¿Cómo dar entrada a Dios en nuestra existencia? De nuevo, la mujer de Sunem nos da la respuesta: reconociendo a Dios en los sucesos que nos rodean. Ella vio a un hombre de Dios e insistiendo le hizo ir a su casa, según cuentan las lecturas del 13 Domingo Ordinario (ciclo A).

Primera lectura

En la primera lectura de este 13 Domingo Ordinario (ciclo A), Reyes (4, 8-11.14-16) se narra la historia de Eliseo, un hombre de Dios, y su paso por Sunem.

Una mujer lo ve e insiste en que él se queda en su casa, lo que se convierte en costumbre cada vez que Eliseo pasa por ese lugar.

La mujer, reconociendo que es un hombre de Dios, incluso propone a su esposo que se le construya una habitación en su casa. Y así se hace. Este matrimonio ha aceptado a ese hombre de Dios y le hace vivir en casa.

Conmovido, Eliseo, se pregunta qué puede hacer por ella y la llama diciéndole que ya que no ha tenido descendencia, al año siguiente tendrá un hijo.

Evangelio

El evangelio de este 13 Domingo Ordinario (ciclo A), de Mateo, (37-42) contiene la misma idea de la lectura anterior. Dice Jesús mismo hablando a sus apóstoles, «Quien los recibe a ustedes me recibe a mí; y quien me recibe a mí, recibe al que me ha enviado».

Hay, por tanto, una especie de cadena entre Dios y nosotros. Existen enviados divinos, hombres de Dios a quienes debemos abrirnos y aceptarlos, porque ello es equivalente a abrirnos a Dios mismo.

Se trata de reconocer a Dios en esta tierra por medio de sus enviados, sus apóstoles, sus medios para llegar a nosotros.

Es un llamado a estar pendientes, a abrir los ojos, a aprender a reconocer a Dios en los sucesos grandes y pequeños de nuestra vida… como la mujer en Sumen que con terquedad invitó a Eliseo a comer en su casa en el inicio para al final construirle una pequeña habitación y aceptarle en su vida.

Después de ese estar pendiente de reconocer a Dios en los sucesos a nuestro alrededor, las palabras de Cristo nos hablan de recompensas que es lo mismo que tuvo la mujer que recibió a Eliseo:

«El que recibe a un profeta por ser profeta, recibirá recompensa de profeta; el que recibe a un justo por ser justo, recibirá recompensa de justo. Quien diere, aunque no sea más que un vaso de agua fría a uno de esos pequeños… yo les aseguro que no perderá su recompensa».

Segunda lectura

La segunda lectura de este 13 Domingo Ordinario (ciclo A), la carta de San Pablo (Romanos, 6, 3-4.8-11), profundiza en esa recompensa. Dice el apóstol,

«Por tanto, si hemos muerto con Cristo, estamos seguros que también viviremos con él; pues sabemos que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya nunca morirá… porque al morir, murió el pecado de una vez para siempre; y, al resucitar, vive ahora para Dios. Lo mismo ustedes, considérense muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro».

En conjunto

Hé allí la recompensa mayor de todas, el vivir «para Dios en Cristo Jesús». Y poder hacerlo dando cabida en nosotros a Dios en nuestras vidas actuales.

¿Cómo dar entrada a Dios en nuestra existencia? De nuevo, la mujer de Sunem nos da la respuesta: reconociendo a Dios en los sucesos que nos rodean. Ella vio a un hombre de Dios e insistiendo le hizo ir a su casa.

Pues lo mismo debemos hacer nosotros al ver que algo a nuestro alrededor nos trae un mensaje de Dios.

Quizá la principal idea de estas lecturas sea esa precisamente, la de ser ellas una manera en la que Dios se hace presente en nuestras vidas. No necesitamos salir del templo y esperar a ver qué señal nos manda Dios.

Ahora mismo, con esas lecturas se está haciendo presente en nuestras vidas. Las lecturas son de buena manera el equivalente para nosotros de lo que fue Eliseo para la mujer de Sunem.

Las lecturas sin duda nos están diciendo que Dios se está haciendo presente en nuestras vidas ahora mismo y que tan solo queda en nosotros invitarle a pasar, dejarle entrar, sabiendo que lo que viene después es la recompensa más maravillosa en la que podemos pensar.

Y si le hemos dejado entrar a nuestras vidas, es claro que debemos dejarle vivir allí, con nosotros.