¿Cómo saber que estamos predicando realmente la palabra de Dios? Cuando actuamos como Pablo dice en las lecturas del 31 domingo ordinario (ciclo A), con la intención de entregar la propia vida si es necesario.

Evangelio

En este 31 domingo ordinario (ciclo A), el evangelio de Mateo (23, 1-12) reproduce palabras de Jesús, que inician con,

«En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y fariseos. Hagan, pues, todo lo que les digan, pero no imiten sus obras porque dicen una cosa y hacen otra».

La referencia a obrar de acuerdo a los preceptos divinos es obvia: hacer lo que se predica y lo que se predica es la obediencia a Dios.

Jesús mismo lo dice en este evangelio, para completar la idea. «Que el mayor entre ustedes sea su servidor, porque el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido».

Es central, pues, en el mensaje de Jesucristo la idea de la humildad, como parte de los preceptos, pero lo más importante, como parte de la conducta. De poco vale hablar si no se actúa de la misma manera que se predica.

Primera lectura

La primera de las lecturas, de este 31 domingo ordinario (ciclo A), del Antiguo Testamento (Malaquías, 1, 14-2, 2.8-10) contiene un mensaje similar. Dios mismo habla a los sacerdotes y les dice,

«Les voy a dar a ustedes, sacerdotes, estas advertencias: si no me escuchan y si no se proponen de corazón dar gloria a mi nombre, yo mandaré contar ustedes la maldición… yo los hago despreciables y viles, pues no han seguido mi camino y han aplicado la ley con parcialidad».

Si de entrada, estas palabras aparecen como aplicables solo a los ministros religiosos y sus deberes, la ampliación de ese deber va hasta cada uno de los fieles que ellos tienen.

Somos los fieles de buena forma también testigos de Dios con las mismas obligaciones: predicar sus palabras, pero llevarlas a la práctica. ¿Cómo enseñar a ser fiel a mandatos que uno mismo no obedece? Porque, entre todos no existe más que una persona a la que se le debe obediencia, Dios.

Segunda lectura

En este 31 domingo ordinario (ciclo A), S. Pablo, en la segunda lectura, (Tesalonicenses, 2. 7-9.13) trata esto. Habla de haberles predicado el evangelio y de al hacerlo, tratarlos «con la misma ternura con la que una madre estrecha en su regazo a sus pequeños».

Y añade, «Tan grande es nuestro afecto por ustedes, que hubiéramos querido entregarles, no solamente el evangelio de Dios, sino también nuestra propia vida…»

En conjunto

Reuniendo las tres lecturas pueden verse elementos de un pequeño rompecabezas.

Dios nos pide predicar su palabra, una obligación común a sacerdotes y fieles; debemos ser testigos, ministros, de Dios y para serlo es necesario hacer lo que se predica, sin caer en la posición de esos a quienes «les gusta que los saluden en las plazas y que la gente les llama ««maestros»… ustedes… no dejen que los llamen «maestros», porque no hay más que un Maestro..

No importa la jerarquía que tengamos, pues ante Dios somos iguales todos.

¿Cómo saber que estamos predicando realmente la palabra de Dios? Cuando actuamos como Pablo, con la intención de entregar la propia vida si es necesario.

Eso es predicar con el ejemplo, con hechos, pero también con palabras mostrando la obediencia que damos a Dios. Que no haya diferencia entre lo que decimos y lo que hacemos.

Hagamos lo que se predica. Prediquemos con la conducta, que es amar a los demás.