La figura de Jesucristo como alimento es poderosa y nos dice con suma claridad que en la medida en la que no tengamos ese alimento seremos débiles y sucumbiremos con facilidad a las tentaciones del mundo, dicen las lecturas del 17 Domingo Ordinario (ciclo B).

Primera lectura

La primera lectura (Reyes: 4, 42-44) narra el episodio del hombre que lleva a Eliseo «veinte panes de cebada y grano tierno en espiga», ante lo que él reacciona dando instrucciones a su criado. «Dáselos a la gente para que coma», y con el criado que reacciona como lo hubiésemos cualquiera de nosotros.

Le pregunta a Eliseo, «¿Cómo voy a repartir estos panes entre cien hombres?». Eliseo insiste, «Dáselos a la gente para que coma, porque esto dice el Señor: Comerán todos y sobrará».

La narración de este 17 Domingo Ordinario (ciclo B) continúa diciendo que «El criado repartió los panes a la gente; todos comieron y todavía sobró, como había dicho el Señor».

El episodio, desde luego, contiene un elemento muy fuerte, el de la confianza de Eliseo en Dios: lo que parece imposible, será si Dios lo quiere. Es la lucha humana entre nuestras percepciones limitadas y el poder infinito divino.

Pero también contiene otro elemento, el de la creencia en Dios como sustento humano, como alimento. Sin Dios perecemos y los dos elementos se reúnen en la necesidad que tenemos de Dios. Sin él nada somos.

Evangelio

El evangelio de este 17 Domingo Ordinario (ciclo B), de S. Juan (6, 1-15) narra un pasaje en extremo conocido.

Inicia contando que «En aquel tiempo, Jesús se fue a la otra orilla del mar de Galilea o lago de Tiberiades. Lo seguía mucha gente, porque habían visto las señales milagrosas que hacía curando a los enfermos».

Luego,

«Jesús subió al monte y se sentó allí con sus discípulos. Estaba cerca la Pascua, festividad de los judíos. Viendo Jesús que mucha gente lo seguía, le dijo a Felipe: «¿Cómo compraremos pan para que coman éstos?». Le hizo esta pregunta para ponerlo a prueba, pues él bien sabía lo que iba a hacer. Felipe le respondió: «Ni doscientos denarios de pan bastarían para que a cada uno le tocara un pedazo de pan»».

La misma reacción del criado de Eliseo, no se tiene lo suficiente para dar de comer a tal cantidad. Si Felipe hubiera tenido fe, no habría dado esa respuesta. Estaban en eso, cuando

«Otro de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo: «Aquí hay un muchacho que trae cinco panes de cebada y dos pescados. Pero, ¿qué es eso para tanta gente?». Jesús le respondió: «Díganle a la gente que se siente”. Ahora es Andrés el que reacciona así, como también nosotros lo haríamos de estar en esa situación».

Podemos imaginar, tal vez, a Jesús sonriendo por dentro al poner a prueba la fe de sus discípulos. Sin decir nada, les manda sentarse, «En aquel lugar había mucha hierba. Todos, pues, se sentaron ahí; y tan sólo los hombres eran unos cinco mil».

«Enseguida tomó Jesús los panes, y después de dar gracias a Dios, se los fue repartiendo a los que se habían sentado a comer. Igualmente les fue dando de los pescados todo lo que quisieron. Después de que todos se saciaron, dijo a sus discípulos: «Recojan los pedazos sobrantes, para que no se desperdicien». Los recogieron y con los pedazos que sobraron de los cinco panes llenaron doce canastos».

Ahora la reacción es otra, «la gente, al ver la señal milagrosa que Jesús había hecho, decía: «Éste es, en verdad, el profeta que habría de venir al mundo». Pero Jesús, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró de nuevo a la montaña, él solo».

Y así ambas lecturas contienen esos mismos elementos, el de la reacción humana ante lo que se ve como imposible y Dios entendido como alimento para nosotros.

También hay un rechazo de Jesús ante la posibilidad de ser declarado rey. Pero tal vez la idea central es la del cumplimiento de la palabra de Dios aunque ella nos parezca imposible.

Segunda lectura

La segunda lectura de San Pablo (Efesios: 4,1-6) contiene una exhortación, cuyo contenido bien describe a ese que tiene fe y confianza en la palabra de Dios. Escribe,

«Os exhorto a que lleven una vida digna del llamamiento que han recibido. Sean siempre humildes y amables; sean comprensivos y sopórtense mutuamente con amor; esfuércense en mantenerse unidos en el espíritu con el vínculo de la paz».

Si teníamos una duda sobre cómo debemos ser para tener fe en Dios, Pablo la responde y añade,

«Porque no hay más que un solo cuerpo y un solo Espíritu, como también una sola es la esperanza del llamamiento que ustedes han recibido. Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que reina sobre todos, actúa a través de todos y vive en todos».

En conjunto

Si el criado de Eliseo, Felipe y Andrés hubiesen sido así, no habrían dudado de la palabra de Dios. Simplemente lo hubieran obedecido, hubieran tenido fe en su palabra.

Las situaciones de ellos tres son cotidianas para todo cristiano, cuando ante algo que nos sucede, dudamos de Dios. Y al dudar nos debilitamos por no tener el alimento divino. Es así que la fe en Dios es nuestro más importante alimento, el que en realidad nos fortalece y soporta manteniendo la vida que en verdad importa.

El salmo de este 17 Domingo Ordinario (ciclo B) contiene palabras preciosas que nos hacen ver este panorama.

«Que te alaben, Señor, todas tus obras y que todos tus fieles te bendigan. Que proclamen la gloria de tu reino y den a conocer tus maravillas. A ti, Señor, sus ojos vuelven todos y tú los alimentas a su tiempo».

La figura de Jesucristo como alimento es poderosa y nos dice con suma claridad que en la medida en la que no tengamos ese alimento seremos débiles y sucumbiremos con facilidad a las tentaciones del mundo.

En cambio, si le tenemos como alimento, seremos fuertes para tomar el camino que a él nos lleva. La idea central de estas lecturas es directa: tengamos fe en Dios, una fe de tal calibre que nos haga ignorar lo imposible si es que Dios ha dado su palabra.