Una palabra compleja, de apariencia simple. El significado de terquedad y lo que implica esa forma inflexible de comportamiento. Incluyendo sus complicaciones y sutilezas.
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Introducción: la terquedad
Se le reconoce con sus equivalentes: empecinamiento, testarudez y tozudez. Es esa posición extrema de obstinación que algunas personas muestran al mantener y conservar sus opiniones e ideas a pesar de argumentos y razones en contra.
La actitud o calidad de quien es en extremo difícil de cambiar, ser persuadido, o tratar con él. Como cuando se dice «es difícil de tratar porque es muy terco», «nunca acepta razones y mantiene tercamente su opiniones sin cambio». Describe a alguien con quien es difícil tratar debido a su inflexibilidad y cerrazón.
«Qué enfermedad más repugnante es creer que tienes tanta razón que te convences de que nadie puede pensar lo contrario». Michel de Montaigne.
Bien describe este autor la base de este vicio, como un padecimiento que consiste en estar seguro de que quien piensa distinto a él es un trastornado. Esta columna explora el concepto de ‘terquedad’ usando en parte las ideas del ese escritor.
📕 El libro usado para esta columna es el de Montaigne, Michel. The Essays: A Selection (Penguin Classics). Penguin Books Ltd. Kindle Edition. Existe una multitud de ediciones de esta obra.
📍 Este es el terreno de ideas como respondiendo a un relativista, reemplazo la razón con el sentimiento y no se trata de ganar discusiones.
Explorando a la terquedad
Como punto de partida, puede tomarse la frase de Montaigne que aplica a todos sus escritos. Dice él, «De cualquier manera, estos son mis humores, mis opiniones: las doy como cosas en las que creo, no como cosas para creer».
Es una postura reveladora, humilde incluso, que puede ser contrastada con la soberbia inherente de la obstinación. El punto es enfatizado con fuerza, cuando escribe que la «terquedad y el rencor son cualidades vulgares, visibles en las almas comunes, mientras que pensar de nuevo, cambiar de opinión y abandonar un caso malo en el fragor de la discusión son cualidades raras que demuestran fuerza y sabiduría».
Hay vulgaridad en la terquedad, especialmente al ser contrastada con la sabiduría. Pero no solo eso, la testarudez es frecuente, mientras que la sabiduría es escasa. «Sólo los tontos toman una decisión y están seguros», escribe citando además a Dante («Dudar me complace tanto como saber»).
El argumento se refuerza cuando escribe «Soy de la opinión de San Agustín, que en cosas difíciles de verificar y peligrosas de creer, es mejor inclinarse hacia la duda que hacia la certeza». La idea deja las cosas claras.
La terquedad es un vicio común, contrario a la sabiduría y al escepticismo sano. Uno conectado con la soberbia que es creada por la total confianza en uno mismo, cuando quizá no sea eso lo más prudente.
El terco
Surge él de una cualidad humana, esa afición a dar opiniones personales.
«No hay nada por lo que los hombres se esfuercen más que por dar rienda suelta a sus opiniones: si faltan los medios regulares, las apoyamos con órdenes, con la fuerza, con el fuego y con la espada. Es lamentable verse reducido al punto en que la mejor piedra de toque de la verdad se ha convertido en la multitud de creyentes, en un momento en que los necios entre la multitud son mucho más numerosos que los sabios».
Describe así que «Cualquier hombre que sustenta su opinión con desafíos y órdenes demuestra que sus razones son débiles». No sólo hay un mayor número de necios que de sabios. También, el terco usa la fuerza en lugar de la razón. El resultado es una combinación fatal.
La terquedad lleva a defender por la fuerza opiniones que no admiten revisión, lo que lleva a «que nada se crea tan firmemente como aquello de lo que menos sabemos».
