos una llamada de atención: no te distraigas con lo que puedes hacer aquí en la tierra, incluso si lo haces con el poder que te he otorgado. Pon tu vista en el cielo, por atención en lo que vale, y lo que vale es que tu nombre esté escrito allá arriba en el cielo.

Este pasaje es muy aplicable a nuestras vidas. Dios nos ha dado habilidades y capacidades para hacer cosas en esta mundo; quizá tengamos alguna capacidad mecánica, o de ser buen vendedor, o buen empresario, o jardinero, o profesor, o madre o padre de familia, o doctor, o fabricar algo, lo que sea.

Nuestras habilidades y capacidades pueden distraernos de lo que en realidad importa, el hacer que nuestros nombres estén inscritos en el cielo.

Puesto de otra manera, nuestro trabajo, por humilde o importante que sea, es una oportunidad para ir al Cielo, es una oportunidad de santificación.

A los discípulos que cuenta Lucas, Dios les dio la habilidad de someter a los demonios y ellos se concentran en ese poder, pero Jesús les dice, no te distraigas con ese poder, pon tu atención en el cielo.

Es lo mismo para nosotros. Dios nos dio habilidades que no deben distraernos de la meta que tenemos, el Cielo.

Más aún, esas habilidades y capacidades son medios para ir al cielo y gozar por toda la eternidad de la presencia de Dios… lo que nos lleva a la primera lectura.

Primera lectura

En la primera lectura de este 14 Domingo Ordinario (ciclo C), Isaías (66, 10-14), hay un texto que coloca a Jerusalén como un símbolo del cielo.

Describir al cielo, desde luego, no es una tarea posible para los humanos. Pero lo que sí podemos hacer es usar nuestras palabras para acercarnos a comprenderlo.

Las palabras del texto nos pueden acercar siquiera mínimamente a la presencia de Dios.

Se habla allí de, «para que… se llenen de sus consuelos, se deleiten con la abundancia de su gloria… En Jerusalén serán ustedes consolados… se alegrará su corazón…»

Más aún, en palabras de Dios mismo, dice, «Yo haré correr la paz sobre (Jerusalén) como un río… Como niños serán llevados en el regazo y acariciados… como un hijo a quien su madre consuela, así los consolaré yo».

La descripción de esta Jerusalén-Cielo, vista a nuestro nivel humano, es la de un lugar de felicidad, paz y alegría, de consuelo dado por Dios mismo.

No sorprende que siendo así, Jesús en el evangelio nos llame la atención a este lugar de felicidad eterna, por encima de las cosas que nos pueden distraer en la tierra.

Segunda lectura

Y la segunda lectura del 14 Domingo Ordinario (ciclo C), la carta de San Pablo a los gálatas (6, 14-18) nos manda el mismo mensaje con otras palabras.

Dice el apóstol, «No me permita Dios que yo me gloríe en algo que no sea la cruz de nuestro Señor Jesucristo… Para todos los que vivan conforme a esa norma… la paz y la misericordia de Dios…»

No nos permita Dios poner atención en las cosas que no nos lleven a Dios, que nos impidan escribir en el cielo nuestros nombres.

Es la misma admonición que hace Jesús a los apóstoles que llegan a contarle que pueden someter a los demonios: no se distraigan con las cosas que les llaman la atención aquí en la tierra, pongan toda su atención en el cielo, en llegar a ese lugar de eterna felicidad y paz, donde nos deleitaremos eternamente con la abundancia de la gloria de Dios.

En conjunto

Si ponemos las tres lecturas del 14 Domingo Ordinario (ciclo C) juntas, ellas nos dan un mensaje muy sencillo. Nos previenen de la posibilidad de estar desatentos y despreocupados de las cosas de Dios.

Nuestras capacidades nos podrán distraer de la meta verdadera de nuestra vida, el cielo.

Las cosas de la vida diaria pueden distraernos, pero también pueden llevarnos a Dios si las hacemos pensando en Dios; si hacemos que cada una de nuestras tareas diarias ayudan a escribir nuestro nombre en el cielo.