El comercio internacional evita guerras y conflictos entre naciones. Una idea simple qu es el común denominador de varias columnas. Sus autores son colaboradores del Acton institute, a quien se agradece el permiso de publicación.

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Una idea de Samuel Gregg: el comercio evita guerras y conflictos.

Antes del comercio y después

En el mundo pre-comercial, la guerra era percibida, por parte de figuras que van de Alejandro Magno a Napoleón, como el camino a la grandeza y la gloria.

En contraste, la sociedad comercial florece gracias al valor de la paz que ella inculca. Aunque es cierto que las sociedades comerciales se han involucrado en guerras, ellas tienden a dar mayor peso a la paz que sus predecesoras.

La guerra es comercialmente beneficiosa para industrias como la manufactura de armas, pero generalmente rompe con el comercio libre, la formación de enlaces comerciales y el bienestar material general de la sociedad.

Como el arzobispo François Fenélon of Cambrai (1651-1715) escribió a Luis XIV, hacia el final de las muchas guerras del Rey Sol:

«Su pueblo muere de hambre. La agricultura está casi inmóvil. La industria languidece por doquier, todo el comercio está destruido… Sus victorias no causan ya gozo. Solo hay amargura y desesperación… Usted relaciona todo consigo mismo como su usted fuera Dios en la tierra».

Esa falsa idea de la suma cero

La habilidad de la sociedad comercial para promover la paz está íntimamente asociada con el debilitamiento de la falsa noción de que lo que uno gana es siempre la pérdida de otro.

Parte de la crítica de Adam Smith a las prácticas mercantilistas de su tiempo fue el presuponer que lo que un país gana sólo puede ser a costa de otros.

Tales teorías facilitaron mucho la conducta agresiva de unas naciones contra otras al pelear para asegurar colonias y derechos exclusivos de comercio. Escribió Smith:

«Cada nación ha sido hecha para verse con una mirada de envidia por la prosperidad de todas las naciones con las que comercia, y considerar su ganancia como la propia pérdida. El comercio, que debía naturalmente ser un lazo de unión y amistad entre las naciones, como lo es entre los individuos, ha sido convertido en la más fértil fuente de discordia y enemistad».

En la mente de Smith, «una nación que se enriqueciera por su comercio internacional es ciertamente probable que lo haga si sus vecinos son ricas e industriosas naciones comerciales».

Existen por ende, considerables incentivos para que las naciones comerciales y su comercio eviten la guerra. 

Otras opiniones

“La paz es el efecto natural del comercio”, escribió el filósofo francés Guy de Montesquieu

“Dos naciones que comercian entre sí se tornan recíprocamente dependientes; porque si una tiene interés en comprar la otra lo tiene en vender; y así su unión se fundamenta en sus necesidades mutuas”.

Otro filósofo francés, Alexis de Tocqueville, subrayó la manera en la que el comercio socava los incentivos para la guerra, al observar que, 

“El siempre creciente número de personas con propiedades devotas de la paz, el crecimiento de la propiedad personal que la guerra tan rápido devora, la suavidad de creencias, la gentileza del corazón, esa inclinación a la compasión que la igualdad inspira, ese frío y calculado espíritu que deja poco espacio a la sensibilidad de las emociones poéticas y violentas de la guerra —todas estas causas actúan juntas para reducir el fervor guerrero”.

La menos apreciada paradoja es que el comercio permite a las naciones lograr muchos objetivos que previamente perseguían por medio de la guerra.

Esto fue claro para el liberal francés del siglo 19, Benjamin Constant:

«Hemos llegado finalmente a la edad del comercio, una edad que debe necesariamente reemplazar a la de la guerra, como la de la guerra estaba destinada a antecederla. La guerra y el comercio son sólo dos maneras de lograr el mismo fin, el de poseer lo que es deseado. El comercio… es un intento de obtener por mutuo acuerdo lo que uno ya no tiene esperanza de obtener por la violencia…»

El comercio evita guerras y protege libertades

La negativa de la sociedad comercial para embarcarse en la guerra no es simplemente una cuestión de resentir las restricciones financieras y las pérdidas potenciales asociadas por su realización, la victoria o la derrota.

