Se presentan cinco breves ensayos acerca de la existencia del Ser Supremo, comenzando por la curiosidad racional que piensa en causas infinitas, siguiendo con las demostraciones racionales, el estímulo que esa existencia presenta en la vida propia, sus posibles interpretaciones y la meta final de la existencia eterna.

22 minutos

I. Pensar en causas infinitas

Son análisis de sillón. Asuntos que pueden estudiarse cómodamente. Preferiblemente con un trago como acompañante. E, idealmente, junto a alguien con imaginación. El tema es sustancial, la existencia de un Ser Supremo.

Un turno para tener un turno para tener un turno…

Piense usted en un restaurante de comida rápida en el que se le pide tomar un número para ser atendido. Puede ser cualquier otra cosa, como una oficina de gobierno en la que se le pide tomar un número para ser atendido en su trámite.

Todo normal hasta aquí, pero en el caso que imaginamos hay una condición extra que cambia todo. Para tomar el número que señala el orden de atención para pedir la comida, se le pide que usted tome un número anterior, el que le dirá su turno para más tarde tomar otro número y entonces ser atendido.

Hasta aquí, usted tiene que tomar un segundo número para tener turno y tomar el primero. Pero sucede otra cosa, se le pide que para tomar el segundo número, antes tiene usted que tomar un tercero, el que le indicará el turno para recibir el segundo, el que le indicará el turno para tomar el primero.

La cosa se complica porque usted recibe la indicación de que para tomar el papel con el tercer número, antes tiene que tomar un cuarto número, el que le indicará qué turno tiene para tomar el tercer boleto y continuar el proceso.

Peor aún, se le indica que antes de tomar el cuarto número, usted tiene que tomar el quinto, el que le indicará qué turno tiene para ir y tomar el cuarto boleto. El proceso se repite y ahora usted recibe instrucciones de que tendrá que tomar un sexto boleto, para lo que necesitará un séptimo, un octavo, un noveno, un décimo…

Una forma para llenar una forma que necesita otra forma que…

O piense en una situación muy similar, el de un trámite burocrático cualquiera. Usted debe entregar llenada la forma 1-A y la pide en la ventanilla.

Allí le dicen que para dársela antes debe llenar la forma 2-A. Usted la pide, en otra ventanilla, donde le dicen que para entregar esa forma antes debe llenar la forma 3-A en otra ventanilla.

Allí solicita la forma 3-A y le informan que para entregarle esa forma primero tiene que llenar la forma 4-A. Usted pide la forma 4-A y se entera que antes debe llenar la forma 5-A, pero que antes de dársela tendrá que llenar la 6-A y antes la 7-A y antes la 8-A…

Otra pieza de información

¿Situaciones infinitas al estilo de Kafka que llevan al absurdo? Sin duda tienen esa apariencia. Usted tiene, sin embargo, una pieza de información que vale oro.

Al entrar al restaurante de comida rápida usted vio a personas que salían con sus hamburguesas; o personas que salían con la forma 1-A llenada.

En algún momento, por lejano que sea, el ciclo se termina. Quizá sea la forma 10001-A o el turno 12,575. El caso es que no es infinito el ciclo.

¿Inútil el ejercicio mental? Puede ser, pero sin duda es divertido hacerlo. Trata el tema de las causas infinitas uno vital cuando se considera la existencia de un Ser Supremo.

Causa y efecto

Tenemos los humanos un sentido fuerte de causa-efecto y actuamos de esa manera.

Tome usted, por ejemplo, el simple hecho de beber. Tenemos sed y bebemos. Hemos desarrollado una relación causa-efecto entre agua y sed; el agua es la causa del quitar la sed. Igual que la comida del quitar el hambre. Esto es innato en nosotros y lo aplicamos todo el tiempo.

En realidad, nuestras acciones son guiadas por ese sentido de relación entre causa y efecto. Podemos así explicar el funcionamiento de motores y de computadoras.

Es la esencia de las ciencias, se trata de buscar causas que tienen efectos y poder repetirlas para tener certeza. Y causas de causas de causas de causas…

Pero eso nos lleva más allá de la ciencia, a otros terrenos y nos plantea una pregunta, la de la causa última del mundo y de nuestra vida. Si todo efecto necesita una causa y las causas no son infinitas, debe haber una causa última, una que no sea el efecto de nada, que sea autónoma en sí misma.

