En realidad no hay una crisis de valores en nuestros días. Lo que sí existe es otra crisis, una crisis de virtudes, que no es lo mismo.

9 minutos

El reclamo acostumbrado y habitual

La queja que explica lo malo que nos rodea. «Faltan valores», se nos dice. Nuestro estado moral es lamentable es un reclamo consistente. Una debilidad muy marcada en Occidente.

Y la solución lógica, se piensa, es fomentarlos. Dar cursos, ofrecer conferencias, libros, entrenamientos. Las escuelas de negocios han hecho eso.

¿Son los valores la solución a las fallas morales que obviamente existen y preocupan? Es probable que exista otra solución mejor a todo eso que hace exclamar que existe una crisis de valores. Quizá no sea eso lo que exista, sino otra cosa.

Crisis de valores o de virtudes

Esa otra cosa, más prometedora, se llama virtud. Su definición es simple, la disposición personal habitual a hacer lo bueno. Esto implica actuar, hacer, comportarse de cierta manera. Y, más aún, actuar de manera que hacer lo debido sea lo acostumbrado.

Tome usted, por ejemplo, las virtudes de prudencia, justicia, fortaleza y templanza. Se entenderá con facilidad que tienen sentido cuando se practican de manera consistente y frecuente.

Y si se actúa de manera opuesta, sería eso la excepción. Como el estudiante con la virtud del estudio, es decir, vuelto una costumbre.

Componentes de la virtud

La virtud tiene entonces dos componentes.

  • Uno es eso que podemos llamar hábito o costumbre.
  • El otro es el hacer lo bueno, lo debido, o como quiera usted llamarlo.

Esto me parece muy superior al reclamo de que existe una crisis de valores. Me parecería más exacto reclamar que existe una crisis de virtudes.

Disposición habitual a todo lo bueno

No solamente virtudes como prudencia, justicia, fortaleza y templanza, que son las llamadas cardinales. Hay buenos hábitos en otros campos. Considere usted a la honestidad, no como valor, sino como forma habitual de actuar. O bien, la humildad, o la curiosidad intelectual.

Incluso eso que se llama sentido común. Todas ellas son disposiciones a lo bueno y debido. Inclinaciones sólidas a actuar de cierta manera. Maneras de ser que son estables y arraigadas. Conductas consistentes y no ocasionales, ni excepcionales.

Tome usted a la justicia, por ejemplo, la que convertida en virtud logra el hábito personal de dar a otros lo que merecen. O la fortaleza, que es la costumbre de resistir las oportunidades de hacer lo indebido aunque hacerlo produjera un beneficio personal.

O la prudencia, que es el actuar rectamente anticipando efectos indeseables.

El caso especial de la templanza

Tenemos, sin embargo, en el caso de la templanza, una situación que describe muy bien a nuestros tiempos.

Templanza es el actuar habitualmente moderando los placeres de los sentidos. Es eso que llamamos sobriedad, control personal ante emociones, excesos, placeres e impulsos. Dominio sobre uno mismo.

Pero, me parece obvio que nuestros tiempos no sean propicios a la templanza. Se exalta más al gasto que al ahorro, a la comodidad que al esfuerzo, al placer que al sacrificio. Por ejemplo, en asuntos de sexualidad, hay más énfasis en el derecho al placer que en la virtud del autocontrol.

O bien, piense usted en esa usanza actual de entender a los derechos humanos como pretensiones que no necesitan merecimientos. Por ejemplo, el derecho al sexo con condones regalados y abortos pagados con fondos públicos.

Crisis de virtudes

Comencé afirmando que el lamento de una crisis de valores y que quizá convenga más pensar en la idea de una de virtudes. Esas costumbres de actuar conforme a los valores. Una cosa es reconocer a la honestidad, lo que casi todos harán, y otra muy distinta actuar consistentemente de manera honesta.

Nuestros días son tiempos de demasiada igualdad, en los que se piensa que nadie es superior a otro como para poder imponer una forma de ser o actuar. Es lo que produce rechazo a cualquiera que intenta hablar de, por ejemplo, virtud.

«¿Quién eres tú como para decirme qué debo hacer?», se le responde. Y resulta así que cada persona toma sobre sí misma una carga que no puede soportar, la de ser él su propia fuente de virtudes.

📌 La virtud es, en pocas palabras, el valor convertido en costumbre. Y eso requiere educación consistente desde los primeros años. Cualquiera puede dar cursos de valores. Crear buenas costumbres es un aprendizaje de vida.

Las virtudes desvirtuadas

Sucede incluso en medio del secularismo. La ausencia de religión no impide que ella sea imitada. De otra manera, pero se copia. Un caso concreto, el de las virtudes.

El sentido original

Las hay en el «estilo viejo», pero también en la moda posmoderna. Ver esto es irresistible. Y ayuda a explicar la crisis de valores… no, mejor dicho de virtudes.

Primero, las virtudes tradicionales, las que antes mencioné: prudencia, justicia, fortaleza y templanza, las llamadas cardinales. Se les añaden generalmente otras tres, las llamadas teologales: fe, esperanza y caridad.

Una lista breve, sencilla, directa, con poca posibilidad de error. No requiere mucha memoria, pero sí esfuerzo para practicarlas.

El nuevo sentido de las virtudes

Segundo, el enfoque de nuestros días, las virtudes devaluadas a listas variables de capacidades.