También incluye la protección de las libertades de las que dependen las sociedades comerciales.

La guerra tiene una lógica de organización propia. Las sociedades en guerra toman formas dirigidas a la exitosa realización de la guerra.

Cuando las naciones van a la guerra, los gobiernos reciben la autoridad para hacer cosas que tendrían prohibidas hacer en tiempos de paz y a menudo se les permite expandir sus poderes en en campos en los que ya ejercen autoridad considerable.

Esto puede incluir la adquisición de poderes que diminuyen las protecciones proveídas por la propiedad privada y el estado de derecho, permiten la elevación de impuestos a niveles exorbitantes y redirigen las energías creativas de la sociedad comercial a campos de un carácter decididamente no comercial.

Quizá el mayor problema de largo plazo que la guerra crea a una sociedad comercial es que el estado a menudo rehusa renunciar a los nuevos poderes adquiridos, por lo que se reduce la esfera de libertad que sostiene a la sociedad comercial y le permite florecer.


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Una idea de Joseph Sunde que corrobora la tesis de que el comercio internacional evita guerras. El título original es «Trade as fellowship: How tariffs hinder human relationship».

Comercio es compañerismo

A medida que los partidarios del libre comercio continúan luchando con los aranceles propuestos por el presidente Donald Trump para el acero y aluminio importados, puede ser fácil poner atención solamente en los efectos inmediatos o superficiales, ya sea que nos preocupemos por un alza en los precios al consumidor, una desaceleración del crecimiento, una disminución del dinamismo en el país, o una tensión en las relaciones diplomáticas con el exterior.

Sin duda, esas son preocupaciones legítimas.

Pero además de cualquier amenaza al bienestar material o la seguridad nacional, ese proteccionismo también inhibe y prohíbe algo un poco más fundamental: la creatividad humana, la colaboración social y la belleza trascendente del intercambio libre y abierto.

En última instancia, el comercio es un asunto de relaciones humanas y los mercados son sencillamente redes de esas relaciones: canales para que las personas interactúen entre sí para obtener los bienes y servicios que desean o necesitan.

Cuando se trata de lo que ocurre dentro y a través de esas relaciones comerciales, no es solo una pequeña transferencia de cosas materiales; es un intercambio creativo entre personas creativas, impulsado por el servicio e, idealmente, por el amor al prójimo.

Como aprendemos en Por la vida del mundo: cartas a los exiliados,

«Nuestro trabajo no es solo trabajo, o algo que solo nos concierne a nosotros. Es algo que crea una enorme masa orgánica de relaciones entre personas humanas … El fruto de ese árbol y toda nuestra creatividad no son solo productos, sino relaciones … El fruto de nuestro trabajo es la comunión. Es comunidad».

A través de tal lente, expandir las oportunidades para el comercio es simplemente expandir las oportunidades para conectar el trabajo de nuestros corazones y manos con los de nuestros vecinos a través del servicio creativo y la colaboración.

Por el contrario, obstaculizar esas oportunidades no solo provoca y tensiona las relaciones con países extranjeros, ya sean aliados o enemigos.

Corta caminos para una colaboración creativa con personas reales, interrumpiendo una red diversa, pacífica y productiva de relaciones entre trabajadores y creadores de todo el mundo.

Para una visualización de estas relaciones, vea la siguiente animación de Blueshift de las rutas comerciales:

«Esta es la oikonomía de la economía», dice Stephen Grabill.

«… Todo nuestro trabajo, cada producto, es el resultado de una gran y misteriosa colaboración. Cada producto que ves aquí es el resultado de una enorme colaboración orgánica de individuos … Es una imagen de abundancia y armonía, y si tratas de controlar el proceso, es como si estuviéramos tratando de controlar cómo las personas ofrecen sus dones a otra gente. Y lo que realmente tenemos que hacer es permitir que las personas se ofrezcan sus dones unos a otros en un intercambio libre y abierto, para que otros puedan florecer».

