¿Cómo influye el poder en la mente de un gobernante? Descubre cómo el abuso del poder puede llevar crear al gobernante demente.
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Introducción
Es una realidad conocida el fenómeno del gobernante demente y que manda a listas que incluyen a personajes como Calígula y el emperador Zhengde de China. Hay libros al respecto, como Los gobernantes más locos de la historia. Y listas de los peores monarcas de la historia, como Leopoldo II e Iván el Terrible.
Son los casos extremos de lo que es una demencia propia de quien tiene poder y se vuelve adicto a él. Como en la larga lista de gobernantes que han estado en el poder por décadas.
Son esos individuos que se destacan por el extremo al que han llegado dentro de un universo de gobernantes dementes en el que eso es la regla.
Todos padecen los trastornos que el poder produce y si algunos destacan sobre otros, por sus locuras y demencias, es que llegan ellos a ser casos punta más fáciles de ver que el resto.
¿Cómo analizar la demencia que el poder produce en gobernantes a quienes tanto trastorna?
Son personas
📌 El punto de partida para el análisis de los gobernantes dementes es reconocer que ellos son personas como el resto, ni superiores ni inferiores. Su imperfección es la misma que la de todos los demás. Solamente se distinguen por su ambición política de llegar y mantenerse en puestos gubernamentales de poder. No son ni más inteligentes ni más morales que el resto de los mortales.
Esa realidad tiene consecuencias. Una de ellas ayuda especialmente a comprender al gobernante y su demencia. Ellos harán todo lo posible por conservarse en el poder, pues sin él nada son. No actúan diferente al resto que ambiciona tener una mejor vida. La mejor vida del gobernante solo es posible estando en posiciones de poder.
«¿Quién podría dudar de que, a cualquier costo para el Estado, del que no entendían nada, debían perseguir sus intereses privados, a los que entendían demasiado bien?»
— Edmundo Burke. Reflexiones sobre la Revolución Francesa.
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Gobernantes dementes
El problema de los gobernantes trastornados por el poder ha sido expresado de varias formas. El poder idiotiza y a más poder más tontos serán los actos del gobernante. También, ha sido propuesto que el poder es una adicción, aún mayor que las demás. Y que el poder político produce alucinaciones de mundos fantasiosos que ellos creen realidad.
En esta columna se estudia a los gobernantes dementes partiendo de estas realidades:
🔴 La gran mayoría de los gobernantes son gente como cualquier otra.
🖐 Las posiciones de gobierno dan poder a unos pocos sobre otros muchos.
🧨 Nadie tiene el conocimiento, la experiencia, ni la moralidad para justificar tener poder sobre otros y gobernarlos.
El problema esencial de la vida política es el de un gobierno de iguales. ¿Quién y cómo pueden unos tener poder sobre el resto? Cualquiera que sea la respuesta, ella debe considerar los efectos del poder sobre personas iguales al resto y los efectos que tiene en el gobernante.
El poder tiende a ser abusado
La defectuosa naturaleza de toda persona hace que el poder que ella tiene la incline a usarlo indebidamente. Conforme crezca su poder, la tentación de abuso será mayor y llegará a su máximo cuando carezca de frenos a su ambición.
Este es el caso del gobernante sin contrapesos políticos que da rienda suelta a sus caprichos y gustos. El gobernante demente es ese que justifica esos abusos como algo a lo que tiene derecho por el puesto que ocupa.
El poder atrae al soñador
Quien cree tener buenas intenciones y querer implantar un régimen político que, según él, es el ideal, tenderá a hacer una carrera en la política. De esa manera, según él, tendrá poder para obligar al resto a vivir en la sociedad que supone la mejor de todas.
Los gobernantes dementes sueñan con hacer que los demás se acomoden al régimen que él ha decidido que es el mejor, lo que conduce al totalitarismo. Ellos se inclinan a encerrarse en su mundo ideal y rechazan a la realidad. Y llegan al extremo de exigir destruir al régimen existente para poder construir su utopía.
Su optimismo no conoce límites y llegará a negar a la realidad si esta lo contradice.