La existencia de un Ser Supremo

Estos son ya terrenos filosóficos y teológicos en los que no puede haber experimentación, al estilo de la Química, pero donde la razón también tiene cabida y debe usarse.

«Si tenemos una serie infinita en nuestras manos, en la que cada causa requiere una causa, entonces nada habría podido llegar a existir». Thomas E. Woods Jr.

¿Hay entonces una causa última? Por definición, ella sería la excepción a la regla, la que no necesita una causa anterior para existir. ¿Existe?

Según el razonamiento, ella es necesaria porque su no existencia haría que nada existiese. Una conclusión fascinante y que indica la existencia del Ser Supremo o Divino.

Vea al mundo, a la gente, a todo lo que existe. Eso tiene causas que producen efectos, y esas causas son efecto de otras causas y ellas de otras y estas de otras… Pero no puede ser una serie infinita y entonces…

[Para esta parte usé las ideas de Thomas E. Woods Jr. en su libro How the Catholic Church Built Western Civilization.]

II. La curiosidad juega un papel

Es algo fascinante. Lo es, con una condición, la de tener curiosidad. Es el apetito por saber más lo que lleva a terrenos por descubrir. Y a la curiosidad la asesina la terquedad. El terco se conforma con estar quieto dentro de su pequeño círculo.

Pongamos a lal curiosidad en práctica con un caso inspirado en hechos reales.

Dos personas curiosas deciden examinar un tema, la existencia de un Ser Supremo. Más aún, deciden examinar las pruebas de su existencia. Las principales de ellas y que son relativamente conocidas.

El paso lógico, antes que nada, es conocerlas. Son varias y se les conoce como las cinco vías. Las propuso Santo Tomás de Aquino. Son las siguientes.

1. El argumento del cambio

Sabemos que todo cambia, que todo se mueve. Y también que nada se mueve por si mismo, ni cambia autónomamente.

El punto ahora es encontrar qué es lo que mueve a las cosas. Encontramos que hay una cadena de movimientos y cambios, pero concluimos que no puede ser infinita.

Debe haber un primer autor de cambio y movimiento. Ese autor es el Ser Supremo.

2. El argumento de la causalidad

Sabemos que todo efecto tiene una causa. Si extrapolamos una causa a otra y a otra y a otra, terminamos con una cadena enorme de causas.

Tampoco puede ser infinita. Debe haber una primera causa. Ella es Dios. Otra demostración de la existencia del Ser Supremo o Divino.

3. El argumento de la contingencia

Sabemos que las cosas son pasajeras, transitorias. Reciben ellas su existencia de algo externo, no surgen de la nada. Dependen de otras y de otras y de otras.

Otra vez se encuentra esa cadena de dependencia que no puede ser infinita y que debe tener un comienzo, o fuente última de la existencia. Otra vez, esa primera y original fuente de la existencia, es ese Ser Supremo.

Estas tres vías o argumentos son similares. Usan la imposibilidad de cadenas infinitas de movimiento, causalidad, existencia, para encontrar lo lógico que es que existe una causa superior, única y primera de las cosas. Hay otras dos.

4. El argumento de la perfección

Sabemos que las cosas tienen grados variables de perfección, lo que implica la existencia de algún estándar de perfección contra el que son comparadas.

Todas las cualidades de las cosas tienen alguna medición contra ese estándar, un absoluto de perfección, que es Dios. Otra prueba de la existencia de un Ser Supremo.

5. El argumento de la finalidad u objetivo

Las cosas, lo sabemos, aún las inanimadas, actúan con un sentido, según un objetivo. Tienen sus leyes o diseño, como las leyes físicas. La totalidad de las cosas están ordenadas, trabajan con armonía.

Este diseño, esas leyes, tan complejos no pueden ser resultado aleatorio. Deben ser el resultado de la voluntad de alguien. La necesidad de ese alguien prueba la existencia de Dios, el Ser Supremo.

6, El argumento moral

Sabemos que hay un sentido moral universal, cosas que son absolutas y sirven para emitir juicios sobre lo bueno y lo malo, lo que debe ser y lo que no debe ser.

