Por eso, al ponernos frente a Dios, de seguro escucharemos ese “Tranquilícense y no teman, soy yo.” Las más dulces, suaves, apacibles y gustosas palabras que podamos escuchar en nuestra vida y contenidas en las lecturas del 19 Domingo Ordinario (ciclo A).

Primera lectura

La primera de las lecturas de este 19 Domingo Ordinario (ciclo A), Reyes (19, 9.11-13) cuenta como en el monte de Dios, el profeta Elías permanece en una cueva por instrucciones de Dios, esperando verle pasar. El texto cuenta que:

  • Primero pasó un viento huracanado, terrible, que “partía las montañas y resquebrajaba las rocas«.
  • Luego vino un terremoto.
  • Más tarde vino un fuego.

En ninguno de esos sucesos estaba Dios y Elías lo sabía, pues fue cuando sucedió otra cosa que él salió de la cueva sabiendo que Dios pasaría.

Dios no estaba en esos sucesos que acongojan y causan miedo. Elías sabe que Dios pasa cuando se presenta exactamente lo contrario, «el murmullo de una brisa suave».

Evangelio

Por su parte el de este 19 Domingo Ordinario (ciclo A), de Mateo (14, 22-23) cuenta el suceso de la caminata sobre las aguas.

En medio de aguas agitadas, Mateo escribe que,

«A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el agua. Los discípulos, al verlo andar sobre el agua, se espantaron y decían, «¡Es un fantasma!» Y daban gritos de terror. Pero Jesús les dijo enseguida: ‘Tranquilícense y no teman, soy yo»».

En conjunto

Reuniendo las dos lecturas anteriores del 19 Domingo Ordinario (ciclo A) puede verse el contraste entre Elías y los apóstoles.

Elías conoce al Señor y sabe que al presentarse lo hará causando tranquilidad y paz. Pero los discípulos desconocen eso y tienen una reacción de miedo, creyendo que el que viene es un fantasma, ante lo que gritaban llenos de pavor.

Aún no conocían ellos al Señor, quien en Jesús les hace un llamado de paz, «Tranquilícense y no teman, soy yo». Igual que la brisa suave de la primera lectura.

Es, por tanto, sencillo entender que en nuestra pequeñez humana podemos tener un gran parecido con los discípulos y sentir miedo cuando pensamos en la presencia de Dios. Es una reacción humana, ante la que debemos reaccionar pensando exactamente lo opuesto.

La presencia de Dios produce lo opuesto: paz, sosiego, tranquilidad. De aquí que sea tan importante esa frase repetitiva muchas veces por Juan Pablo II, «No tengáis miedo».

Y es posible ir más allá tomando como base estas dos lecturas, para reflexionar en la realidad de que son las almas que reconocen a Dios las que gozan de paz y tranquilidad en su interior. Por el contrario, las personas que están alejadas de Dios son las que sufren de temores y miedos.

Es cuando no reconocemos a Dios que padecemos miedo, lo opuesto de lo que sucede en nuestro ánimo cuando el reconocemos y decimos como los apóstoles en la barca, una vez que le reconocieron, «Verdaderamente, tú eres en Hijo de Dios».

Es ese reconocimiento, consciente y voluntario, lo que en nuestras almas causa paz, igual que Elías al sentir el «murmullo de una suave brisa». Y es que no puede ser lo contrario. La presencia de Dios y el reconocerle es causa de paz y bienestar. Dios no puede sino causar alegría, sosiego y tranquilidad en las almas que le reconocen.

Esta idea en los tiempos actuales es de importancia. Muchas veces, seguramente, se buscan los remedios a las inquietudes de la persona en explicaciones médicas y psicológicas, queriendo remediar por medios científicos lo que sólo tiene un remedio espiritual.

Por eso, al ponernos frente a Dios, de seguro escucharemos ese “Tranquilícense y no teman, soy yo.” Las más dulces, suaves, apacibles y gustosas palabras que podamos escuchar en nuestra vida.