Las lecturas del 17 Domingo Ordinario (ciclo A), tomadas en su conjunto, nos hablan de Dios mismo llamándonos y poniendo frente a nosotros esa cuestión esencial de nuestras vidas: nos llama a decidir, a pedirle lo que deseamos. Es una oferta que lleva a un examen personal, ¿Qué es lo que más deseamos y queremos? ¿Qué es eso a lo que damos la más alta jerarquía?

Primera lectura

En la misa del 17 Domingo Ordinario (ciclo A), la primera lectura (Reyes, 3, 5-13) cuenta la oferta que Salomón recibe de Dios: «Pídeme lo que quieras, que yo te lo daré».

Nos hace recordar inevitablemente la historia de Aladino y su lámpara, cuando un ser humano se enfrenta a la posibilidad de simplemente pedir lo que sea y verlo cumplido. Pero hasta allí la similitud.

Hay una diferencia extrema en lo que sigue. Mientras que los cuentos narran peticiones de riquezas y de poder, la Escritura presenta el lado opuesto y el verdadero.

Salomón, primero, reconoce al Señor como Dios, es decir, lo adora y se declara su siervo. Un siervo que se ve a sí mismo como perdido en medio de un pueblo numeroso. Y le hace una petición, «… Que me concedas sabiduría de corazón, para que sepa gobernar a tu pueblo y distinguir entre el bien y el mal…»

Dios ha dejado en libertad a Salomón, para pedir lo que sea y el rey hace una petición voluntaria, sabiduría y poder distinguir entre el bien y el mal.

Ante esa petición, Dios responde que por pedir eso y «no una larga vida, ni riquezas, ni la muerte de tus enemigos», se le concede lo pedido y se le da aún más. Es una narración que como pocas ilustra una lección de prioridades.

Nuestro Creador da a Salomón esa oportunidad de pedir lo que él deseara. Una oportunidad sin condiciones. Podemos imaginar a Salomón, un ser humano como cualquiera de nosotros, pensando en las posibilidades y seleccionado una, la mayor y más grande.

Y se decide no por riquezas ni poder, sino por algo mayor, «sabiduría de corazón» para cumplir con el deber que tiene frente a sí. Eso es lo que para él es realmente importante.

Evangelio

En la misma del 17 Domingo Ordinario (ciclo A), el evangelio de Mateo (13, 44-52) reproduce palabras de Jesucristo, cuando compara al cielo con el hallazgo de un tesoro en un campo y quien lo encuentra vende todo lo que tiene y compra el lugar donde está el tesoro.

Y también lo compara con el encuentro de una valiosa perla que produce la misma decisión en la persona que la encuentra: vende todo lo que tiene y la adquiere.

Son también comparaciones que indican decisiones de prioridades. Con libertad y por deseo propio, estas personas reconocen lo que encuentran y dejan todo atrás. Venden sus pertenencias con tal de hacerse del tesoro encontrado.

Claramente ese tesoro es Dios, el mismo que Salomón reconoció cuando debía pedir algo al Creador.

Son dos los elementos que tenemos en estas escrituras.

El primero es el reconocer eso frente a lo que nos encontramos, a Dios mismo. El segundo es el uso correcto de nuestra libertad para decidir por él.

Del primer elemento no podemos dudar que existe y en realidad en este mismo momento, con estas lecturas, Dios está poniendo frente a nosotros ese tesoro.

El segundo elemento es cosa nuestra y se trata de algo sencillo, colocar lo más importante antes que el resto. Sabemos que lo más importante es Dios y, por tanto, lo único que falta es decidir tomar esa opción. Si hacemos lo opuesto, entonces estaríamos en el caso contrario al de Salomón.

Imaginemos que somos este rey y que debemos decidir. Dios nos ofrece lo que sea que queramos y nosotros decidimos pedirle riquezas, un coche nuevo y otras cosas por el estilo. Y de hecho esto es lo que hacemos cuando mostramos más preocupaciones por lo material que por Dios.

Segunda lectura

La segunda lectura del 17 Domingo Ordinario (ciclo A) es la carta de San Pablo (Romanos, 8, 28-30) donde redondea la idea.

Dice el apóstol que «ya sabemos que todo contribuye para bien de los que aman a Dios, de aquellos que han sido llamados por él, según su designio salvador».

Sabemos que de alguna manera nos llama a todos y, por tanto, que ese llamado contribuye a nuestro bien. Y termina esta lectura diciendo que a quienes aceptan ese llamado, Dios «los glorifica». Es lo mismo que a Salomón, a quien concedió más de lo pedido.

En conjunto

Las tres lecturas, tomadas en su conjunto, nos hablan de Dios mismo llamándonos y poniendo frente a nosotros esa cuestión esencial de nuestras vidas: nos llama a decidir, a pedirle lo que deseamos. Es una oferta que lleva a un examen personal, ¿Qué es lo que más deseamos y queremos? ¿Qué es eso a lo que damos la más alta jerarquía?

Nosotros tomando esa decisión, es decir, evaluando nuestras opciones y prioridades y tomando la mayor decisión de nuestras vidas. Le reconocemos como Dios y le seguimos, o no lo hacemos.De las muchas cosas que queremos y deseamos, estamos forzados a seleccionar una sola, sabiendo que será concedida.

La esperanza en el tesoro último, el Cielo, nuestra glorificación. Y, para ayudarnos, Dios mismo nos ayuda a saber más y así tomar una decisión correcta.

Finalmente, quizá no haya lecturas más ilustrativas para mostrar lo que es nuestra libertad, la que Dios nos dio a su imagen. La real libertad, la que nos libera, es esa por la cual por decisión propia hacemos lo que debe hacerse.