Esos juicios morales vienen de una autoridad última y superior, que necesariamente es un ser supremo, cuya existencia está por encima del resto.

Ahora continua esa conversación o meditación

Hay otras posibles, como la constante humana religiosa, pero detengámonos aquí.

Las dos personas conversan entre sí sobre esas pruebas que demuestran que existe un Ser Supremo. Quizá una termine convencida y la otra no tanto, o incluso nada. Han hecho ellas algo importante, han tratado un tema vital, seguramente el mayor de todos.

Dadas las posibles consecuencias, según B. Pascal, es el más importante de todos en nuestras vidas.

Es ya un adelanto que esas personas dedicaron parte de su tiempo a eso y no a, quizá hablar de temas triviales.

Digo esto, porque es temor mío que las pasiones incontroladas que suelen surgir en las conversaciones sobre temas importantes, tienen el efecto de llenar las conversaciones con temas irrelevantes. Los temas más triviales desplazan a los vitales.

Otro tipo de prueba

En la obra de Kreeft, P., & Tacelli, R. K. (1994). Handbook of Christian apologetics, hay una argumentación que tiene más fondo del que aparece a primera vista:

Existe la música de J.S. Bach, por lo tanto, Dios existe. Por mi parte, en la misma vena, ofrezco otra prueba musical, la de Sancta María Mater Dei, K.273, de Mozart.

[Para el resumen de los argumentos, usé el libro de Hahn, S. (2008). La Fe es razonable. Ediciones Rialp, S.A.]

III. El Ser Supremo y su existencia como incentivo

Los economistas suelen hablar de incentivos, esos estímulos que nos mueven a actuar de cierta manera. Es lo que lleva a alguien a dedicarse al contrabando cuando existe el incentivo de la prohibición de importaciones.

O lo que eleva las inversiones cuando los impuestos son bajos y las regulaciones simples. Y también, lo que mueve a personas a dedicarse a la venta de drogas porque ellas producen una gran ganancia al estar prohibidas.

Igual, es lo que mueve a un inventor a trabajar por tener el incentivo de una buena protección de patentes intelectuales.

Los incentivos, por lo visto, son razones de conductas humanas. Pero esas conductas pueden ser reprobables o no. Una legislación que facilite realizar donaciones producirá más actos de caridad y eso es bueno. Pero un mal servicio de policía creará impunidad y ella será un incentivo a acciones reprobables.

Conductas humanas

Los incentivos son estímulos a acciones de todos tipos, buenas y malas. Eso es una buena indicación de que pensamos y decidimos, de que podemos razonar y escoger una acción entre varias: la que pensamos es la mejor para nosotros.

Un cubano que huye de su país en busca de libertad, bien muestra el incentivo que lo mueve.

Pero la Economía se detiene allí. No es una ciencia que nos dice lo que debe o no debe hacerse. Simplemente estudia esos incentivos y razona sobre lo que ellos producirán pensando en un ser humano que actúa con cierta lógica.

Comparto con usted esta idea sencilla porque una persona con la que conversé dijo algo realmente notable.

La vida eterna posterior

Según ella, quien actúa pensando en que ella tendrá una vida eterna posterior a esta, lo hará de manera muy distinta a quien no cree en esa vida.

Más aún, dijo, quien piensa que tendrá esa vida eterna estará casi liberado de deseos y pasiones desordenadas, o al menos las comprenderá mejor.

Para él, no tendrá mucho sentido la codicia, ni los gozos inmediatos. Verá a la vida actual como una etapa breve llena de esfuerzos que lleva a otra vida, eterna, de gozo indecible.

En mi primitiva mente no pude sino reducir eso a un asunto de incentivos: el estímulo de una vida eterna de gozo, sin duda, es el mayor incentivo posible. Es un incentivo infinito.

Pero tiene un costo, el de una vida terrenal de libertad en la que se decide hacer lo que lleva a esa vida eterna. Es un costo muy pequeño, infinitamente pequeño. Tendría todo el sentido del mundo seguir esa lógica.

Al estar escribiendo esto, me di cuenta de que era, en otras palabras, la apuesta célebre de Blas Pascal. Pero más sorprendente aún fue otra cosa.

Los incentivos importan por supuesto, son tomados por las personas y aprovechados por ellas en su beneficio, que puede ser reprobable o no. Eso lo sabemos de sobra, pero no resuelve el problema de las conductas negativas.

