Colocando las tres lecturas juntas de este 4 Domingo Ordinario (ciclo B), tenemos de nuevo ese elemento común a tantas lecturas de la Biblia: Dios nos llama, nos habla y tiene enviados que nos hablan de él; nos invita a escucharle a él por medio de sus enviados.

Primera lectura

En este 4 Domingo Ordinario (ciclo B), la primera lectura (Deuteronomio 18, 15-20) contiene una idea central contenida en la frase «Les daré un profeta y pondré mis palabras en su boca».

Habla Moisés diciendo al pueblo, «El Señor tu Dios suscitará en medio de tus hermanos un profeta como yo. A él lo escucharán».

A lo que añade lo que el Señor le ha dicho,

«Yo suscitaré en medio de sus hermanos un profeta como tú; pondré mis palabras en su boca y él les dirá lo que yo le mande. A quien no escuche las palabras que él pronuncie en mi nombre, yo mismo le pediré cuentas».

El Salmo Responsorial (94) continúa con la misma idea, diciendo, «Señor, que no seamos sordos a tu voz… ¡Ojalá escuchen hoy su voz!…»

De nuevo, es esa insistencia de Dios en llamarnos para escucharle por medio de sus enviados, sus profetas.

Evangelio

La idea se concreta maravillosamente en un episodio del evangelio de este 4 Domingo Ordinario (ciclo B), de Marcos (1, 21-28), cuando narra que Jesús «el sábado fue a la sinagoga y se puso a enseñar a la gente que estaba admirada de su enseñanza, porque enseñaba con autoridad y no como los escribas».

Ya no es un profeta, sino Dios mismo quien predica y nos llama directamente.

Es entonces cuando algo sucede.

«Había en la sinagoga un hombre poseído por un espíritu inmundo, que se puso a gritar: «¿Qué tenemos nosotros que ver contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres: el Santo de Dios”».

El espíritu maligno lo reconoce, sabe quién es y lo increpa. A lo que Jesús responde, «¡Cállate y sal de ese hombre!».

Marcos, a continuación narra que

«El Espíritu inmundo lo retorció violentamente y, dando un alarido, salió de él. Todos quedaron asombrados y se decían unos a otros: «¿Qué es ésto? ¡Una doctrina nueva llena de autoridad! ¡Manda incluso a los espíritus inmundos y éstos lo obedecen»».

Jesús da a ese espíritu maligno una orden que es obedecida sin remedio, muy diferente al llamado que nos hace a nosotros y que no es una orden, sino un llamado para ser obedecido voluntariamente.

Segunda lectura

En este 4 Domingo Ordinario (ciclo B), la segunda lectura, San Pablo (I Corintios 7, 32-35) nos lleva al nivel de la vida cotidiana que tenemos. Nos habla del hombre y de la mujer que no están casados,

«… el soltero está en situación de preocuparse de las cosas del Señor y de cómo agradar a Dios… la mujer sin marido y la soltera están en situación de preocuparse de las cosas del Señor, consagrándose a él en cuerpo y alma».

Y contrasta a esas personas con la situación opuesta, pues «el casado debe preocuparse de las cosas de esta vida y de cómo agradar a su esposa, y por eso está dividido… La casada… se preocupa de las cosas de esta vida y de cómo agradar a su esposo».

Y de inmediato aclara, «Les digo esto no para ponerles una trampa, sino para su provecho, teniendo en cuenta lo que es noble y facilita la dedicación plena al Señor».

Podemos quizá imaginar a Pablo pensando en las cosas que nos distraen del llamado de Dios, las cosas de nuestra vida diaria, nuestras preocupaciones cotidianas, previniéndonos de eso y enfatizando lo que es de nuestro real provecho.

Primero está Dios y el llamado que nos hace. No es una trampa, no significa que debemos descuidar nuestros deberes diarios, pero sí significa que primero está el llamado de Dios.

En conjunto

Colocando las tres lecturas juntas de este 4 Domingo Ordinario (ciclo B), tenemos de nuevo ese elemento común a tantas lecturas de la Biblia: Dios nos llama, nos habla y tiene enviados que nos hablan de él; nos invita a escucharle a él por medio de sus enviados.

Las lecturas de este domingo, sin embargo, añaden otras ideas. Primero, no son órdenes las que nos da y que tengamos que obedecer sin remedio; lo podría hacer, como en el caso de ese espíritu inmundo, pero no lo hace.

El Señor desea una acción voluntaria de nuestra parte, libremente decidida por convencimiento propio.

Segundo, debemos estar prevenidos: hay distracciones en nuestras ocupaciones diarias y ellas son obstáculos que dificultarán escuchar ese llamado al Señor.

Quizá podamos concretar todo en una pequeña oración propia, que comience con las palabras del salmo, Señor, que no seamos sordos a tu voz. ¡Ojalá escuche hoy su voz!, para entender que en realidad la hemos escuchado en esas lecturas.