El poder hace creer que se sabe todo
E. Burke escribió en la obra antes citada que «siendo la ciencia del gobierno tan práctica en sí misma y destinada a propósitos tan prácticos, una materia que requiere experiencia, e incluso más experiencia de la que cualquier persona puede adquirir en toda su vida, por muy sagaz y observadora que sea […]».
El punto es central. Nadie sabe lo suficiente como para gobernar a los demás. Ninguna persona por inteligente y sabia que sea tiene el conocimiento que se necesita para dictar a otros cómo deben comportarse. Sin embargo, el gobernante demente tiene la seguridad de saber mas que todos los demás y, por eso, asume la responsabilidad de llevarlos por el camino que él ha diseñado.
El poder transforma al vocabulario
El lenguaje del gobernante demente transforma los significados para acomodarlos a su sueño. El significado de términos como ‘democracia’, ‘libertad’ y ‘progreso’ pasan a querer decir lo que él quiera.
Esto produce una pérdida del sentido de dirección correcta en la gente y anula los criterios con los que puede evaluarse al gobernante demente. ¿Cómo juzgar que ha anulado a las libertades si las ha definido a su conveniencia?
Como escribió G. Orwell, «El lenguaje político se diseña para que las mentiras parezcan verdades, el asesinato una acción respetable y dar al viento la apariencia de solidez». Sin significado, las palabras ya no pueden ser usadas para argumentar ni razonar.
El poder no debe tener límites
En la mente del gobernante afectado, es indebido que su poder tenga límites. Para él, la ley es un obstáculo molesto e injusto que le impone condiciones que no merece. El estado de derecho es una noción incomprensible para él, producto de mentalidades atrasadas que son obstáculos a destruir por cualquier medio.
También, las elecciones al estilo democrático son un fastidio que, cuando mucho, deben realizarse como medida cosmética y resultados favorables.
Para ponerse a pensar
- Macropolítica: la quimera del poder total
- ¿Qué es solipsismo y cómo afecta al poderoso?
- Los trastornos mentales del poder
- La valla de Chesterton
- Defectos humanos y de carácter
- Historias con mensaje político
«No respetan la sabiduría de los demás; pero la compensan con una plena confianza en la suya. Para ellos es motivo suficiente para destruir un viejo esquema de cosas, porque es antiguo». E. Burke. Reflexiones sobre la Revolución Francesa
Los remedios a los gobernantes dementes
Si el centro del problema político es el evitar los abusos de poder a los que tiene todo gobernante y que lo llevan a demencias de intensidad variable, las soluciones se encuentran en los mecanismos de fragmentación del poder gubernamental. Esos que limitan la posibilidad de excesos de poder con mecanismos de rendición de cuentas.
A pesar de lo común que es la idea de que la democracia solucionaría ese problema, eso es falso. «Una democracia perfecta es, por tanto, la cosa más descarada del mundo y también la más atrevida», escribió E. Burke. Quien dominara a las pasiones de la muchedumbre se sentiría justificado para abusar del poder y establecer su voluntad porque es un iluminado.
Las pasiones masivas y el exceso de poder deben ser frenados por conceptos odiosos para el gobernante demente y que ponen frenos a su poder. La independencia de los poderes judiciales y legislativos es detestable, al igual que la libertad del ciudadano independiente.
Conclusión
La columna ha tenido el propósito de recordar que las posiciones con poder tienen efectos colaterales considerables en la personalidad de quienes las detentan.
Una realidad que es especialmente notable en los terrenos de la política y engendra un problema público de consecuencias amplias: enloquece al gobernante y lo inclina a buscar más y más dominio sobre sus gobernados, los que así pierden libertades y oportunidades de mejorar sus vidas.
Esta frase de un famoso escritor revela la mentalidad que se necesita para descubrir que sí existe ese riesgo, el del gobernante demente. Sin este modo de pensar, será más fácil suponer que su demencia sea grandeza.
«Me han enseñado a pensar siempre que el individuo debe ser fuerte y el Estado débil. No puede entusiasmarme una teoría en la que el Estado sea más importante que el individuo. Soy un conservador, pero ser en mi país un conservador no significa ser una momia, significa, digámoslo así, ser un liberal moderado». Jorge Luis Borges
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