Hay muchas buenas razones para oponerse a la última ola de proteccionismo comercial, pero esto es lo más fundamental: Dios creó nuestro trabajo para dar los frutos del florecimiento y el compañerismo.

A medida que buscamos construir un orden económico justo y próspero para todos, tanto en el país como en el extranjero, ese ajuste básico a la imaginación económica marca la diferencia.


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La defensa del libre comercio en estos momentos es la idea de Samuel Gregg. El título original es «Adam Smith, Economic Nationalism, and the Case for Free Trade».

Adam Smith, nacionalismo económico y la justificación del libre comercio

A medida que el nacionalismo económico goza de un resurgimiento en todo el mundo desarrollado, Adam Smith nos recuerda lo mucho que podemos perder y no solo económicamente.

El año 2016 marca no solamente el aniversario 240 de la Declaración de la Independencia de los Estados Unidos, también marca el aniversario de uno de esos extraños libros que verdaderamente merecen el calificativo de «revolucionarios».

Publicado el 9 de marzo de 1776, Una Investigación Sobre La Naturaleza y Las Causas De La Riqueza De Las Naciones, de Adam Smith, explicó algunos de los principales cambios económicos ya en marcha en Occidente, proporcionando también un aparato teórico de políticas que cambiarían radicalmente la forma en la que millones vivieron sus vidas.

Hoy, sin embargo, gran parte del mundo parece ser cada vez más escéptico acerca de los puntos de vista de Adam Smith, especialmente respecto a su defensa del libre comercio.

Los síntomas de este escepticismo incluyen a las críticas abiertas de Bernie Sanders y Donald Trump a tratados de libre comercio como el TLCAN y el más reciente Trans-Pacific Partnership (que Hillary Clinton defendió como Secretaria de Estado pero al que ahora se opone).

Esto hace eco de la retórica en contra de la globalización económica, la que reúne a la mayor parte de la izquierda europea y a la derecha radical.

Las alternativas ofrecidas incluyen la administración completa de las economías como si fueran un negocio, varias versiones de democracia social, o el populismo descarado de fuerte retórica emotiva pero que produce distopías como Venezuela y Argentina.

Tales propuestas aparentemente tan dispares comparten el compromiso de lo que podría llamarse nacionalismo económico. Este se manifiesta tomando la forma de políticas que buscan elevar el control gubernamental de la actividad económica en nombre del interés nacional.

Esto incluye limitaciones sustanciales a la circulación de bienes, de mano de obra y de capital, así como medidas para proteger a las empresas nacionales y sus empleados de la competencia extranjera.

La Riqueza De Las Naciones, de Adam Smith, bien puede ser la más poderosa crítica jamás escrita contra dichas políticas y sus fundamentos subyacentes.

Los argumentos de Smith, sin embargo, van más allá de consideraciones de eficiencia. Merecen ser examinadas de nuevo para comprender lo que está en juego, económica y políticamente, si es que un número suficiente de países deciden que la integración económica ya no es deseable.

El poder de las malas ideas

Uno de los logros de escribir La Riqueza De Las Naciones fue el ilustrar la manera en la que ideas erróneas pueden limitar indebidamente el progreso de tareas humanas perfectamente legítimas.

Entre la primera parte del siglo XVI y la parte media del siglo XVIII, la opinión predominante decía que el beneficio del comercio exterior para un país era centralmente el que permitiera a la nación la acumulación de oro y de plata. Cuantos más metales preciosos poseyera, la nación estaba en mejor posición.

Muchos creían que como consecuencia la prosperidad nacional dependía de tener muchas exportaciones y pocas importaciones. De esta manera, decía el argumento, los países podrían facilitar flujos fuertes de entrada de divisas extranjeras y el crecimiento sostenido de sus reservas de metales preciosos.

