Una idea central muy enérgica y que se presenta en las lecturas del 27 Domingo Ordinario (ciclo A), sin rodeos: Dios es el autor de la creación, existimos gracias a él; él nos ha creado y vivimos en este momento precisamente porque esa es su voluntad.

Primera lectura

En este 27 Domingo Ordinario (ciclo A), la primera lectura (Isaías, 5, 1-7) canta la canción de una viña, sembrada por el amado. «Él esperaba que su viña diera buenas uvas, pero la viña dio uvas agrias».

Y por eso, destrozará la viña y la convertirá en un páramo donde crecerán los abrojos. La lectura misma se encarga de aclarar su significado. Dice,

«… la viña del Señor… es la casa de Israel y los hombres de Judá son su plantación preferida. El Señor esperaba que ellos obraran rectamente y ellos, en cambio, cometieron iniquidades; él esperaba justicia y sólo se oyen reclamaciones».

Es sencillo vernos en esta comparación: somos cada uno de nosotros las uvas que el Señor cultiva esperando frutos buenos, pero al cometer iniquidades y no seguir la palabra del Señor, nos convertimos en esas uvas agrias que son rechazadas y abandonadas.

Evangelio

El evangelio de este 27 Domingo Ordinario (ciclo A), de Mateo (21, 33-43) también utiliza la imagen de un viñedo al que su propietario plantó y cuidó, dejándolo en manos de unos viñadores cuando él se ausentó.

En el tiempo de la vendimia, el propietario envío a criados suyos a recolectar parte de los beneficios. Dos veces los envió y dos veces fueron rechazados a golpes e incluso muertos. La tercera vez, el propietario decidió mandar a su propio hijo, creyendo que él sería respetado por los viñadores.

Lejos de eso, los viñadores razonaron que matando al hijo, ellos se quedarían con el viñedo. Y así lo hicieron. Jesús terminando la historia pregunta, qué es lo que el propietario hará con esos viñadores.

La respuesta dada es directa. Le responden que el propietario dará muerte a los malos viñadores y buscará a otros para atender su viñedo. «Por esta razón les digo a ustedes que les será quitado el Reino de Dios y se le dará a un pueblo que produzca sus frutos».

Vuelve así a verse con poderosas imágenes, muy descriptivas, la obra divina. La creación es como un viñedo, un campo en el que se realiza la siembra que espera frutos buenos.

Somos nosotros esos frutos esperados por el propietario de las tierras, pero es posible que no seamos tales, que nos convirtamos en las uvas agrias de las que habla Isaías.

Pero en el evangelio, Jesús va más allá y nos coloca no tanto como las frutas mismas, sino como esos a quienes el propietario ha encargado cuidar su propiedad y a quienes pide cuentas.

Las imágenes son fuertes y dejan muy claras nuestras ideas, para el que quiera aceptarlas. Nuestra vida, la creación toda, tiene un propietario que es Dios mismo; y esto debe ser reconocido aceptando que estamos aquí como responsables de cuidar la propiedad de Dios.

Más aún, del cuidado que demos a su propiedad se nos pedirán cuentas. Y quien no presente cuentas agradables al Señor, será tratado como lo narran las dos lecturas.

La parábola de los viñadores, en este evangelio, cuentan en la superficie un mensaje duro y fuerte, el de esa rendición de cuentas y el del castigo a quienes no atiendan los llamados de Dios.

Pero, viendo su fondo, es un mensaje dulce, lleno de confianza y amor: Dios confía en nosotros, tanto que nos deja como responsables de cuidarnos y de amarnos, igual que él nos ama.

Es también un mensaje de libertad personal: nuestro creador nos deja libres de hacer o no lo que él nos ha pedido. Cierto, él se encarga de recordarnos nuestros deberes, pero nos deja libres, con esa libertad completa que también exige responsabilidad. Ser libres y no tener responsabilidades, sería un absurdo.

Segunda lectura

En este 27 Domingo Ordinario (ciclo A), la segunda lectura, la carta de San Pablo (Filipenses, 4, 6-9) contiene uno de esos mensajes que Dios nos manda para orientar la libertad que nos ha dado.

Dice Pablo, «No se inquieten por nada; más bien presenten en toda ocasión sus peticiones a Dios en la oración y la súplica, llenos de gratitud».

Cuando acaso la responsabilidad que la libertad acarrea nos aflija, Pablo nos aconseja lo que debemos hacer, orar mostrándonos ante Dios, confiando en él como él confía en nosotros.

Pablo es aún más específico y nos habla de qué debemos hacer para convertirnos en buenos viñadores. Dice, «… aprecien todo lo que es verdadero y noble, cuanto hay de justo y puro, todo lo que es amable y honroso, todo lo que sea virtud y merezca elogio».

Es precisamente esto lo que debemos hacer para corresponder a la libertad que Dios nos ha dado y poderle presentar cuentas agradables a sus ojos.

En conjunto

Las tres lecturas, reunidas, tienen una idea central muy enérgica y que se presenta sin rodeos: Dios es el autor de la creación, existimos gracias a él; él nos ha creado y vivimos en este momento precisamente porque esa es su voluntad.

Reconocer esto, es un primer y enorme paso en nuestro camino hacia Dios. Se trata de aceptar esa realidad, la de un creador que nos ha hecho vivir, de lo que se sigue que nos ama y que confía en nosotros. De tal manera confía que nos ha hecho libres y por eso, responsables también de su «viñedo».

Entender esto y aceptarlo es ese primer paso del que todo lo demás sigue: amar al que nos ama, cuidar lo que ha creado, amar a los que él también ama; y aceptar la libertad que nos ha dado entendiéndola no como hacer lo que nos venga en gana, sino como la libertad que es compañera indistinguible de la responsabilidad que con nuestro creador tenemos.

En realidad, ese es nuestro trabajo, por el que se nos pedirán cuentas en el momento de la vendimia, al final de nuestra vida.