«Pronto estaremos en un mundo en el que un hombre podrá ser abucheado por decir que dos y dos son cuatro, en el que se alzarán furiosos gritos partidistas contra cualquiera que diga que las vacas tienen cuernos, en el que la gente perseguirá la herejía de llamar triángulo a una figura de tres lados, y colgarán a un hombre por enloquecer a la multitud con la noticia de que la hierba es verde».
— G. K. Chesterton
La pregunta obvia
Hay una posibilidad a considerar. ¿Es terquedad insistir en una verdad? ¿Es terco quien dice que un triángulo es una figura de tres lados y no admite lo opuesto? Supóngase que la mayoría tiene la opinión A y que una minoría piensa B. ¿Puede esa minoría ser siempre acusada de tozudez?
Montaigne dice «Y la terquedad es hermana de la constancia, al menos en vigor e inflexibilidad». Por tanto, hay algo que comienza a descubrirse. Relacionado con la terquedad, pero no siendo lo mismo, hay algo que se llama constancia, empeño, firmeza, o insistencia. Describe al tenaz, al constante, al perseverante y tesonero, sin connotaciones negativas.
📌 En este campo ayuda acudir a la idea del justo medio, siendo la perseverancia la buena posición entre dos extremos indeseables, la terquedad y algo que podría llamarse volatilidad o inconstancia.
La idea que ha cambiado el término de ‘terquedad’ es una variable independiente a todas, la verdad. La dificultad es grande, pues difícilmente podría ser calificada como obstinación la postura que insiste en defender una verdad.
Más dificultades
Tomar en cuenta a la defensa de una verdad ha complicado la comprensión de la terquedad. Ya no podría usarse tan sin cuidado para acusar de obstinación a otros. Pero la verdad no es la única complicación, hay más.
Dos de ellas son claras. Una es la ideología, esa doctrina que se cree tiene un poder total para explicar la realidad y que produce sesgos ideológicos al mismo tiempo que la inhabilidad para aceptar críticas y opiniones opuestas.
La otra es la fe referida a asuntos religiosos. Esa creencia en cosas cuya verdad no puede aún ser demostrada y de las que se tiene seguridad. ¿Es terquedad la del ateo que insiste en que Dios no existe, lo es la de quien lo asegura?
Otra dificultad menos obvia es el efecto de la opinión mayoritaria. La expresada por Montaigne es la cita que hace de «Sanitatis patrocinium est, insanientium turba». Una muchedumbre de lunáticos forman ahora la autoridad de la sana verdad. Muy bien puede ser real terquedad la falacia de suponer la existencia inapelable de la verdad en la opinión mayoritaria y quien la represente.
Conclusión
La columna ha explorado el significado de la ‘terquedad’. Sobre todo las complicaciones que ella enfrenta: la verdad, la ideología, la fe y la opinión mayoritaria.
De ellas, la mayor es la verdad. ¿Puede ser calificado de obstinado y tozudo ese que insiste en defender algo que es verdad? O, de manera más sutil, ¿puede alguien ser acusado de terco por esforzarse en encontrar la verdad poniendo en duda creencias comúnmente aceptadas?
No hay duda de que la terquedad es un vicio cuando rechaza la posibilidad de examinar su opinión, cuando no acepta evidencias y razones, se niega a argumentar y se convierte en fundamentalismo.
Habiendo comenzado la columna con ideas de Montaigne, ella concluye con otras más. Dice él que «No hay nada en el mundo más loco que reducir las cosas a la medida de nuestras propias capacidades y potencialidades». Una actitud insistente en la humildad que lleva a aceptar ignorancia antes que certeza.
Con otra faceta de esa humildad. «No es nuestra locura lo que me hace reír: es nuestra sabiduría». Más una observación de sentido común, «La sabiduría tiene sus excesos y no tiene menos necesidad de moderación que la locura».
No hay, en otras palabras, sentido en tomarnos tan en serio como para caer en el extremo de la obstinación que impida el uso de la razón y la aceptación de nuestra ignorancia.
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