Las lecturas de este 28 Domingo Ordinario (ciclo A), en su conjunto, quizá puedan ser vistas como un mensaje de Dios, lleno de esperanza, en el que se nos hace esa invitación a estar con él al final de la vida terrenal.
Primera lectura
En este 28 Domingo Ordinario (ciclo A), la primera lectura (Isaías, 25, 6-10) contiene un texto que habla de Dios preparando «un festín de platos suculentos para todos los pueblos», lo que habla de un llamado a todos los hombres en todas partes y en todos los tiempos. «… un banquete con vinos exquisitos y manjares sustanciosos…».
Es un tono festivo y alegre, en el que se entiende una gran celebración.
Más aún, dice Isaías, que Dios «Destruirá la muerte para siempre… enjugará las lágrimas de todos los rostros… Alegrémonos y gocemos con la salvación que nos trae…».
Es claro que se habla del final de nuestras vidas y de nuestro arribo a la vida eterna, usando las imágenes muy descriptivas de un gran banquete, donde será arrancado «el velo que cubre el rostro de todos los pueblos, el paño que oscurece todas la naciones».
Evangelio
El evangelio del 28 Domingo Ordinario (ciclo A), de Mateo (22, 1-14) mantiene el tema del banquete y la fiesta, hablando de una parábola en la que el cielo es visto como la situación de un rey «que preparó un banquete para las bodas de su hijo».
El rey mandó a sus sirvientes a llamar a los invitados, «pero estos no quisieron ir».
Tenemos entonces aquí esos mismos elementos, el llamado a una celebración y, por parte de los invitados, la falta de entendimiento del significado de ese llamado.
El rey, cuenta la parábola, hace un segundo llamado exaltando el atractivo del banquete, pero los invitados lo ignoran. Ellos se ocupan de sus asuntos inmediatos.
Hubo en ellos indiferencia al llamado, pero incluso rechazo y agresión, lo que produjo la cólera del rey, quien «… mandó a sus tropas que dieron muerte a esos asesinos y prendieron fuego a la ciudad».
A continuación, el rey dice que el banquete de bodas está allí, preparado, sin que los invitados hayan querido ir. Por esta razón, envía a sus criados por tercera ocasión, ahora para invitar a «todos los que encuentren».
Acuden al banquete, que se llenó de invitados. Termina la lectura, con la dura sentencia de Jesús, «muchos son los llamados y pocos los elegidos».
Es lógico concluir que hay una clara insistencia en el llamado al banquete; que Dios pone de su parte eso, la insistencia y obstinación en llamarnos atrayéndonos hacia él con las imágenes de una gran celebración.
Pero deja en nosotros la libertad de acudir a él, manifestando nuestra indiferencia o incluso siendo violentos con esos sirvientes que portan la invitación.
Dios es el que hace los llamados a todos, pero la elección es hecha por nosotros. Es la elección más importante de nuestra vida, la de aceptar la invitación o rechazarla.
El salmo de este día habla de esto mismo, de la aceptación del llamado al banquete. Dice, «Por ser un Dios fiel a sus promesas me guía por el sendero recto; así aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú estás conmigo…»
Fácilmente podemos imaginar que una vez que hemos aceptado la invitación al banquete, Dios mismo nos mostrará el camino para llegar a él. Y es un camino que contendrá «cañadas oscuras» significando que no es una ruta fácil y que requiere nuestra decisión de seguir por él.
Nos mueve, caminado ese camino, la promesa final, el banquete en el que, dice el salmo hablando de Dios, «Tú mismo me preparas la mesa, a despecho de mis adversarios; me unges la cabeza con perfume y llenas mi copa hasta los bordes».
Segunda lectura
En este 28 Domingo Ordinario (ciclo A), la segunda lectura, la carta de San Pablo (Filipenses, 4, 12-14, 19-20) nos habla de ese camino a la salvación, al banquete con Dios.
Escribe que, «Estoy acostumbrado a todo: lo mismo a comer bien que a pasar hambre; lo mismo a la abundancia que a la escasez».
Y a esto añade de inmediato, «Todo lo puedo unido a ese que me da fuerza…» Es decir, de nuevo, la mención de ese camino al banquete, por el que encontraremos bondad y maldad, y por el que Dios mantiene nuestra fuerza para seguir yendo rumbo a la celebración.
En conjunto
Las lecturas de este 28 Domingo Ordinario (ciclo A), en su conjunto, quizá puedan ser vistas como un mensaje de Dios, lleno de esperanza, en el que se nos hace esa invitación a estar con él al final de la vida terrenal.
Es nuestra salvación y está mostrada con la imagen de una celebración alegre y festiva, sin fin. Pero se trata de un llamado, de una invitación, que podemos o no aceptar y es entonces cuando surge la otra cara de la moneda: podemos decir. «no, gracias» y seguir otros caminos renunciando a nuestra salvación eterna.
Quizá sea la aclamación antes del evangelio, la que nos da la clave del común denominador de las lecturas de este domingo. En la aclamación, se hace un llamado de comprensión: «Que el Padre de Nuestro Señor Jesucristo ilumine nuestras mentes para que podamos comprender cuál es la esperanza que nos da su llamamiento».
Los dos elementos de esa oración son, la existencia de un llamado de Dios a una vida ulterior y, también, el entendimiento del llamado a esa vida.
Pero si decimos, «sí, acepto» entonces, tendremos eso que nos promete el salmo, a Dios de nuestro lado, mostrando el camino para llegar al banquete.
Es por eso necesario que entendamos el significado del llamado que se nos hace, comprender la importancia de la invitación que todos los días recibimos con insistencia poniendo frente a nosotros la mayor decisión que jamás tomaremos.