Pero, qué hacer en concreto en cada una de nuestras vidas diarias tan llenas de distracciones y urgencias. Sin duda hay que ir más allá de la asistencia semanal a misa, lo que es necesario, pero no lo es todo. Tal vez haya un comienzo sencillo en las palabras del salmo, si por ejemplo, ellas se dicen a diario en algún momento: «Yo te amo, Señor, tú eres mi fuerza», dicen las lecturas del 31 Domingo Ordinario (ciclo B).

Primera lectura

En el 31 Domingo Ordinario (ciclo B), la primera lectura (Deuteronomio 6, 2-9) establece sin duda alguna la gran idea común a las lecturas de este domingo.

Esta lectura establece que «En aquellos días, habló Moisés al pueblo y le dijo: «Teme al Señor tu Dios, guardando todos los preceptos y mandatos que te manda, tú, tus hijos y tus nietos, mientras vivan; así prolongarás tu vida…”»

Sigue la lectura con las palabras de Moisés,

«El Señor es nuestro Dios, el Señor es uno. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Guarda en tu corazón estas palabras que hoy te digo. Incúlcaselas a tus hijos y háblales de ellas cuando estés en casa o cuando vayas de viaje, acostado o levantado; átalas a tu mano como signo, colócalas en tu frente como señal; escríbelas a la entrada de tu casa y en tus puertas».

No solamente es un hecho de que Dios existe, sino que también debemos reconocerlo y por eso, amarlo: guardando sus mandatos. hablando de él a otros, recordándolo todo el tiempo.

Eso es lo que al final de cuentas dice Moisés con toda lógica. Si Dios existe es natural que le debemos amar, que el es nuestra primera prioridad en todo momento.

Evangelio

El evangelio de este 31 Domingo Ordinario (ciclo B), de Marcos (12, 28b-34) perfecciona la idea al narrar que «En aquel tiempo, uno de los escribas se acercó a Jesús y le preguntó: «¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?”».

La pregunta es notable. Claramente el escriba deseaba llegar a la esencia misma de los preceptos divinos. El mismo tema de Moisés en la primera lectura.

«Jesús le respondió: «El primero es: Escucha, Israel: el Señor, nuestro Dios, es el único Señor; amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento más importante que éstos”».

La respuesta es directa «amarás al Señor tu Dios», la misma de Moisés. Pero hay más, a eso, Jesús añade dos elementos.

Primero, el amor a Dios debe ser «con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas». No es amar simplemente, sino amarlo con la mayor intensidad de la que somos capaces, sin nada que lo iguale. Es el mayor amor que debemos dar.

El segundo elemento sorprende: no sólo amarle, sino también «Amarás a tu prójimo como a ti mismo».

Es como dos mandatos en uno, a los que hace equivalentes y lógicos entre sí. Amar a Dios necesariamente es amarse a uno mismo y los demás. El primero no se puede dar sin el segundo.

A continuación, narra Marcos,

«El escriba replicó: «Muy bien, Maestro. Tienes razón al afirmar que Dios es único y que no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios”».

Al final del evangelio, «Jesús, viendo que había hablado sensatamente, le dijo: «No estás lejos del Reino de Dios». Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas».

Desde luego, ¿qué más puede preguntarse después de eso? El escriba comprendió las palabras de Jesús, quien añadió eso de «No estás lejos del Reino de Dios».

Es decir, los que cumplen con ese precepto de amar a Dios están ya camino a Dios mismo.

El salmo reitera la idea otra vez:

«Yo te amo, Señor, tú eres mi fuerza; el Señor es mi roca, mi defensa y el que me libra… la peña en que me refugio y mi escudo, mi fuerza salvadora y mi fortaleza. Invoco al Señor, digno de alabanza, y él me salva de mis enemigos. Yo te amo, Señor, tú eres mi fuerza”.

Hay aquí una adición importante. El amar a Dios por encima de todo aboslutamente nos lleva a necesariamente amar a los demás, pero a eso se añade eso, la fuerza, la protección, el refugio, la fortaleza.

Todo eso es Dios cuando le amamos así. Amar a Dios nos hace fuertes y desde luego, alegres, como se vió en las lecturas del domingo pasado.

Segunda lectura

La segunda lectura del 31 Domingo Ordinario (ciclo B), de San Pablo, (Hebreos 7, 23-28) dice que

«Mientras que los otros sacerdotes fueron muchos, porque la muerte les impedía perdurar, Jesús, en cambio, como permanece para siempre, posee un sacerdocio que no pasará. Y por eso también puede perpetuamente salvar a los que por medio de él se acercan a Dios, ya que está siempre vivo para interceder por ellos».

San Pablo nos hace entender mejor a quien amamos, a Jesús de quien habla como

«el sumo sacerdote que nos hacía falta: santo, inocente, sin mancha, separado de los pecadores y elevado por encima de los cielos. El no tiene necesidad, como los sumos sacerdotes, de ofrecer cada día sacrificios por sus propios pecados antes de ofrecerlos por los del pueblo, porque esto lo hizo de una vez para siempre ofreciéndose a sí mismo».

De nuevo surge el amor como elemento común de las lecturas.

Ahora es el amor que viene de Dios hacia nosotros: Dios mismo se ha sacrificado por nosotros, mostrando así su amor que es infinito. Resulta entonces lógico que ese amor sea correspondido por nuestra parte, amándole con todas nuestras fuerzas y en todo momento.

En conjunto

¿Cómo amar a Dios en nuestra vida diaria?

Las tres lecturas y el salmo tienen en común ese elemento de amor, el que Dios nos da en todo momento y el que nosotros debemos darle.

Pero, qué hacer en concreto en cada una de nuestras vidas diarias tan llenas de distracciones y urgencias. Sin duda hay que ir más allá de la asistencia semanal a misa, lo que es necesario, pero no lo es todo. Tal vez haya un comienzo sencillo en las palabras del salmo, si por ejemplo, ellas se dicen a diario en algún momento: «Yo te amo, Señor, tú eres mi fuerza».

Si esas palabras salen del corazón, con un sentido de abandono propio de uno mismo para ponerse en manos de Dios, Dios comenzará a actuar en nosotros y nos daremos poco a poco cuenta de lo que Dios obra en nosotros.

Seguramente, en algún tiempo, nos sorprenderemos de nosotros mismos haciendo obras de las que no nos creíamos capaces. Será natural que eso suceda, porque eso es lo que estamos pidiendo, fuerza para amar.