Quizá las tres lecturas en su conjunto nos hablan de nosotros mismos, de nuestra humana e imperfecta tendencia a vernos como nuestro propio centro, el foco de nuestra vida. Y Dios nos dice, este 26 domingo ordinario (ciclo B), que no debemos ser arrogantes creyendo ser superiores, creyendo que solo nosotros somos quienes pueden hablar de Dios y no los demás.

Primera lectura

La primera lectura (Números 11, 25-29) del 26 domingo ordinario (ciclo B) cuenta que «En aquellos días, el Señor bajó en la nube, habló con Moisés y, apartando algo del espíritu que poseía, se lo pasó a los setenta ancianos. Al posarse sobre ellos el espíritu, se pusieron a profetizar enseguida».

Podemos imaginar la situación: entre ellos, los ancianos sabían que estaban en presencia de Dios, y habiendo recibido su inspiración no les extraña oír unos a otros hablar de Dios.

Pero la narración continúa diciendo que, «Habían quedado en el campamento dos del grupo, llamados Eldad y Medad. Aunque estaban en la lista, no habían acudido a la tienda. Pero el espíritu se posó sobre ellos, y se pusieron a profetizar en el campamento».

Ahora la situación es diferente, en apariencia: otros recibieron al espíritu y comenzaron a hablar de Dios; obviamente quienes les escucharon no lo entendían, no sabían qué pasaba.

Por eso es que

«Un muchacho corrió a contárselo a Moisés: “Eldad y Medad están profetizando en el campamento”. Josué, hijo de Nun, ayudante de Moisés desde joven, intervino: “Señor mío, Moisés, prohíbeselo”. Moisés le respondió: “¿Estás celoso de mí?¡Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta y recibiera el espíritu del Señor!”».

Lejos de provocar celos, el hecho de que otros hayan recibido a Dios y comenzaran a hablar de él provocaba alegría en quien también había recibido a Dios. En esencia el evangelio de hoy contiene ese mismo elemento.

Evangelio

El evangelio de este 26 domingo ordinario (ciclo B), de Marcos (9, 38-43. 45. 47-48) cuenta que, «En aquel tiempo, dijo Juan a Jesús: “Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y se lo hemos querido impedir, porque no es de los nuestros”».

No es diferente a la reacción de Josué, quien pidió a Moisés prohibir que Eldad y Medad hablaran de Dios.

Jesús, al escuchar la petición de prohibir que otros arrojaran demonios en su nombre porque quien lo hace se percibe como uno de ellos, contesta como Moisés: «No se lo impidáis, porque uno que hace milagros en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros está a favor nuestro».

Pero va más allá y añade,

«Y, además, el que os dé a beber un vaso de agua, porque seguís al Mesías, os aseguro que no se quedará sin recompensa. El que escandalice a uno de estos pequeñuelos que creen, más le valdría que le encajasen en el cuello una piedra de molino y lo echasen al mar. Si tu mano te hace caer, córtatela: más te vale entrar manco en la vida, que ir con las dos manos al infierno, al fuego que no se apaga. Y, si tu pie te hace caer, córtatelo: más te vale entrar cojo en la vida, que ser echado con los dos pies al infierno. Y, si tu ojo te hace caer, sácatelo: más te vale entrar tuerto en el reino de Dios, que ser echado con los dos ojos la infierno, donde el gusano no muere y el fuego no se apaga».

Es decir, la ocasión da la oportunidad de hablar de hacer el bien: de no escandalizar al inocente, de no pecar incluso pagando la pena de quedar manco, cojo o tuerto.

Y no es sólo cuestión de no recelar de otros que también han sido benditos por Dios, sino de verse a sí mismos y de obedecer los mandatos de Dios, como lo indica el salmo de este día.

«Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón. La ley del Señor es perfecta y es descanso del alma; el precepto del Señor es fiel e instruye al ignorante… los mandamientos del Señor son verdaderos y enteramente justos… Preserva a tu siervo de la arrogancia, para que no me domine: así quedaré libre e inocente del gran pecado».

Segunda lectura

La segunda lectura (Santiago 5, 1-6) continúa con el tema de los mandatos de Dios del 26 domingo ordinario (ciclo B), y nos previene de las riquezas materiales, diciendo

«Ahora, vosotros, los ricos, llorad y lamentaos por las desgracias que os han tocado. Vuestra riqueza está corrompida y vuestros vestidos están apolillados. Vuestro oro y vuestra plata están herrumbrados, y esa herrumbre será un testimonio contra vosotros y devorará vuestra carne como el fuego».

Las palabras son extremadamente fuertes y continúan con,

«¡Habéis amontonado riqueza, precisamente ahora, en el tiempo final! El jornal defraudado a los obreros que han cosechado vuestros campos está clamando contra vosotros; y los gritos de los segadores han llegado hasta el oído del Señor de los ejércitos. Habéis vivido en este mundo con lujo y entregados al placer. Os habéis cebado para el día de la matanza. Condenasteis y matasteis al justo; él no os resiste».

En conjunto

Quizá las tres lecturas en su conjunto nos hablan de nosotros mismos, de nuestra humana e imperfecta tendencia a vernos como nuestro propio centro, el foco de nuestra vida. Y Dios nos dice, este 26 domingo ordinario (ciclo B), que no debemos ser arrogantes creyendo ser superiores, creyendo que solo nosotros somos quienes pueden hablar de Dios y no los demás.

Pero también nos previene de la otra altanería, la de los bienes materiales, cuando ellos son colocados como el motivo central de nuestra existencia.

Es sencillo comprender el repetido mensaje de la soberbia que produce lo material cuando vemos la lectura de Santiago, donde arremete contra las riquezas materiales cuando ellas nos corrompen tornándose ellas las propietarias de nuestra existencia.

Pero es más difícil entender la altanería que puede tenerse cuando uno piensa ser un escogido por Dios ante el que los demás deben rendirse. Es decir, no solo es una cuestión del manejo prudente de los bienes materiales, sino del conocimiento propio que evite el «gran pecado» como dice el salmo, el pecado de la arrogancia.