El incentivo de la impunidad legal puede hacer que algunas personas se vuelvan criminales y dañen a otros, algo negativo. Pero el incentivo de bajos impuestos y regulaciones simples, mueve a invertir y crea empleos y aumenta productividad y eleva sueldos y aumenta el bienestar, algo positivo.

El incentivo mayor de todos

¿Qué hacer para que las personas seleccionen consistentemente buenas acciones a pesar de tener incentivos que promuevan acciones malas? Es eso que estimule a la persona a hacer el bien a pesar de tener otro incentivo que lo mueva a hacer el mal.

La respuesta es muy simple: un incentivo mayor para hacer el bien. Por supuesto, ése, el de la vida eterna futura de felicidad total. Pero hay un problema difícil.

No puede demostrarse la existencia de ese incentivo del Ser Supremo por medios irrefutables, en cambio sí hay pruebas tangibles del beneficio inmediato que, por ejemplo, produce el dinero que se obtiene por medio de un fraude.

Y esto da un panorama que hace entender a nuestras vidas como unas de decisiones libres propias. Decido o no creer en esa vida infinita de gozo: un asunto de fe.

Decido o no usar mi libertad para el bien o para el mal. Esto explica en buena parte el fenómeno de la libertad mal usada, de las injusticias en contra de otros.

Pero también explica otra cosa más interesante, el cómo la fe en esa vida eterna ayuda a hacer de este mundo algo mejor.

Ella es como un llamado a actuar con libertad bien usada considerando lo que está en riesgo si hacemos lo opuesto. Al final de cuentas, se trata de nuestra libertad y entenderla como una responsabilidad propia y de nadie más.

Una precisión

Poco después de escribir esto, recordé ideas muy parecidas en la obra de Benedicto XVI. (2006). Values in a Time of Upheaval. Donde se menciona algo valioso: «No importa lo que el mal pueda hacer, el mundo pertenece a Dios, no al mal, y esta certeza es de hecho una parte decisiva de las imágenes apocalípticas».

Quizá deba añadir una realidad que hasta el ateo más activista deberá reconocer. La fe en la existencia de una vida eterna dependiente de las buenas acciones propias produce un mejor mundo terrenal. Por lo que atacar la idea de esa vida eterna, empeora las condiciones de este mundo. La idea de que al morir, uno desaparece en la nada debe producir una cierta desesperanza.

IV. El Ser Supremo y su interpretación

Creo que no podemos vivir sin ella. Sin la idea de lo espiritual. Más en concreto, sin la idea de la existencia de un Ser Supremo.

Incluso el ateo más aguerrido depende de esa idea, aunque sea para combatirla. El resto la tienen, a veces afinada, a veces en bruto.

Y dentro de esto, me parece, hay dos posiciones centrales muy conocidas para entender a Dios.

Fundamentalismo y su opuesto

Por un lado, está una idea que pudiera llamarse fundamentalista. Una interpretación literal de él de acuerdo con alguna escritura, como la Biblia o el Corán.

Aquí hay un Dios que tiene que aceptarse sin cuestionar y sin el menor análisis de lo allí escrito. Como la Sola scriptura.

Del otro lado, está la otra idea, la que quizá puede llamarse modernista. Una interpretación suelta y libre, subjetiva y acomodada a cada persona. Si acaso usa textos sagrados, los interpreta y combina logrando diferentes versiones de sentimientos religiosos. Incluso mezclando religiones diversas.

¿Y la razón?

Las dos posturas, aunque muy diferentes, tienen algo en común: las dos hacen de lado a la razón.

El fundamentalismo no la necesita pues solo requiere a la palabra literal de sus escrituras. El modernismo tampoco la necesita pues admite solo sentimientos y emociones que no están sujetos a examen.

No sé usted, pero esto último es lo que me hace sospechar de ambas posturas. Entre la interpretación fundamental y la moderna, entonces, hay más similitud que la que aparentan a primera vista.

Y esa similitud no es pequeña. Abandonar a la razón no me parece que esté justificado.

La tercera interpretación

Lo que eso significa es que debe existir una tercera posición, la que incluye a la razón y la que curiosamente resulta al mismo tiempo más fundamental que el fundamentalismo y más moderna que el modernismo (como lo ha escrito F. J. Sheen).