Las naciones como consecuencia subsidiaban a las exportaciones, imponían fuertes restricciones de importación e implantaban regulaciones que buscaban forzar que el comercio entre naciones se realizara por la vía de ciertos puertos y ciudades. Smith llamó a tales acuerdos «sistema mercantil».

En el fondo era una visión de la vida económica vista como un juego de suma-cero en el que la ganancia de una nación solamente podría ser lograda con la pérdida de otra.

Sin embargo, Smith demostró que el bienestar económico poco tenía que ver con la posesión de oro y de plata en una nación. Más bien, él afirmó, fluía primariamente del desarrollo y de la extensión de la división del trabajo dentro y entre las naciones.

La subsiguiente especialización en la producción facilitó economías de escala y creó incentivos para encontrar y desarrollar ventajas competitivas.

El resultado fue una mejora de la eficiencia y crecimiento económico: cuanto más amplio y profundo sea el tamaño del mercado, mayor serán la división del trabajo y los aumentos posteriores en productividad del crecimiento.

Incluso hoy en día, el análisis de Smith sigue siendo el núcleo del argumento en favor del libre comercio. Pero también pone de relieve cómo el regreso contemporáneo a lo que podría ser llamado neo-mercantilismo pone en serio peligro a todo esto.

Durante los últimos nueve años, los Estados Unidos han disminuido de manera constante en el ranking de las economías económicamente libres como consecuencia de importantes restricciones a los derechos de propiedad y a los negocios, la inversión y la libertad laboral y financiera.

Estas restricciones hacen menos competitiva a la sociedad, socavan al espíritu empresarial y contribuyen a disminuir las tasas de crecimiento. Echarse para atrás en el libre comercio no solamente empeoraría esta situación.

También elevaría el precio de una buena cantidad de productos y servicios hechos en el extranjero, poniendo por tanto a esos bienes más allá del alcance de los estadounidenses de menores ingresos. No es nada claro cómo es que tales sucesos puedan ser de interés nacional para los Estados Unidos.

Ineficiente e injusto

Por supuesto, el bien común de una nación no puede ser reducido al dinamismo económico o al crecimiento del PIB. El mismo Smith jamás hizo tales afirmaciones.

Sin embargo, tampoco debemos olvidar otra cosa enfatizada por Smith: todas las formas de nacionalismo económico tienen como premisa la negación de la libertad de grandes segmentos de la población de un país.

Este era un elemento esencial de la crítica de Smith a los gremios. Dejando de lado a las formas en las que trataron de limitar a la innovación, los gremios a menudo presionaron con éxito para que las leyes permitieran la fijación de precios y prohibieran la práctica de un oficio a personas que no pertenecían a ellos.

En una escala nacional, Smith enfatizó que el mercantilismo estaba basado en relaciones cercanas entre gobiernos y comerciantes privados. A las empresas se les concedieron monopolios legales de ciertas rutas de comercio y/o la compra y venta de productos específicos. A cambio de eso, ellas daban apoyo político y económico al gobierno.

Desde esta posición, el mercantilismo prefigura lo que hoy llamaríamos capitalismo de amigos [cronyism] y produjo las versiones pre-industriales de Hillary Clinton y Donald Trump.

De forma más general, Smith vio a ese modo pensar y a sus expresiones institucionales como la encarnación de inhibiciones injustas de la libertad de las personas para innovar, comerciar, usar su propiedad y asociarse con otros.

Sus Conferencias sobre Jurisprudencia y su Teoría De Los Sentimientos Morales muestran que él creyó que estas libertades deben estar rodeadas de un marco legal y de expectativas morales. Smith entendió que no hay tal cosa como un mercado sin reglas de cumplimiento obligado.

Dicho esto, Smith también demostró algo que no es entendido con frecuencia, incluso hoy mismo. Muchos negocios regularmente confunden a su propio interés económico con el bien público para justificar favores concretos del gobierno y protección gubernamental de competidores extranjeros y nacionales.