Por ejemplo, una lista de 90 virtudes y valores. En una página diseñada para resolver tareas de escuela, hay otra lista abundante.

Un libro reciente The Seven Deadly Virtues, trata el problema. Sus autores examinan siete «virtudes mortales» de nuestros tiempos: libertad, comodidad (convenience), progreso, igualdad, autenticidad, salud, tolerancia (nonjugdmentalism). Las consideran las virtudes cardinales modernas.

No se trata de examinarlas una por una, sino de ver su enfoque general. El libro las identifica bien:

«[…] las virtudes modernas fallan porque, en su mayor parte, se ocupan del exterior del ser, la fachada humana, la parte de nosotros que el mundo ve con facilidad —mientras que las virtudes clásicas forman un marco de organización de nuestro interior».

El cambio de sentido

Ponga usted, por ejemplo, atención en la templanza para entender la crisis de virtudes. Se define originalmente como:

«… la virtud moral que modera la atracción de los placeres y procura el equilibrio en el uso de los bienes creados. Asegura el dominio de la voluntad sobre los instintos y mantiene los deseos en los límites de la honestidad».

Nada o muy poco de las virtudes modernas se dedica a la moderación de los instintos y pasiones. Lejos de eso, las virtudes modernas parecen entender a la libertad sin ese freno de la templanza. Como si se definiera a la libertad omitiendo responsabilidad. Toda una innovación; mala, pero innovación al fin.

La orientación clara y fuerte de las virtudes tradicionales se percibe sin dificultad en otra de ellas, la fortaleza, entendida como:

«[…] la virtud moral que asegura en las dificultades la firmeza y la constancia en la búsqueda del bien. Reafirma la resolución de resistir a las tentaciones y de superar los obstáculos en la vida moral».

Todo un concepto que ve hacia dentro de un mismo, para construir carácter y fuerza de voluntad. Muy unida a la templanza, todas las virtudes tradicionales forman un conjunto entero, interrelacionado.

Tome ahora usted a la virtud moderna de la tolerancia, seguramente la mayor de todas.

Definida al menos como un mandamiento de «no me juzgues», invita incluso a la aprobación expresa de lo que sea como principio central de convivencia.

Esa «virtud» es curiosa porque impone la obligación de no pensar en los demás, dejarlos solos, abandonados a sus propios deseos libres justificado todo por la autenticidad, otra virtud moderna, ambicionar ser lo que sea que uno quiera.

Lo que en medio de la igualdad como virtud, crea una sociedad de seres aislados en sus propias debilidades. La templanza y la fortaleza no tienen allí cabida.

Perfección moral causa prosperidad

La idea central del concepto de virtud es una elevación moral de la persona. Ella se hace mejor, se eleva espiritualmente siguiendo esas virtudes. Como el evitar el exceso de comer y beber por la templanza, o evitando la envidia con el amor al prójimo.

El efecto buscado es la perfección moral y espiritual de la persona que sigue y respeta esas virtudes. Es en lo general, una manera de dominar pasiones, vicios que se consideran malas.

Surge entonces el tema central: sería extraño que las virtudes no produjeran también un efecto positivo en lo material.

📌 ¿Tienen las virtudes un efecto positivo en el bienestar material? ¿Produce una sociedad virtuosa más riqueza que una que no lo es? ¿Si hay una crisis de valores se daña al bienestar? ¿Si se sufre una crisis de virtudes se lastima la prosperidad?

Sí, la crisis de virtudes daña a la prosperidad

Las virtudes sí tienen un impacto positivo en lo material y que es adicional al efecto espiritual —sería algo extraño que no produjeran también un bien material.

Para entender esto hay que recurrir un poco al consecuencialismo moral, por ejemplo, viendo que la templanza al comer evita problemas de obesidad y salud, que la generosidad y la caridad ayudan a quienes necesitan socorro, que la laboriosidad eleva la productividad.

En una sociedad honesta se sufre menos corrupción. Donde hay respeto por los demás se tiene menos criminalidad. Todo esto es una fuerza que aumenta la calidad de vida y reduce costos de producción. Es el examen de los efectos que tiene una conducta virtuosa.

Concluyendo, en la otra dirección, eso indicaría que una crisis de virtudes provocaría un descenso en el bienestar material.

Crisis de valores y virtudes, conclusión

En fin, lo que he querido hacer es mostrar que existen virtudes modernas, un concepto acomodado a la secularización de nuestros tiempos y que muestra la imposibilidad de construir una nueva moral. Siempre tiene que partirse de la tradicional.

Y de la tradicional se hace una selección adecuada a los deseos personales, justificada por sí misma: debes evitar juzgarme, debes tolerarme, debes dejarme ser lo que yo quiera, cómodamente. Lo que creo que muestra la idea de que no existe realmente una crisis de valores, nino una de virtudes.

Poco o nada existe para ver hacia dentro de uno, todo es exterior y eso, mucho me temo, crea seres de fachada atractiva con interiores débiles.

Seres amortiguados del exterior, como escribió Charles Taylor en A Secular Age, inmanentes y que todo pretenden encontrar dentro de sí.

Lo que he intentado hacer es sugerir que el lamento usual de nuestros tiempos y que se define como una crisis de valores, no es en realidad tal. Se trata más bien de otra crisis, muy diferente, una de virtudes. Y no, no son lo mismo.


Otros lectores también leyeron…

Actualización última: