Las lecturas tienen un común denominador que es obvio, la oración a Dios, nuestro diálogo con Él. Abraham nos instruye acerca de la insistencia respetuosa a Dios y esta obstinación es la misma que ilustra Jesús con la historia del vecino terco al que finalmente se le atiende.

Primera lectura

En la primera de las lecturas del 17 Domingo Ordinario (ciclo C), el Génesis (18, 20-32) narra una historia.

Ella contiene un diálogo entre Dios y Abraham y que muestra, quizá con cierto humor, el caso de un hombre que en su humilde nivel cuestiona a Nuestro Señor.

Sabiendo Abraham que Dios intenta destruir a Sodoma y Gomorra, dos ciudades famosas por sus vicios y bajezas, Abraham se conmueve.

Y eso le lleva a un diálogo de negociación e insistencia un tanto terca. Inquiere Abraham si Dios destruirá esas ciudades aún en el caso de que existan en ellas 50 hombres justos.

Piensa que no sería lógico que un Dios bondadoso destruyera a los hombres buenos igual que a los malos.

Dios responde que si hay 50 hombres buenos no destruirá a las ciudades.

Y la negociación continúa por parte de Abraham. ¿Qué pasa si sólo hay 45 hombres justos? ¿Qué sucede si sólo hay 40, o 30 nada más? ¿Destruirá esas ciudades si existen quizá sólo 10 hombres buenos en ella?

La situación es muy humana. Abraham conmovido interroga al Señor y él contesta siempre igual, «Por esos diez, no destruiré la ciudad».

Esta lectura muestra el criterio divino de vernos a cada uno de nosotros uno por uno, pero además ilustra una posibilidad real.

Podemos hablar con Dios e insistir, incluso cuestionarlo con ese enorme respeto que muestra Abraham cuando dice, por ejemplo, «Que no se enoje mi Señor, si sigo hablando…»

Evangelio

Y ese en el común denominador que encontramos en el evangelio del 17 Domingo Ordinario (ciclo C), de Lucas (11, 1-13). Allí se cuenta la respuesta de Jesús a la petición de uno de los apóstoles que le rogó enseñarles a orar.

Jesús responde diciendo la oración perfecta de nuestra religión, el Padre Nuestro. Pero profundiza en eso mismo que hizo Abraham, insistir. Y lo hace por medio de una historia.

La del amigo que va por la noche con el vecino pues tiene un visitante y nada tiene que ofrecerle. El vecino está dormido, ha cerrado la puerta y se despierta por el tocar de la puerta.

Dice que no al pedido de su vecino, pero este insiste una y otra vez hasta lograr que por su «molesta insistencia» el vecino se levante para darle lo que quiere.

Dios nos habla aquí de un atributo de nuestras oraciones, la obstinación e incluso la terquedad en nuestros ruegos.

Y si ante esa terquedad de ruegos, cualquier hombre decide atender la petición de otro, ¿qué no hará Dios con sus hijos?

La promesa de Dios es impresionante, «Pidan y se les dará, busquen y encontrarán, toquen y se les abrirá…»

Ningún padre puede desatender los ruegos de sus hijos. Y entonces llega otra promesa, «¿cuánto más dará el Padre al Espíritu Santo a quienes se lo pidan?»

Segunda lectura

Por su parte, Pablo en la segunda lectura del 17 Domingo Ordinario (ciclo C), la carta a los colosenses (2, 12-14) nos hace referencia a algo que recuerda al diálogo de Abraham con el Señor.

Dice, «Ustedes estaban muertos por sus pecados y no pertenecían al pueblo de la alianza. Pero él les dio una nueva vida con Cristo, perdonándoles todos sus pecados».

En conjunto

Las lecturas tienen un común denominador que es obvio, la oración a Dios, nuestro diálogo con Él. Abraham nos instruye acerca de la insistencia respetuosa a Dios y esta obstinación es la misma que ilustra Jesús con la historia del vecino terco al que finalmente se le atiende.

Algo similar a eso que pedía Abraham, ¿y qué si hay sólo 10 hombres justos en esas ciudades? Es decir, Dios nos ha perdonado y colocado en una posición en la que podemos salvarnos eternamente.

Jesús va mucho más allá y nos enseña la oración por excelencia, el Padre Nuestro con una promesa extraordinaria, si pedimos se nos dará, si buscamos encontraremos.

Y nos dice qué es lo que debemos pedir, debemos pedirle al Espíritu Santo como nuestra guía. Más sencillo no puede ser, ni más optimista.

Es como una nueva vida que debemos aprovechar, gracias al sacrificio de Jesucristo. Y para aprovechar esta nueva vida, allí tenemos la posibilidad de orar, con insistencia, con fervor, solicitando al Espíritu Santo.

Así que al salir de esta misa, podemos llevarnos a nuestra casa una idea muy clara y verdadera: orar es parte de nuestra vida, pidiendo al Señor que nos envíe al Espíritu Santo; orar con insistencia porque allí está la promesa, si pedimos se nos concederá.