La razón juega aquí un papel vital para conocer a las escrituras de la religión, digamos a la Biblia. Más que un libro, una colección de ellos, que a través del tiempo, forman una revelación divina y que se enriquece con la interpretación experta acumulada en el tiempo.

Esta combinación de lo «original» más la «interpretación» posterior acumulada se logra por medio de la razón. El fundamentalista puro se queda en el pasado. El modernista puro se queda en el presente. Ambos pierden la riqueza que contiene la idea de la existencia de un Ser Supremo.

Quizá sea esto producto de las dos mentalidades extremas al respecto de lo que es Dios.

Para unos, nuestra conducta tiene que acomodarse a la naturaleza divina. Para los otros, el camino es cambiar nuestra idea de Dios para acomodarla a la conducta que queremos que apruebe; una idea tan absurda que no merece más consideración.

Vayamos a la idea, entonces, del Ser Supremo que pide que nuestra conducta se acomode a sus mandatos. En el Cristianismo ellos están contenidos en los Diez Mandamientos y en Las Bienaventuranzas.

Son estos mandatos breves, simples, comprensibles, tanto que necesitan interpretación, es decir, uso de razón. Su significado es grande, pero hay que extraerlo para conocerlo mejor.

Eso es el uso de la razón aplicado a las escrituras de la revelación divina. Tomados literalmente pierden significado, como también lo pierden si se dejan a una interpretación libre y sostenida en sentimientos personales.

Se necesita usar la razón, lo que no debe sorprender porque, después de todo, ella es un don divino, parte de nuestra semejanza con ese Ser Supremo.

Desperdiciarla no puede ser parte del plan divino. Dicho de otra manera, Él nos ha dejado tareas: descubrir el significado de sus mandatos, desmenuzarlos, examinarlos, conocer su riqueza.

Esto anula a las opciones fundamentalista y modernista, abriendo la opción de ser partícipes en la Creación. Un papel activo de acuerdo con lo mandado por el Ser Supremo cuya existencia se reconoce.

¿Cómo evitar que ese descubrimiento del significado de sus mandatos se convierta en la opción modernista que cambia las cosas para aceptar los gustos del día?

Puede responderse que se necesita honestidad, respeto a la verdad, uso de principios lógicos y todo eso que hacen los teólogos serios.

Por mi parte, tengo mi propia prueba de que no estoy acomodando a Dios a mis propios gustos e inclinaciones. Si yo fuera el autor de la idea de la existencia de un Ser Supremo de acuerdo con mis gustos, lo haría cómodo y laxo, ligero y despreocupado.

Si yo creara a la idea de Dios, jamás se me ocurriría hacerlo incómodo y exigente, profundo y atento.

Y eso me ayuda a examinar mi conducta. Evito las acciones que sean agradables al Dios cómodo y laxo. Trato de realizar las que sean agradables al Dios exigente que llega a incomodar. Y curiosamente, haciéndole caso a este último llego a sentirme mucho mejor que haciéndole caso al otro.

Porque al final de cuentas, la razón me dice que no puede existir un Dios al que yo acomode a mis propias ideas. El Ser Supremo tiene que existir por sí mismo.

[Para esta parte me apoyé en Fulton J. Sheen Old Errors, New Labels de los años 30 del siglo pasado.]

V. El Cielo y la felicidad

No siempre sucede. Quizá sea la excepción. Pero hay ocasiones en las que las conversaciones comunes se vuelven poco comunes.

Dejan de tener el contenido trivial que las hace poco memorables. Dejan un recuerdo que es más bien inquietud, quizá incluso mezclada con placer.

Años después, siguen presentes en la memoria.

La salvación

Un ejemplo de esas excepciones. Hace ya tiempo, una persona expresó una inquietud razonable. Dijo que le preocupaba una posibilidad, la de que sus seres queridos no se salvaran.

«Salvarse» en el sentido cristiano de llegar al Cielo. En la superficie puede sonar irrelevante, pero no lo era para esa persona, una mujer católica muy creyente.

La situación puede ser explicada con facilidad. Después de esta vida terrenal, dependiendo de nuestras acciones, podremos tener una vida sin fin en el colmo de la felicidad junto a al Ser Supremo.

