En conjunto las tres lecturas de este 2 Domingo Cuaresma (ciclo C) nos envían una idea muy directa, la de invitarnos a confiar el Dios, a tener fe en él por sorprendentes que nos parezcan sus promesas. Es el comportarnos como Abram y no como los que adoran a su vientre, como dice san Pablo.
Primera lectura
En este 2 Domingo Cuaresma (ciclo C), la primera lectura (Génesis: 15, 5-12. 17-18) establece una situación: En aquellos días, Dios sacó a Abram de su casa y le dijo: «Mira el cielo y cuenta las estrellas, si puedes». Luego añadió: «Así será tu descendencia».
La reacción humana natural sería la de la incredulidad, pero no reacciona así: Abram creyó lo que el Señor le decía y, por esa fe, el Señor lo tuvo por justo.
Entonces le dijo:
«Yo soy el Señor, el que te sacó de Ur, ciudad de los caldeos, para entregarte en posesión esta tierra». Abram replicó: «Señor Dios, ¿cómo sabré que voy a poseerla?». Dios le dijo: «Tráeme una ternera, una cabra y un carnero, todos de tres años; una tórtola y un pichón»».
Los sacrificios son realizados. Ahuyentaba a las aves de rapiña que se acercaban. Y entonces, Estando ya para ponerse el sol, Abram cayó en un profundo letargo, y un terror intenso y misterioso se apoderó de él.
Cuando se puso el sol, hubo densa oscuridad y sucedió que un brasero humeante y una antorcha encendida, pasaron por entre aquellos animales partidos. De esta manera hizo el Señor, aquel día, una alianza con Abram, diciendo: «A tus descendientes doy esta tierra, desde el río de Egipto hasta el gran río Eufrates».
La historia habla de la confianza en Dios, confianza a pesar de promesas que parecen exageradas. Para confiar es necesario comprender a Dios como una luz que muestra un camino, como el brasero humeante y la antorcha encendida que pasan alrededor del sacrificio.
La idea está en el salmo:
«El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién voy a tenerle miedo? El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién podrá hacerme temblar? Oye, Señor, mi voz y mis clamores y tenme compasión; el corazón me dice que te busque y buscándote estoy».
Evangelio
El evangelio de este 2 Domingo Cuaresma (ciclo C), de san Lucas (9, 28-36) cuenta que
«En aquel tiempo, Jesús se hizo acompañar de Pedro, Santiago y Juan, y subió a un monte para hacer oración. Mientras oraba, su rostro cambió de aspecto y sus vestiduras se hicieron blancas y relampagueantes. De pronto aparecieron conversando con él dos personajes, rodeados de esplendor: eran Moisés y Elías. Y hablaban de la muerte que le esperaba en Jerusalén».
Es otra situación sorprendente y acompañada de luz. Entonces, Pedro y sus compañeros estaban rendidos de sueño; pero, despertándose, vieron la gloria de Jesús y de los que estaban con Él.
Cuando éstos se retiraban, Pedro le dijo a Jesús: «Maestro, sería bueno que nos quedáramos aquí y que hiciéramos tres chozas: una para ti, una para Moisés y otra para Elías», sin saber muy bien lo que decía.
No extraña esta última frase. Ante tal situación la reacción humana es de incredulidad, no diferente a la de Abram en la primera lectura.
La narración sigue, diciendo que
«No había terminado de hablar, cuando se formó una nube que los cubrió; y ellos, al verse envueltos por la nube, se llenaron de miedo. De la nube salió una voz que decía: «Éste es mi Hijo, mi escogido; escúchenlo». Cuando cesó la voz, se quedó Jesús solo. Los discípulos guardaron silencio y por entonces no dijeron a nadie nada de lo que habían visto».
De nuevo la presencia de Dios, pero ya no como una luz, sino como él mismo en la persona del Hijo. Más la invitación a escucharlo, a tener confianza en él, a creer en su sacrificio.
Segunda lectura
En este 2 Domingo Cuaresma (ciclo C), la segunda lectura (filipenses: 3, 17-4, l) es una invitación de san Pablo a seguir a Dios, a tener confianza en él. Dice, «Sean todos ustedes imitadores míos y observen la conducta de aquellos que siguen el ejemplo que les he dado a ustedes».
Y hace la comparación entre quienes siguen a Dios y quienes no.
«Porque… hay muchos que viven como enemigos de la cruz de Cristo. Esos tales acabarán en la perdición, porque su dios es el vientre, se enorgullecen de lo que deberían avergonzarse y sólo piensan en cosas de la tierra. Nosotros, en cambio, somos ciudadanos del cielo, de donde esperamos que venga nuestro salvador, Jesucristo. Él transformará nuestro cuerpo miserable en un cuerpo glorioso, semejante al suyo, en virtud del poder que tiene para someter a su dominio todas las cosas».
En conjunto
En conjunto las tres lecturas de este 2 Domingo Cuaresma (ciclo C) nos envían una idea muy directa, la de invitarnos a confiar el Dios, a tener fe en él por sorprendentes que nos parezcan sus promesas. Es el comportarnos como Abram y no como los que adora a su vientre, como dice san Pablo.
Es una invitación a creer en Jesús con esas palabras «Éste es mi Hijo, mi escogido; escúchenlo». A creer en su sacrificio, la muerte que le espera en Jerusalén y su Resurrección.
Es creer en Dios por encima de las dudas que podamos tener, por sorprendentes que puedan parecer sus promesas a nuestra limitada capacidad humana. Y entender esa fe como una luz que ilumina nuestro camino para hacernos ciudadanos del cielo.
Nuestra vida diaria presenta miles de ocasiones de dudas y sospechas, con las que podemos perdernos teniendo como sola salida esa invitación que Dios nos hace, escuchar a su Hijo y creer en él por encima de esas dudas.
Sencillo no será, pero la fuerza que necesitamos tiene una única fuente, la fe en las palabras de Jesucristo.