¿Qué sentido tiene vivir? No hay otra contestación posible que esa, la del llamado de Dios. Es ese el sentido de nuestra vida, la razón entera de nuestra existencia: la consagración a Dios que piden las lecturas del 2 Domingo Cuaresma (ciclo A).

Primera lectura

La primera de las lecturas de este 2 Domingo Cuaresma (ciclo A), del Génesis (12, 1-4) menciona al Señor llamando a Abram y diciéndole,

«Deja a tu país, a tu parentela y la casa de tu padre, para ir a la tierra que yo te mostraré [y Abram obedeció] partió, como se lo había ordenado el Señor».

Lo que establece la idea central de estas lecturas.

Evangelio

En el evangelio de este 2 Domingo Cuaresma (ciclo A), de Mateo (17, 1-9) hay también un llamado.

«Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a Juan… y los hizo subir a solas con él a un monte elevado. Ahí se transfiguró en su presencia…»

Es un llamado que muestra algo. Dios nos llama para enseñarnos algo que desea que conozcamos y es tan agradable que hace a Pedro decir, «Señor, ¡qué bueno sería quedarnos aquí!»

Quizá entre las dos lecturas existan esos lazos abiertos de ser ambas un llamado de Dios para ir hacia él, pidiendo que vayamos a solas con él, dejando atrás lo que nos une con el mundo, seguirle porque nos mostrará la tierra que nos promete.

Es la tierra donde están Elías y Moisés; el lugar en el que se oye a Dios decir, «Este es mi hijo muy amado…» y que llena de temor a los discípulos cuando se dan cuenta de dónde están.

Segunda lectura

En este 2 Domingo Cuaresma (ciclo A), la segunda lectura, la carta de Pablo (Timoteo, 1, 8-10) nos pone en perspectiva este llamado.

«Dios es quien nos ha salvado y nos ha llamado a que le consagremos nuestra vida…».

Se trata claramente de eso, de un llamado que Dios nos hace para que nos consagremos a él. Y quizá conociendo nuestra naturaleza, para convencernos nos da una muestra de lo que nos espera en esa consagración a Dios, la tierra prometida, ese lugar que hace a Pedro sentir lo bien que en él se está.

Es el lugar, dice Pablo, en el que no existe la muerte y Dios «ha hecho brillar la luz de la vida y de la inmortalidad…».

En conjunto

El llamado hecho por Dios da sentido a la vida; nuestra existencia tiene una razón y ella es ese llamado a ir a Dios. Todo se supedita al llamado que nos hace.

Para eso fuimos creados. Por eso dejamos nuestro país, nuestra parentela, nuestra casa y vamos con él a un monte elevado, donde la luz de la vida no se apaga jamás.

Es humano que nos sintamos, en muchas ocasiones, sin respuestas al por qué vivimos, al por qué suceden cosas en nuestra vida, buenas y malas. Este llamado de Dios es la contestación a las preguntas que nos hacemos.

¿Qué sentido tiene vivir? No hay otra contestación posible que esa, la del llamado de Dios. Es ese el sentido de nuestra vida, la razón entera de nuestra existencia: la consagración a Dios.

Por tanto, desde los más pequeños detalles de nuestra vida hasta los más grandes, todos ellos son ocasión de consagración a Dios. Nuestro trabajo diario, el más rutinario de ellos, será siempre un motivo de consagración para seguir ese llamado.

Cada uno de nuestros actos, por pequeños e irrelevantes que sean, son momentos de oportunidad para seguir ese llamado de Dios. Sí, en nuestra vida misma, la que ahora llevamos, podemos ser santos con tan sólo seguir ese llamado.