Las tres lecturas de este 4 Domingo de Adviento (ciclo A), vistas de cierta manera, nos ponen en evidencia algo como la revelación de un plan divino que poco a poco se va desenvolviendo a través de la historia en el tiempo.

Primera lectura

En este 4 Domingo de Adviento (ciclo A), la primera de las lecturas es como una entrada profética a las fechas que celebramos. En el libro de Isaías (7, 10-14) se cuenta un episodio que remata con palabras proféticas de Dios Nuestro Señor.

Antes, hay un diálogo entre Él y Ajaz, en el que Ajaz se muestra renuente a pedir al Señor una señal. No quiere tentar al Señor, ante lo que Él dice lo siguiente.

«El Señor mismo les dará por eso una señal: Hé aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrán el nombre de Emmanuel, que quiere decir Dios-con-nosotros».

Son palabras que en la superficie suenan extrañas, que no tienen mucho sentido vistas sin una perspectiva que las ubique. Eso es precisamente lo que nos da la segunda lectura.

Segunda lectura

En este 4 Domingo de Adviento (ciclo A), la segunda lectura, la carta a los Romanos (1, 1-7),

Pablo habla de proclamar el evangelio, la buena nueva, que ha sido «anunciado de antemano por los profetas en las Sagradas Escrituras» y que «se refiere a su Hijo, Jesucristo… que nació, en cuanto a su condición de hombre, del linaje de David…»

Puede verse aquí la maravillosa congruencia entre el Antiguo Testamento y en Nuevo, unidos entre sí íntimamente, en un plan de revelación divina.

En Isaías se tiene ese anuncio profético de la virgen que dará a luz a un hijo y que él será bautizado como Dios-con-nosotros. Ahora Pablo habla de ese Hijo, el que nació de una virgen en su condición humana, pero que es al mismo tiempo Hijo de Dios.

Pablo, en esta carta, adiciona un elemento lógico, el del apostolado personal. Dice,

«Yo… he sido llamado por Dios para ser apóstol y elegido por él para proclamar su Evangelio… Dios me concedió la gracia del apostolado, a fin de llevar a los pueblos paganos a la aceptación de la fe…»

La verdad es que también cada uno de nosotros ha sido elegido también por Dios para hacer lo mismo que Pablo.

Evangelio

Por su parte el Evangelio de Mateo (1, 18-24) nos pinta la historia de gran manera, en unas pocas y preciosas palabras en este 4 Domingo de Adviento (ciclo A).

«Estando María, su madre, desposada con José y antes de que vivieran juntos, sucedió que ella, por obra del Espíritu Santo, estaba esperando un hijo».

Están allí las mismas palabras de Isaías, «… la virgen concebirá y dará a luz un hijo…» Solo que ahora, es realidad tangible y real, a la que la historia añade hermosos detalles humanos.

Dice Mateo, «José, su esposo, que era hombre justo, no queriendo ponerla en evidencia, pensó dejarla en secreto». Es esto una reacción natural y que pinta a José como un ser humano, como cualquiera de nosotros.

Pero, dice el evangelio, que José, «mientras pensaba estas cosas» tuvo la visita de un ángel que le pidió no dejar a María, pues ella «ha concebido por obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú lo pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados».

Y es aquí precisamente que Mateo cita textualmente a Isaías y las mismas palabras que se han visto más arriba. Termina el pasaje de Mateo diciendo que José «hizo lo que le había mandado en ángel del Señor y recibió a su esposa».

En conjunto

Las tres lecturas de este 4 Domingo de Adviento (ciclo A), vistas de cierta manera, nos ponen en evidencia algo como la revelación de un plan divino que poco a poco se va desenvolviendo a través de la historia en el tiempo.

La primera lectura, con su extraña profecía, la señal que Dios enviará y que será el hijo, llamado Dios-con-nosotros. Dios mismo habitando entre los humanos.

Del Antiguo Testamento al Nuevo, ese plan de revelación llega a la realización de la señal divina. El Dios-con-nosotros ha llegado, la virgen dará a luz un hijo y ese Dios-con-nosotros es el que salvará a los hombres de sus pecados. Dios entre nosotros y Dios como nuestro salvador.

Ese plan divino, que va revelándose en el tiempo, llega así a un clímax, el nacimiento de Cristo, el más importante de todos los sucesos de la historia humana y precisamente lo que celebramos en unos días más.

La ocasión es de inmensa alegría y regocijo, pues Dios llega, como se expresa en el salmo responsorial, «Ya llega el Señor, Dios de la gloria». Y de eso debemos tener pleno conocimiento. Las grandes celebraciones de hoy mismo tienen un origen divino.

No son una invención humana, son una ocasión de Dios. Y es lógico que por eso sean las mayores fiestas que seamos capaces de celebrar.

Pero queda en el aire el siguiente capítulo de este plan divino. El nacimiento de Jesucristo fe profetizado, luego aconteció realmente y ahora, ¿qué? La respuesta la da San Pablo en su carta, cuando habla de su apostolado.

Ahora es el tiempo del apostolado, de ese llevar la aceptación de la fe a los otros. No es sólo una cuestión de Pablo y los demás santos, es una cuestión de todos los que estamos en la fe de Cristo. Es decir, somos nosotros mismos parte de ese plan divino y tenemos una responsabilidad muy clara, ser sus apóstoles, ser sus testigos frente a los demás.

No somos, por tanto, como las personas que presencian una obra de teatro y nada intervienen en ella, limitándose a verla. Somos literalmente actores en ella, tenemos un papel que jugar y es un papel importante, el ser sus apóstoles, teniendo vidas de apóstoles. En otras palabras, nuestras vidas son oportunidades de ser santos también.

Quizá la pregunta siguiente sea, ¿qué tengo que hacer para ser apóstol? La respuesta más simple es pensar en Jesús en cada uno de nuestros actos.

Hay un ejemplo muy sencillo de esto y se refiere a las decoraciones de Navidad. Pensando en Jesús al colocar esas decoraciones quizá viéramos más Nacimientos o Escenas de Natividad y menos renos, Santa Closes, muñecos de nieve, caramelos y demás. Un simple detalle que nos sirve a nosotros y que nos hace ser ante los demás apóstoles de Jesús.