Las tres lecturas del 32 domingo ordinario (ciclo B) quizá apunten en esa precisa dirección: la conducta del creyente no puede ser la misma que la del no creyente. Creer en Dios nos lleva a hacer cosas que humanamente no se comprenden y que nos harán aparecer como tal vez locos o insensatos.

Primera lectura

En estee 32 domingo ordinario (ciclo B), la primera lectura (I Reyes 17, 10-16) cuenta que,

«En aquel tiempo, Elías se puso en camino hacia Sarepta, y al llegar a la puerta de la ciudad encontró allí una viuda que recogía leña. La llamó y le dijo: “Por favor, tráeme un vaso de agua para beber”. Cuando ella iba por el agua, Elías le gritó: “Tráeme también un poco de pan”. Ella le respondió: “Te juro, por el Señor tu Dios, que no me queda ni un pedazo de pan; sólo me queda un puñado de harina en la tinaja y un poco de aceite en la vasija. Ya ves que estaba recogiendo un poco de leña para preparar un pan para mí y para mi hijo; nos lo comeremos y luego moriremos”».

Muy pocas palabras y una situación desesperada de sequía y hambruna. Entonces,

«Elías le dijo: “No temas. Anda y prepáralo como has dicho, pero primero haz un panecillo para mí y tráemelo; después lo harás para ti y para tu hijo. La tinaja de harina no se vaciará, la vasija de aceite no se agotará, hasta el día en que el Señor envíe la lluvia sobre la tierra”».

Cualquier persona, reaccionando de primera intención seguramente se hubiera burlado de Elías y su aseveración. ¡Tinajas y vasijas que no se vacían! Toda la situación es absurda.

Pero la viuda no es cualquier persona, «Ella fue e hizo lo que Elías le había dicho, y comieron él, ella y su hijo. Ni la tinaja de harina se vació, ni la vasija de aceite se agotó, como lo había dicho el Señor por medio de Elías».

Evangelio

El evangelio del 32 domingo ordinario (ciclo B), de Marcos (12, 38-44) narra que

«En aquel tiempo… Jesús estaba sentado frente a las alcancías del templo, y observaba cómo la gente iba echando dinero en ellas. Pero llegó una viuda pobre, que echó dos monedas de muy poco valor. Jesús llamó entonces a sus discípulos y les dijo: “Les aseguro que esa viuda pobre ha echado en las alcancías más que todos los demás. Pues todos han echado lo que les sobraba, mientras que ella ha echado desde su pobreza todo lo que tenía para vivir”».

El mismo elemento de la primera lectura. La anciana frente a una situación tremenda, la de dar lo último que tiene, darlo por caridad, darlo al Señor.

La viuda de la primera lectura prepara el último pan para Elías. La viuda del evangelio da las últimas monedas que posee. La dos dan a Dios eso que les representa la vida. No lo que sobra, sino lo que permite sobrevivir.

Con sus acciones se ponen en manos del Señor en el mayor acto de confianza que podamos tener.

El salmo reafirma esto, diciendo «El Señor levanta a los humillados. El Señor hace justicia a los oprimidos y da pan a los hambrientos. El Señor da la libertad a los cautivos. El Señor sostiene a la viuda y al huérfano y confunde el camino de los malvados».

Segunda lectura

La segunda lectura (Hebreos 9, 24-28) encierra eso que es lo que está detrás de sacrificios como el de las dos viudas: la profunda creencia en Dios. Tales actos son incomprensibles en términos meramente humanos, pero pueden ser entendidos cuando se considera a Dios.

Como dice esa lectura del 32 domingo ordinario (ciclo B),

«Cristo no entró en un santuario construido por hombres –que pasa de ser simple imagen del verdadero–, sino en el mismo cielo, a fin de presentarse ahora ante Dios intercediendo por nosotros».

En conjunto

Lo construido por los hombres no puede explicar las acciones de las viudas y peor aún, bajo una perspectiva meramente humana, esos actos serían incluso ocasión de burla.

Pero todo cambia, absolutamente todo, cuando se tiene en cuenta la creencia en Dios. No pueden actuar igual quienes creen en él y quienes no lo hacen. Creer en Dios nos hace diferentes y realizar acciones que en el plano humano no tienen explicación.

Las tres lecturas del 32 domingo ordinario (ciclo B) quizá apunten en esa precisa dirección: la conducta del creyente no puede ser la misma que la del no creyente. Creer en Dios nos lleva a hacer cosas que humanamente no se comprenden y que nos harán aparecer como tal vez locos o insensatos.

Después de todo dar la última porción de harina, o las últimas monedas sólo puede hacerse cuando se tiene una fe enorme en Dios. Y eso significa poner nuestras vidas en sus manos, abandonarnos en él confiando totalmente, incluso cuando nuestra lógica humana nos diría hacer lo contrario.