Un examen de la justificación que comienza con la historia del buen samaritano. El pretexto de «todos los demás lo hacen», una excusa común para justificar la conducta propia. La que sea, buena o mala.

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El buen samaritano y lo que hizo

La parábola del Buen Samaritano está en el evangelio de san Lucas:

Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de salteadores, que, después de despojarle y golpearle, se fueron dejándole medio muerto.
Casualmente, bajaba por aquel camino un sacerdote y, al verle, dio un rodeo. De igual modo, un levita que pasaba por aquel sitio le vio y dio un rodeo.
Pero un samaritano que iba de camino llegó junto a él, y al verle tuvo compasión; y, acercándose, vendó sus heridas, echando en ellas aceite y vino; y montándole sobre su propia cabalgadura, le llevó a una posada y cuidó de él.
Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y dijo: «Cuida de él y, si gastas algo más, te lo pagaré cuando vuelva».

Good Samaritan (detail) - Rossano Gospels - 6th Cent. - Folio 007«Buen samaritano (detaile) – Rossano Gospels – 6th Cent. – Folio 007» by jimforest is licensed under CC BY-NC-ND 2.0

La excusa del «todos lo hacen»

El samaritano pudo haber pasado de largo y decir, «también lo hicieron el sacerdote y el levita, ¿por qué yo no?». Él hizo lo opuesto, no pasó de largo.

Al contrario, lo ayudó personalmente. No fue un filántropo, fue un acto de caridad lo que hizo. Lo que lleva a profundizar en la excusa de «todos lo hacen».

Otra posibilidad

En la historia, un herido en el camino es atendido por el samaritano, después de que otros han pasado de largo. Cura sus heridas, producidas por los ladrones. Lo lleva a donde puede ser atendido. Deja dinero con ese objeto. Promete regresar y pagar lo que se haya gastado de más.

En nuestros días, si el samaritano se llegara a contagiar de la excusa del «todos lo hacen», haría otra cosa. Vería al herido por los asaltantes y conmovido hasta las lágrimas, depositaría junto al pobre hombre tantas monedas como pudiera y seguiría su camino.

Al llegar con sus amigos, les diría que ha realizado una gran obra de caridad, dejando esas monedas junto al prójimo herido.

Con inteligencia el samaritano hizo lo que debía, atender él mismo directamente la urgencia de la situación con el remedio adecuado, curar al hombre asaltado y luego llevarlo a donde podía ser curado.

Sin inteligencia, el samaritano hubiera arrojado unas monedas junto al herido para que él se las arreglara con ellas por sí mismo… como hace la mayoría.

La caridad bien dirigida, hecha con prudencia

Y eso es lo que sostengo, algo que no creo que esté presente en muchos programas de ayuda, en muchas obras de caridad, en muchas propuestas, como la de condonar deudas de países pobres. No se trata de arrojar monedas a quienes necesitan caridad, sino de ayudarles, cosa que las monedas por sí mismas no harán.

Este mismo punto lo hacen Becker y Posner en su libro Uncommon Sense: Economic Insights, from Marriage to Terrorism (2009, University Of Chicago Press). Al que añaden otra idea fascinante sobre los países con gran dotación de recursos naturales, principalmente petróleo. La abundancia no suele serles de beneficio.

Como las monedas dadas al pobre, el petróleo es como un regalo que impide la adquirir hábitos de trabajo y disciplina, de ahorro e iniciativa empresarial, además de «permitir al gobierno aplazar problemas sociales».

La buena caridad no puede ser un regalo inmerecido. Cuando lo es, crea mayores problemas de los que resuelve. Especialmente, crea el hábito y costumbre de la manifestación y la protesta: cuando dejan de recibir regalos, salen a la calle en una rabieta infantil que saben les funcionará como al niño malcriado.

Puede usarse la excusa de que todos los gobiernos lo hacen así, pero eso no justifica que se implanten sus programas de ayuda. La justificación de que todos piensan de cierta manera, o de que todos obran de cierto modo, es solo una excusa sin fundamento.

[Un paréntesis. Datos del libro citado: África ha recibido desde 1960, 600 mil millones de dólares de ayuda y, sin embargo, la mayoría de sus naciones son ahora más pobres que en esa fecha. Desde los 50 hasta los 80, la India fue la nación que recibió más ayuda pública y privada, un período en el que su crecimiento fue de 1%.]

Otra excusa, «todos lo hacen, mienten»

La frase se hizo famosa. «Todo el mundo miente», repetía una y otra vez el doctor House en su serie de televisión. ¿De verdad? Sí, todo el mundo lo hace, según se reportó (Why we lie, WSJ, 26 mayo 2012).

