No extraña, en las lecturas del 29 Domingo Ordinario (ciclo A), que esas sean las primeras palabras de la oración perfecta. Al pronunciarlas debemos entender que no hay otro, que él es Dios, nuestro creador, a quien colocamos por separado, en el primero de los planos de nuestra vida.

Evangelio

En la misa de este 29 Domingo Ordinario (ciclo A), el evangelio (Mateo, 22, 15-21) narra el muy célebre pasaje de la moneda con la imagen del César.

Partidarios de Herodes son enviados ante Jesús para provocarle problemas. Lo que hacen es plantear la legalidad del pago de impuestos a Roma, un tema en el que cualquiera que fuese su respuesta, podría causar dificultades.

Pero Jesús, sabiendo estas intenciones, hace una separación que es clave.

Viendo una imagen en la moneda que pide, pregunta de quién es esa imagen. Le responden que del César y a ello, entonces, responde con «Den, pues, al César lo que es del César y a Dios, lo que es de Dios».

Se indica así una separación, una línea divisoria muy clara que es trazada entre los asuntos de una y otra índole. Dios está más allá de las cuestiones de impuestos, dinero y, por implicación, de las cuestiones terrenales.

Primera lectura

De otra manera y con otras palabras, esa misma separación está contenida en la primera lectura (Isaías, 45 1.4-6). Las palabras de Dios mismo en este 29 Domingo Ordinario (ciclo A) son:

«Yo soy el Señor y no hay otro; fuera de mí no hay Dios… para que todos sepan, de oriente a occidente, que no hay otro Dios fuera de mí. Yo soy el Señor y no hay otro».

Es este un mensaje igualmente claro para entender que a Dios no lo podemos mezclar con otras cuestiones.

El pasaje del evangelio tiene la virtud de llevar esa noción de separación en relación a lo que quizá sea el mayor de los símbolos terrenales, el dinero, la moneda, que puede ser vista como todo lo que es material.

Dios está por encima de todo eso. Dios es diferente. No debemos mezclarlo con otros asuntos.

Segunda lectura

Cuando nuestras acciones toman en cuenta esto y actuamos colocando a Dios en el lugar que se merece, las palabras de Pablo en la segunda lectura de este 29 Domingo Ordinario (ciclo A), Tesalonicenses, (1, 1-5) tienen un gran sentido.

Dice él,

«Ante Dios, nuestro Padre, recordamos sin cesar las obras que manifiestan la fe de ustedes, los trabajos fatigosos que ha emprendido su amor y la perseverancia que les da su esperanza en Jesucristo, nuestro Señor».

En conjunto

Es que cuando creemos que Dios es lo más importante de nuestra vida realmente podemos entender cabalmente el significado de esas palabras, «nuestro Padre».

Entendiéndolas, necesariamente comenzaremos a realizar esas obras que manifiestan la fe nuestra y seremos capaces de los trabajos fatigosos de los que habla San Pablo.

De las palabras mismas que decimos, «Padre nuestro», todo se sigue lógicamente si es que las creemos con sinceridad.

No extraña, por tanto, que esas sean las primeras palabras de la oración perfecta. Al pronunciarlas debemos entender que no hay otro, que él es Dios, nuestro creador, a quien colocamos por separado, en el primero de los planos de nuestra vida.

De allí necesariamente se desprende eso que nos narra el evangelio y lo que nos dice Pablo: será la esperanza en Jesucristo la que mueva nuestra vida y, así es que seremos testigos de Dios ante los demás.