La decisión es nuestra, enteramente nuestra. Si pedimos que Dios esté con nosotros él lo hará, pero la iniciativa es de cada uno y de nadie más. Moisés llama «cabeza dura» a quien no hace eso y tiene razón. Si sabemos que al llamarle, Dios vendrá a nuestras vidas, el no hacerlo es un serio error nuestro. nos cuentas las lecturas del Domingo Santísima de la Trinidad (ciclo A).

Primera lectura

La primera lectura del Domingo de la Santísima Trinidad (ciclo A) (Éxodo 34, 4-6, 8-9) muestra a Moisés frente a Dios, por mandato suyo, suplicando,

«Si de veras he hallado gracia a tus ojos, dígnate venir ahora con nosotros, aunque este pueblo sea de cabeza dura; perdona nuestras iniquidades y tómanos como cosa tuya».

Es una solicitud que ruega a Dios por su presencia con nosotros, que implora que Dios nos acompañe en nuestra vida. La idea continúa con Pablo.

Segunda lectura

En este Domingo de la Santísima Trinidad, la segunda lectura, de San Pablo (Corintios 2, 13, 11-14) pide también por la presencia de Dios. Escribe el apóstol,

«Estén alegres, trabajen por su perfección, anímense mutuamente, vivan en paz y armonía. Y el Dios del amor y de la paz estará con ustedes».

Con otras palabras pide lo mismo que Moisés, pero añade cómo lograrlo mencionando esos consejos.

Dice que quien vive en paz, quien está alegre, quien da ánimo a otros, quien trabaja por su perfeccionamiento, ése será acompañado por Dios.

Evangelio

Y el evangelio (Juan 3, 16-18) habla de eso mismo en este Domingo de la Santísima Trinidad, de Dios acompañándonos. Más aún de Dios estando entre nosotros. Dice,

«Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su hijo único para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna».

Y a eso añade una referencia a la súplica de Moisés cuando habla de tener cabeza dura, pues dice, «El que cree en él no será condenado; pero el que no cree ya está condenado, por no haber creído en el Hijo único de Dios».

En conjunto

Las tres lecturas juntas de este Domingo de la Santísima Trinidad presentan una idea común, la de desear que Dios esté con nosotros, lo que ya supone un paso importante, el de no ser cabeza dura y creer en él.

Porque creyendo en él, debe decirse, necesariamente supone el querer tenerlo al lado, el implorarle que nos acompañe.

Por su parte, Dios nos ha demostrado su amor, él quiere estar con nosotros, tanto lo quiere y tanto nos ama, que como dice Juan, entregó a su hijo.

Todo ahora está en nosotros, en cada uno en lo individual, para dar el paso siguiente y hacer la misma súplica: reconocerle como Dios único y verdadero, y por ello rogar su compañía. ¿Cómo lograrla?

De nuevo, es San Pablo el que nos dice qué hacer para que nuestra súplica se realice: llevar una vida de alegría, de amor, de paz, de armonía, de acercamiento a la perfección… y así, de manera automática estará Dios con nosotros.

La decisión es nuestra, enteramente nuestra. Si pedimos que Dios esté con nosotros él lo hará, pero la iniciativa es de cada uno y de nadie más. Moisés llama «cabeza dura» a quien no hace eso y tiene razón. Si sabemos que al llamarle, Dios vendrá a nuestras vidas, el no hacerlo es un serio error nuestro.

Podemos usar la misa de este domingo para pedir a Dios que cuando lleguen nuestros momentos de cabeza dura, que de seguro los tendremos, nos haga simplemente recordarle y retomar el camino hacia él.