Quizá pueden resumirse las lecturas del 6 Domingo de Pascua (ciclo A) en entender estos tiempos como una celebración de amor. Se ama a Jesús obedeciendo sus palabras y en reciprocidad recibimos el amor de Dios, teniéndole junto a nosotros, con el Espíritu Santo entre nosotros.

En la Oración Colecta continúa el sentimiento de celebración que caracteriza a la Pascua.

Allí se pide a Dios, «Concédenos, Dios todopoderoso, continuar celebrando con amor y alegría la victoria de Cristo resucitado…»

La misma idea de celebración es mencionada en el Salmo Responsorial, donde dice, «Celebremos su gloria y su poder, cantemos al Señor…»

Primera lectura

En la primera lectura de este 6 Domingo de Pascua (ciclo A), de los Hechos de los Apóstoles (8, 5-8.14-17) se narran las acciones de Felipe, predicando la palabra de Cristo, convirtiendo a la gente de Samaria y realizando milagros.

Todo esto, dice la escritura «… despertó gran alegría en aquella ciudad». De nuevo esta idea de gozo y de festejo.

Segunda lectura

En la segunda lectura de este 6 Domingo de Pascua (ciclo A), en la primera carta de San Pedro (3, 15-18) se da una explicación del porqué de la celebración.

Dice, «Porque también Cristo murió, una sola vez y para siempre, por los pecados de los hombres: él, el justo, por nosotros, los injustos, para llevarnos a Dios; murió en su cuerpo y resucitó glorificado».

La verdad es que no puede haber mayor alegría que esa, tener al mismo Dios sacrificándose con infinito amor por nuestra causa, para nuestra salvación.

Es esta la razón de la alegría que sentimos en estos tiempos de Pascua, al darnos cuenta del sacrificio de Jesucristo por nosotros y de su victoria sobre la muerte. Pero hay una pregunta que hacerse, ¿cómo celebrar?

La misma carta nos da la respuesta. Dice San Pedro, «Veneren en sus corazones a Cristo, el Señor…».

Así podemos celebrar cada uno de nosotros, adorando a Dios, reconociendo a Jesús, a lo que añade el apóstol, que debemos estar «dispuestos siempre a dar, al que las pidiere, las razones de la esperanza…con sencillez y respeto y estando en paz con su conciencia».

Sí, empezamos por adorar a Jesucristo pero no debemos detenernos allí.

Es parte de nuestra celebración el llevar a otros a Jesús, es decir, compartir con los demás esa alegría y sus razones. Compartir con los que nos rodean esas causas de celebración para que ellos también se unan a nosotros y, como en Samaria, se despierte en ellos la alegría.

Evangelio

En el evangelio de este 6 Domingo de Pascua (ciclo A), de San Juan (14, 15-21), las palabras de Jesús completan maravillosamente lo anterior. Nos dice,

«No los dejaré desamparados, sino que volveré con ustedes. Dentro de poco el mundo no me verá más, pero ustedes sí me verán, porque yo permanezco vivo y ustedes también vivirán».

Así Jesús contesta una pregunta natural que podemos hacernos, la de habiéndose ido él, ¿quién queda entre nosotros?

La respuesta es clara. El mundo no lo verá más, pero quien cree en él sí podrá verlo. Más aún, dice Jesús, «… yo le rogaré al Padre y él les enviará otro Consolador que esté siempre con ustedes, el Espíritu de verdad».

La alegría y la celebración de estos tiempos, por tanto, tiene otra causa, el mismo Dios está con nosotros en este mismo momento. Es el Espíritu Santo el que está literalmente aquí entre nosotros.

A lo que añade que «El mundo no puede recibirlo, porque no lo ve ni lo conoce; en cambio, ustedes, sí lo conocen, porque habita entre ustedes y estará en ustedes».

La pregunta que surge es natural, ¿cómo conocer al Espíritu Santo y lograr que esté con nosotros?

También las palabras de Jesús dan la respuesta y una muy directa,

«El que acepta mis mandamientos y los cumple, ese me ama. Al que me ama a mí, lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me manifestaré en él».

En conjunto

Quizá puede resumirse todo en entender estos tiempos como una celebración de amor. Se ama a Jesús obedeciendo sus palabras y en reciprocidad recibimos el amor de Dios, teniéndole junto a nosotros, con el Espíritu Santo entre nosotros.

Es la mayor causa de alegría que puede tener un ser humano que provoca una reacción natural, la de querer compartir con otros esa alegría, expresando «las razones de la esperanza» de las que habla San Pedro.

Y, de cierta manera, podemos tomar esto para concluir que nuestra conducta misma ante los demás es realmente una manera de llevar a los demás esta alegría.

Obedeciendo los mandamientos de Jesús estaremos en paz con nuestra conciencia y esa paz interna es literalmente una luz para los demás, para que ellos se unan a la alegría que nos inunda en la Pascua y en toda nuestra existencia terrenal.

Cada una de nuestras acciones y cada uno de nuestros actos, por tanto, pueden ser, si lo queremos, una forma de hacer apostolado en los demás comunicándoles el amor de Dios por nosotros.