Las lecturas del 32 Domingo Ordinario (ciclo A) dan una respuesta diáfana a un tema que con frecuencia se evita: para morir en Jesús, debemos vivir en él, tener sed de él siempre. Siempre, siempre.

Evangelio

En el evangelio de este 32 Domingo Ordinario (ciclo A), de Mateo, (25, 1-13) se nos cuenta la parábola de las diez jóvenes que esperan a sus futuros esposos.

Están ellas en espera del arribo. Deben estar preparadas, pero entre ellas la mitad son descuidadas, no llevan aceite para sus lámparas en caso de que en la espera les sorprenda la noche.

Eso es precisamente lo que les acontece. Repentínamente ellos llegan y las lámparas se necesitan.

«… y las descuidadas dijeron a las previsoras «Dennos un poco de su aceite…» Las previsoras les contestaron «No, porque no va a alcanzar para ustedes y para nosotras. Vayan mejor a donde lo venden y cómprenlo». Mientras aquéllas iban a comprarlo, llegó el esposo y las que estaban listas entraron con él al banquete de bodas y se cerró la puerta».

Las jóvenes descuidadas son así rechazadas. El evangelio termina con las palabras de Jesús, «Yo les aseguro que no saben el día ni la hora».

Se refiere al juicio final y la imagen es muy poderosa. Nos habla de estar preparados, de ser prevenidos para el momento del que no sabemos cuándo sucederá.

Segunda lectura

En este 32 Domingo Ordinario (ciclo A), San Pablo trata la misma idea en la segunda lectura.

Habla de «Cuando Dios mande que suenen las trompetas, se oirá la voz de un arcángel y el Señor mismo bajará del cielo… seremos arrebatados… entre las nubes por el aire, para ir al encuentro del Señor, y así estaremos siempre con él».

Hay un elemento claro de desconocimiento. No sabemos ni el día ni la hora, ni de nuestra muerte, ni del juicio final. Por eso Pablo inicia su carta (Tesalonicenses, 4, 13-18) diciendo,

«No queremos que ignoren lo que pasa con los difuntos, para que no vivan tristes, como los que no tienen esperanza. Pues si creemos que Jesús murió y resucitó, de igual manera debemos creer que, a los que murieron en Jesús, Dios los llevará con él».

No sabemos ni el día, ni la hora. Es natural que Jesús nos pida estar preparados, no ser como las jóvenes descuidadas que no pudieron entrar la banquete.

Estar preparados es una cuestión de toda la vida, de en todo momento estar listo para cuando «suenen las trompetas».

Y estar preparados, lo define muy bien Pablo, diciendo «murieron en Jesús». es decir, murieron creyendo en que así como Jesús resucitó, así también ellos serán librados de la muerte.

Una muy bella definición de creer a Jesús está contenida en el Salmo Responsorial al decir, «Señor, mi alma tiene sed de ti. Señor, tú eres mi Dios, a ti te busco; de ti sedienta está mi alma. Señor, todo mi ser te añora…»

Es obvio que si esto sentimos, estaremos siempre preparados sin importar qué día, ni qué hora. Y si estamos preparados, moriremos en Jesús para ir con Dios resucitados.

Primera lectura

Este 32 Domingo Ordinario (ciclo A), presenta el mismo bello tono en la primera lectura (Sabiduría, 6, 12-16) al decir,

«Radiante e incorruptible es la sabiduría; con facilidad la contemplan quienes la aman y ella se deja encontrar por quienes la buscan y se anticipa a darse a conocer a los que la desean… A los que son dignos de ella, ella sale a buscarlos por los caminos; se les aparece benévola y colabora con ellos en todos sus proyectos».

Es las sabiduría, la «prudencia consumada», de la que habla Jesús cuando describe a las cinco jóvenes previsoras y la sencilla acción de llevar aceite para sus lámparas.

No saben ellas ni el día ni la hora, pero al buscar la sabiduría la encuentran y pueden así disfrutar del banquete de bodas, que a las incautas e imprudentes les es negado.

En conjunto

Reuniendo las lecturas de este domingo, desde luego, tenemos el tema central de la preparación de ese momento, del que no sabemos ni el día ni la hora.

No es un pensamiento triste que debemos rehuir, aunque sí sea un pensamiento inquietante el pensar en nuestra propia muerte.

Lo que estas lecturas hacen es tratar de frenar esa inquietud hasta donde sea humanamente posible al asegurarnos que en realidad no moriremos, no desapareceremos en la nada.

Si morimos en él seremos llevados a Dios, y lo opuesto. Por tanto, la clave está en qué hacer para morir en Jesús.

Las lecturas dan una respuesta diáfana: para morir en Jesús, debemos vivir en él, tener sed de él siempre. Siempre, siempre.