Bueno, casi todo el mundo. Solo una real minoría no lo hace nunca. El levita y el sacerdote podrían haber dicho «No vimos ningún herido en el camino». El samaritano podría haber mentido igual.

El número de mentirosos

La cantidad de los mentirosos parece seguir una distribución en la que hay muy pocos casos en los extremos. Muy pocos que mienten consistentemente. Muy pocos que nunca mienten. Realmente pocos en esos dos grupos.

La mayoría está en medio: personas que no siempre mienten y que cuando lo hacen mienten poco.

Esto es congruente con la expectativa de la imperfección humana. No somos perfectos, cometemos faltas, somos deshonestos, mentimos, no somos todos totalmente honorables.

Solo unos pocos se salen de esa imperfección en la que a veces obramos mal y a veces bien. Son reales excepciones. En fin, sí, todos mienten pero no mucho y solo algunas veces, pero lo hacen.

La columna apunta algo de mucho sentido común. Una cerradura es capaz de detener los impulsos que la mayoría sienten de entrar y robar algo valioso.

La cerradura detiene a la mayoría, pero no a los muy pocos que están en el extremo y que son deshonestos continuos. A esos no los detiene una cerradura. Pero lo interesante es un aspecto de esas investigaciones.

Las mentiras son contagiosas

Si las personas ven que alguien miente y se sale con la suya, tenderán a imitarlo. De nuevo, la excusa de «todos lo hacen» Pero la excusa puede funcionar en sentido opuesto. Si todos alrededor tienen una conducta honorable, la persona tenderá a ser también honorable.

Es decir, hay circunstancias que facilitan que gente que hubiera actuado honestamente no lo haga. Tome usted, por ejemplo, un caso clásico.

La corrupción de los gobernantes

Si los ciudadanos perciben que esos gobernantes actúan con deshonestidad, tenderán a comportarse con menos honestidad de que la hubieran exhibido sin el ejemplo del gobernante.

Sí, hay contagio en los malos ejemplos. Usted lo ha visto en esa famosa excusa, «Todos los gobernantes hacen, ¿por qué no yo?».

Un amigo dice que es muy frecuente que en los robos a casas, las víctimas declaren haber sido robadas de miles de pesos en efectivo y joyas muy valiosas.

No son mentiras frecuentes, sino aisladas, las de la mayoría. Muy influidas por el medio ambiente y lo que hacen los otros. Si esto es cierto, y suena razonable, puede especularse sobre la importancia del contagio de la excusa del «todos lo hacen».

La noticia sobre el consumo de drogas de una celebridad, por ejemplo, afectaría las probabilidades de contagio de esa conducta en otros. Es, de nuevo, eso de «todos lo hacen y no pasa nada».

La cosa va más allá

Los cursos sobre valores no parecen dar gran resultado, al menos no tanto como hacer otra cosa: el recordar principios honorables en el momento previo a una posible acción deshonesta. Quizá sea que ya conocemos esos valores y solo necesitamos que nos sean recordados en los momentos de duda. Cuando realmente necesitamos solventar el problema.

De todo esto, de nuevo puede llegarse a esa conclusión sobre la imperfección humana. Estamos siempre en peligro de actuar indebidamente y, algunas de esas veces lo hacemos.

No es que seamos malos en nosotros mismos, sino que podemos actuar mal. Como cuando llenamos mal una declaración de reclamo de seguros.

Las personas de extrema maldad y extrema bondad son excepcionales. Las hay pero son atípicos. En medio, capaces a veces de hacer el bien o hacer el mal, estamos el resto de los mortales.

Y esa inclinación a un lado o al otro depende en buena parte de esa excusa de «todos lo hacen»

Conclusión

De allí, me parece, la importancia de que los más célebres, los más famosos, los conocidos y admirados, tengan una obligación adicional al resto: la de ser buenos ejemplos.

Vuelvo al caso del futbolista que mete un gol con la mano, lo dan por bueno y el se enorgullece más tarde de haber logrado el engaño. Es posible que muchos piensen en esa excusa, «si lo hizo mi ídolo, yo también puedo hacerlo».

Y al final, quizá sea eso de hacer ídolos sujetos de admiración sin límites, a quienes son simples humanos. Esos que como el resto están en medio.

La columna ha resultado el tipo de justificación de la propia conducta cimentado en la excusa del «es que todos lo hacen». Un factor de contagio en la toma de decisiones personales, que tiene una consecuencia negativa al copiar buenas decisiones.

Pero que tiene malos efectos cuando así se encuentra un pretexto para justificarse.

Sea lo que sea, el argumento de «todos lo hacen» es una excusa que viola la lógica, una falacia.


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[Actualización última: 2023-06]