Muy bien, aceptemos eso de momento y pensemos en una situación posible. La felicidad eterna y completa de esa mujer en el Cielo quizá no sea posible si su esposo, por ejemplo, no está junto a ella.

Es una inquietud humana muy comprensible. Uno tiene en esta vida seres amados, como la esposa y los hijos, por usar los ejemplos acostumbrados.

Uno alcanza el Cielo, pero quizá no uno de los hijos. ¿Puede realmente haber felicidad eterna sabiendo que ese hijo no ha llegado al Cielo y está allí mismo junto a uno? ¿O una hermana, o los padres, o la esposa?

Ese fue el tema de la conversación. Aún lo recuerdo con cierta viveza. La inquietud tiene sentido, al menos en nuestra situación humana.

La felicidad celestial

¿Cómo entender la felicidad propia, eterna, total, si sabemos que alguien a quien amamos no está también allí, gozando de la misma felicidad?

Esa sensación, puede argumentarse, no hará posible la felicidad absoluta que el Cristianismo promete. ¿O sí?

No quiero meterme en problemas teológicos, de los que poco conozco. Solo ofrezco unas consideraciones derivadas de lo que he leído y fruto de mis propias reflexiones. Si algún experto en el tema quisiera exponer sus interpretaciones, ello sería en extremo bienvenido.

La felicidad celestial y la existencia del Ser Supremo. Me parece claro que ayuda a entender el problema el pensar en dos formas de entender la felicidad.

Una es la nuestra, la otra la de Dios. No son iguales, no pueden serlo. La nuestra es mucho más limitada que la divina. De esto saco una conclusión propia: el Cielo, la felicidad que en él se nos ofrece es de tal intensidad, tan completa y total que nada más importa.

Hay una buena pista para entender esto en San Marcos (12, 18–27). Se le plantea a Jesús una situación extrema.

Una mujer casada queda viuda, sin hijos. Según la ley, el hermano del muerto debe casarse con ella y lo hace, pero muere también. Sucede lo mismo un total de siete veces. Una vez en el cielo, ¿de quién será ella esposa?

La respuesta de Jesús apunta a esa diferente concepción del Cielo que tenemos. Dice,

«¿No será que ustedes están equivocados por no comprender las Escrituras ni el poder de Dios? Cuando resuciten los muertos, ni los hombres ni las mujeres se casarán, sino que serán como ángeles en el cielo… Ustedes están en un grave error».

No lo comprendo bien, pero eso de ser como ángeles en el cielo me deja con la idea de que el Cielo debe ser muy distinto a lo que puede imaginar mi mente humana.

La inquietud terrenal

Aún aceptando lo anterior, nuestra naturaleza humana no deja de inquietarse ante la posibilidad de que si somos creyentes, algunos de nuestros seres queridos no alcancen el Cielo y uno mismo sí llegue.

La inquietud es real. La preocupación tiene sentido, incluso sabiendo que una vez en el Cielo seremos como ángeles frente a Dios, cuando ya no existirán los criterios de este mundo.

Y esto es lo que hace que las cosas se pongan interesantes. Es algo que leí hace poco tiempo en un libro que ya no recuerdo.

Allí se decía que esa preocupación por tener a los seres que amamos junto a nosotros en el Cielo, no sea aplicable estando ya allá, pero mientras estemos aquí, ella nos mueve a tratar de persuadirlos de seguir el camino que los llevará al Cielo.

No está nada mal esa idea. Se trata de decirles que queremos estar junto a ellos en el Cielo, que no queremos que nos dejen ir solos.

Ella justifica la tarea misionera, la de salvar tantas almas como sea posible, ahora mismo, en esta tierra.

En fin, hay conversaciones triviales que no dejan huella. Y las hay que hacen pensar. Quizá la diferencia entre ellas se deba a las consecuencias que sus temas tienen en nuestras vidas.

Conclusión

Se han ofrecido cinco breves ensayos acerca de la existencia del Ser Supremo, comenzando por la curiosidad racional que piensa en causas infinitas, siguiendo con las demostraciones racionales, el estímulo que esa existencia presenta en la vida propia, sus posibles interpretaciones y la meta final de la existencia eterna.


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[Actualización última: 2023-07]

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