Esto es especialmente cierto en el caso de las corporaciones grandes. A diferencia de muchas pequeñas y medianas empresas, las grandes corporaciones tienen los recursos y las conexiones para presionar a los legisladores y a los reguladores.

Esta es una razón por la que debe cuestionarse fuertemente cada subsidio propuesto y cada regulación económica que busca restringir el libre comercio. Lejos de ser de interés público, sus beneficiarios a menudo resultan ser muchos menos de los que se da uno cuenta.

Comercio internacional evita guerras y conflictos

La última dimensión de la defensa de Smith del libre comercio se refiere a la manera en la que tiende a facilitar las relaciones pacíficas entre las naciones.

De acuerdo con Smith, la visión de suma cero de la economía mercantilista alentó el conflicto militar al usar la fuerza de los estados soberanos para adquirir y proteger colonias. Esto fue integral en la lucha global entre Francia y Gran Bretaña durante el siglo XVIII.

Smith sostuvo que por lo general el libre comercio redujo esta fuente de tensión entre las naciones. Un efecto del libre comercio dentro y fuera de las naciones es que nos anima a ver más allá de las fronteras locales regionales y nacionales e incluso de grandes diferencias políticas y religiosas.

Nos damos cuenta de que todo el mundo tiene una propensión a, como escribió Smith, «llevar, hacer trueque e intercambiar», algo que «es común a todos los hombres y no se encuentra en ninguna otra raza de animales».

Esto facilita nuestra interacción y nuestra conciencia de otras personas a las que de otro modo no encontraríamos.

En este sentido, podría decirse que el libre comercio hace mucho más que las instituciones políticas internacionales como las Naciones Unidas para poner a aquellos que no pertenecen a las clases políticas del mundo en contacto unos con otros sobre una base continua.

El libre comercio no es una solución universal de todos nuestros problemas. En realidad, un alejamiento del proteccionismo con frecuencia tiene un impacto negativo en comunidades específicas.

El conocimiento de Smith de estos efectos subyace en su recomendación de que las transiciones para salir del proteccionismo deben ser graduales más que abruptas.

Tampoco el libre comercio va a disuadir a los yihadistas radicales de intentar destruir a Occidente, detener la persecución de cristianos en el medio oriente, ni inocular al mundo en contra de los conflictos armados.

Como observó J. M. Keynes en su obra Consecuencias Económicas de la Paz, las economías del mundo estaban relativamente integradas en los años previos a la Primera Guerra Mundial. Esto no fue suficiente para detener la marcha hacia la catástrofe en 1914.

Sin embargo, estas verdades no constituyen argumentos de peso en contra del libre comercio. Ellas ilustran simplemente que no debemos esperar que el libre comercio resuelva las dificultades cuyas causas van más allá de la economía.

La Riqueza de las Naciones de Smith aclaró que, en el largo plazo, el libre comercio estaba en el interés nacional de un país. Hasta ese punto, el verdadero patriotismo —entendido como amor la patria sin desdén ni temor de otras naciones— debe inclinar los gobiernos hacia la ampliación de la libertad económica cruzando las fronteras nacionales.

Ciertamente, los beneficios del libre comercio solamente serán evidentes a través del tiempo, están ampliamente dispersos y en muchos casos «no se ven». Estos factores hacen que el libre comercio sea difícil de «vender» en las circunstancias de una democracia moderna.

Pero como Smith podría haber dicho, esta es la razón por la que necesitamos estadistas: personas que puedan explicar a la ciudadanía que el patriotismo y el nacionalismo no son lo mismo —incluso cuando se trata de la economía.

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Y solo unas cosas más…

Para examinar la idea de que el comercio internacional evita guerras y conflictos:

Son las personas, no los países, quienes comercian

Otras ideas relacionadas:


[Actualización última: 2020-08]

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Los tratados de libre comercio

Por Eduardo García Gaspar

Tratados de libre comercio: permisos gubernametales

Vayamos al origen de los tratados de libre comercio. Lo más central que hay en ellos es la idea de un gobierno que quiere regular el comercio internacional, violando las libertades de las personas.

