Las tres lecturas unidas del 24 domingo ordinario (ciclo B) nos dan una visión de gozo y alegría. Sí, somos débiles, lo que al reconocer resultaría un desconsuelo, excepto por algo.

Primera lectura

En el 24 domingo ordinario (ciclo B), la primera lectura (Isaías: 50, 5-9) habla de la fortaleza que da Dios a los hombres:

«En aquel entonces, dijo Isaías: “El Señor Dios me ha hecho oír sus palabras y yo no he opuesto resistencia, ni me he echado para atrás. Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que me tiraban de la barba. No aparté mi rostro de los insultos y salivazos.
Pero el Señor me ayuda, por eso no quedaré confundido, por eso endurecí mi rostro como roca y sé que no quedaré avergonzado. Cercano está de mí el que me hace justicia, ¿quién luchará contra mi? ¿Quién es mi adversario? ¿Quién me acusa? Que se me enfrente. El Señor es mi ayuda, ¿quién se atreverá a condenarme?”».

Dios, en resumen, nos da la fuerza que requiere el hacer eso que él nos pide. Y lo que nos pide es seguirle, como lo enseña el evangelio de hoy.

Evangelio

El evangelio del 24 domingo ordinario (ciclo B), de Marcos (8, 27-35) narra que

«En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a los poblados de Cesárea de Filipo. Por el camino les hizo esta pregunta: “¿Quién dice la gente que soy yo?”. Ellos le contestaron: “Algunos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que Elías; y otros, que alguno de los profetas”. Entonces Él les preguntó; “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”. Pedro le respondió; “Tú eres el Mesías”. Y Él les ordenó que no se lo dijeran a nadie”».

En esa primera parte de la narración, Jesús nos da a conocer quién es. Es el Mesías, Dios mismo, a lo que añade que

«Después llamó a la multitud y a sus discípulos, y les dijo: “El que quiera venir conmigo, que renuncie a si mismo, que cargue con su cruz y que me siga. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mi y por el Evangelio, la salvará”».

Eso es lo que nos pide y para lo que nos promete darnos fuerza suficiente: «El que quiera venir conmigo, que renuncie a si mismo, que cargue con su cruz y que me siga. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mi y por el Evangelio, la salvará».

El salmo de hoy tiene palabras muy bellas al respecto:

«Caminaré en la presencia del Señor. Amo al Señor porque escucha el clamor de mi plegaria, porque me prestó atención cuando mi voz lo llamaba. Redes de angustia y de muerte me alcanzaron y me ahogaban. Entonces rogué al Señor que la vida me salvara… A mi, débil, me salvó y protege a los sencillos. Mi alma libró de la muerte; del llanto los ojos míos, y ha evitado que mis pies tropiecen por el camino. Caminaré ante el Señor por la tierra de los vivos».

Se tiene de nuevo es dualidad, fortaleza-debilidad. Sí, somos débiles, pero en Dios está nuestra fuerza. Tenemos que seguir a Dios y a ello nos ayudará Dios mismo, dándonos fuerza para salvarnos. Eso es tener fe en Dios, y de eso habla el apóstol Santiago en su epístola.

Segunda lectura

La segunda lectura del 24 domingo ordinario (ciclo B), (Santiago: 2, 14-18) dice

«¿De que le sirve a uno decir que tiene fe, si no lo demuestra con obras? ¿Acaso podrá salvarlo esa fe? Supongamos que algún hermano o hermana carece de ropa y del alimento necesario para el día, y que uno de ustedes le dice: “Que te vaya bien; abrígale y come”, pero no le da lo necesario para el cuerpo, ¿de qué le sirve que le digan eso? Así pasa con la fe; si no se traduce en obras, está completamente muerta».

Insiste Santiago en el punto: «Quizá alguien podría decir: “Tú tienes fe y yo tengo obras. A ver cómo, sin obras, me demuestras tu fe; yo, en cambio, con mis obras te demostraré mi fe”».

En conjunto

Las tres lecturas unidas del 24 domingo ordinario (ciclo B) nos dan una visión de gozo y alegría. Sí, somos débiles, lo que al reconocer resultaría un desconsuelo, excepto por algo.

Dios nos promete hacernos fuertes y lo hará si es que tenemos fe en él. Queda entonces en nosotros la tarea de lograr esa fe, sobre la que Santiago nos dice que es mediante actos y obras que la logramos, acciones en bien de otros.

Se trata de un círculo virtuoso de amor: amando a los demás es que en nosotros se logra la fe y con la fe logramos tener la fuerza que Dios nos da para evitar nuestras debilidades.