No puede haber duda de que en nuestra vida de mil maneras diferentes Jesús nos acompañará, como a esos discípulos que le pidieron que se quedara con ellos, aunque podían sencillamente haberlo dejado ir. La lección de este 3 Domingo de Pascua (ciclo A) es sencilla, una vez que estemos con Jesucristo, no lo dejemos ir.
Primera lectura
La primera de las lecturas de este 3 Domingo de Pascua (ciclo A) presenta el gran tema de esta parte del año, la resurrección.
En los Hechos de los Apóstoles (2, 14.22-33) las palabras de San Pedro son claras y directas,
«Conforme al plan previsto y sancionado por Dios, Jesús fue entregado… para clavarlo en la cruz. Pero Dios lo resucitó, rompiendo las ataduras de la muerte, ya que no era posible que la muerte lo retuviera bajo su dominio».
Es la victoria sobre la muerte y la misma idea que contiene también una parte del Salmo Responsorial,
«Por eso se me alegran el corazón y el alma y mi cuerpo vivirá tranquilo, porque tú no me abandonarás a la muerte ni dejarás que sufra yo la corrupción».
La resurrección, lógicamente, crea ese sentimiento del que habla el salmo, de alegría y de gozo. Dios no nos abandona a la muerte. ¿Cómo podría hacerlo si somos hijos suyos? ¿Qué padre abandona a sus hijos?
Segunda lectura
En este 3 Domingo de Pascua (ciclo A), las palabras de Pedro, en su primera carta, continúan en la segunda lectura (1, 17-21) insistiendo en la idea,
«Por Cristo, ustedes creen en Dios, quien lo resucitó de entre los muertos y lo llenó de gloria, a fin de que la fe de ustedes sea también esperanza de Dios».
A lo que añade de nuevo la idea de que todo es parte del plan divino, diciendo que hemos sido salvados «con la sangre preciosa de Cristo… al cual Dios había elegido desde antes de la creación del mundo y por amor lo ha manifestado…».
Evangelio
El evangelio de este 3 Domingo de Pascua (ciclo A), de Lucas (24, 13-35) narra un pasaje que bien puede describir nuestra vida.
Dos de los discípulos caminan juntos y encuentran a Jesús, pero no lo reconocen. Caminan tristes, dados los sucesos de la crucifixión y muerte de su maestro, aunque han oído que su cuerpo desapareció de la tumba en la que fue puesto.
Hablan con Jesús, aún sin reconocerle, comentando sobre su maestro. Y Jesús les da una reprimenda por no creer, por no entender lo dicho en las escrituras y los embelesa con sus explicaciones, tanto que le piden que permanezca con ellos.
Y lo reconocen hasta que sentados en la mesa, Jesús bendice el pan, lo parte y se los da. Es entonces cuando se dan cuenta de porqué su «corazón ardía mientras nos hablaba».
En conjunto
Con facilidad podemos identificarnos con esos apóstoles, caminando, yendo a algún lugar, el que sea, y en el camino encontrando al mismo Jesús pero sin darnos cuenta que es él.
Poniendo juntas las lecturas tenemos varios elementos.
Primero, Dios tiene un plan de salvación, previsto desde toda la eternidad.
Segundo, ese plan fue realizado mediante la entrega y sacrificio del mismo Jesús, para mostrar su amor paterno y enseñarnos el camino de nuestra salvación, de nuestra resurrección eterna.
Y tercero, desde luego, la victoria final sobre la muerte.
Es decir, en nuestra vida debemos estar pendientes de esa aparición de Jesús; no hay la menor duda de que se nos hará presente de alguna manera y para ello debemos estar pendientes para reconocerle de inmediato.
Y si no podemos reconocerle por la razón que sea, este pasaje nos sugiere algo muy concreto, la fracción del pan, es decir, la comunión misma.
Es allí que las dudas desaparecen y reconocemos a Jesús. Es decir, en nuestra conducta diaria debemos de alimentarnos de ese pan que da vida.
Sin la comunión, para nosotros los católicos, no podrá haber real reconocimiento de Jesús. Y, desde luego, se trata de dar espacio y oportunidad para que él nos hable y se acerque a nosotros.
Si las dos lecturas primeras y el salmo nos dan ese mensaje de vida eterna y resurrección como parte del plan de Dios, lo que el evangelio hace es mostrarnos que está en nosotros el crear esa oportunidad de escuchar a Dios.
No puede haber duda de que en nuestra vida de mil maneras diferentes Jesús nos acompañará, como a esos discípulos que le pidieron que se quedara con ellos, aunque podían sencillamente haberlo dejado ir.
La lección es sencilla, una vez que estemos con Jesucristo, no lo dejemos ir.
Pidámosle que se quede con nosotros y haremos eso participando con la fracción del pan, que es cuando realmente entrará en nosotros para quedarse tanto como le dejemos.
Y veremos que entonces nuestro corazón arderá, como el de los apóstoles, con alegría porque gracias a él habremos conquistado a la muerte para tener vida eterna junto a nuestro Padre.