Nada tiene que hacer un gobierno regulado importaciones y exportaciones. Nada. El que quiera exportar que lo haga y el que quiera importar que lo haga, allá ellos y sus decisiones.

Más aún, el comercio evita guerras. Las personas prefieren ser comerciantes que soldados.

Los tratados de libre comercio son una forma de intervencionismo estatal en la economía.

La idea equivocada

Eso nos lleva a una de las ideas más fatídicas que se conocen: creer que la intervención del gobierno creará mejores resultados que un mercado libre.

La inmensa mayoría de las veces, esa intervención empeora las cosas.

Lastima al que hubiera exportado y al que hubiera importado. La gente que hubiera exportado deja de recibir ingresos y la que hubiera importado deja de recibir bienes.

Los gobiernos necesitan una excusa para intervenir y se han apropiado de una que es muy atractiva, simple y que cualquiera puede entender, pero que es falsa.

Suponen que una nación resulta afectada porque tiene un déficit con otra nación la que tiene un superávit Y eso no es justo, dicen.

La realidad es que esa situación de superávit-déficit es imaginaria. No existe.

El que exportó recibió dinero y con ese intercambio salió ganando (prefería tener el dinero que los bienes). El que importó recibió bienes y salió también ganando (prefería los bienes al dinero).

Esta es la «contabilidad» que cuenta. El resto es imaginación desbocada.

No puede haber déficit cuando el que importó ha recibido bienes a cambio. Salió dinero, pero llegaron mercancías. El déficit es imposible bajo esta circunstancia.

Protección de empleos

Otra excusa de los gobiernos es la idea de que están protegiendo empleos nacionales al regular el comercio exterior. Los bienes importados se producirían en el país y crearían empleos, así razonan.

La realidad es que las exportaciones crean también empleos. Las importaciones ayudan a vivir mejor a la gente, con bienes más baratos.

Simple intervencionismo

Los gobiernos, usando razonamientos compasivos y motivos nacionalistas, intervienen bajo la forma de los tratados de libre comercio.

Los tratados de libre comercio entre naciones suelen ser vistos como conquistas y avances de la libertad económica. Los aplauden los liberales y quienes defienden a la libertad. Tienen razón, pero no totalmente.

Los tratados de libre comercio están construidos sobre bases equivocadas.

Un tratado de libre comercio y demás acuerdos de importación y exportación, son en la realidad concesiones gubernamentales. Son favores estatales que permiten a los ciudadanos de los países firmantes intercambiar bienes bajo las reglas acordadas por los burócratas encargados de la negociación.

Es como si el gobierno le otorgara a la gente el derecho a comprar y vender.

Esos derechos no pueden otorgarse, se tienen por el mismo hecho de ser personas. A lo más que puede aspirar un gobierno es a reconocer ese derecho a vender y comprar en el extranjero. Y, si los otorga, quiere decir que los puede retirar.

Recuerde, quien tiene el poder para hacer tratados de libre comercio, tiene también el poder para anularlos.

Comercio evita las guerras, pero los tratados las promueven

Es sabido que la actividad de comercio entre naciones evita guerras, o al menos disminuye su probabilidad.

Pero sucede que los tratados de libre comercio son actos de gobierno y, por eso, aumentan la probabilidad de conflictos entre naciones. El libre comercio, simple y llano, sin necesidad de tratados, sí tiene ese efecto, evita guerras.

Pero cuando los gobiernos dominan a los tratados de libre comercio y usan esa actividad como arma política, la posibilidad de conflictos entre naciones aumenta.

Las llaman «guerras comerciales» y tienen consecuencias severas. El intervencionismo económico, en este caso, es causa de retraso.

Los tratados de libre comercio son convertidos por los gobiernos en instrumentos que aumentan su poder.