Jesucristo ha llegado a nosotros y que él es la luz que nos ha liberado. Él está aquí, ya, con su intensa luz y sin duda diciendo a cada uno de nosotros, «Ven y sígueme». Dicen las lecturas del 3 Domingo Ordinario (ciclo A).
Primera lectura
La primera lectura del 3 Domingo Ordinario (ciclo A) es de Isaías (8. 23-9, 3) habla de «El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz» a lo que de inmediato añade, «Sobre los que vivían en tierra de sombras, una luz resplandeció».
Sin duda, la luz es el elemento central, la luz que llega al lugar que había oscuridad y que de inmediato es ligada a una ocasión de alegría.
«Engrandeciste a tu pueblo e hiciste grande su alegría. Se gozan en tu presencia… Porque tú quebrantaste tu pesado yugo, la barra que oprimía sus hombros…»
Es una luz que no sólo ilumina, sino que también libera al que estaba en tinieblas.
Es una imagen poderosa, muy usada para hablar de Dios y con muchas connotaciones, como el poder ver, el saber por dónde se camina, el reconocer dónde se está, el saber quién está junto, el saber a dónde ir.
Evangelio
El evangelio del este 3 Domingo Ordinario (ciclo A) es de Mateo (4. 14-23) y contiene dos partes muy claras en su texto.
En la primera de ellas se habla del retiro de Jesús a Galilea. Después del arresto de San Juan Bautista, va a Zabulón y Neftalí, con lo que se cumple lo anunciado por Isaías en la primera de las lecturas.
En la segunda de ellas, aparentemente sin relación, se narra cómo Pedro y Andrés, y luego Santiago y Juan, se unen a Jesús.
Jesús camina por el mar de Galilea y ve a Pedro y a Andrés. Ambos estaban ocupados en sus labores diarias, como pescadores.
Y Jesús les dijo, «Síganme y los haré pescadores de hombres». Estas palabras son exactamente como la luz que llega al país de las sombras, a la persona que está a oscuras y puede ahora ver.
Las palabras del evangelista son maravillosas. Después de que Jesús les dice eso, ambos «inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron».
Para que no haya dudas, Mateo repite la historia, ahora con el caso de otros apóstoles. Dijo Jesús a Santiago y Juan lo mismo y «Ellos, dejando enseguida la barca y a su padre, lo siguieron».
Puede imaginarse a esos pescadores, metidos en sus labores diarias, ocupados todo el día sin otra cosa en qué pensar que lo cotidiano. Seguramente sin ser capaces de ver más allá de lo que la escasa luz de lo cotidiano permite ver.
Pero resulta que repentinamente, todo se ilumina, Jesucristo que es luz llega a ellos y les hace una invitación: les dice que lo sigan. Es una invitación que respeta la decisión de los pescadores. No los obliga. sencillamente los alumbra. Y sin titubeos, los cuatro pescadores dejan todo y le siguen de inmediato.
Es tal la intensidad de esa luz y permite ver tanto, que esos cuatro le siguen sin que medie espera alguna. La normal situación humana, quizá, hubiera dicho, «Sí te sigo, Señor, pero déjame acabar de arreglar estas redes y despedirme de los míos». Nada de eso sucede.
Dejan ellos todo en ese instante, a las redes, a la barca, al padre y van a seguir a Jesús. Tal es la intensidad de lo que podemos ver cuando somos iluminados por Él.
Segunda lectura
La segunda lectura del 3 Domingo Ordinario (ciclo A) es de Pablo en su primera carta a los corintios (1, 10-13.17). Presenta un pequeño suceso de la vida diaria de una comunidad de creyentes en la que obviamente hay un problema.
Dice Pablo, «Me he enterado… de que hay discordia entre ustedes… cada uno de ustedes ha tomado partido diciendo «yo soy de Pablo», «yo soy de Apolo», «yo soy de Pedro», «yo soy de Cristo»».
Con eso, la carta muestra un caso en el que la luz ha dejado de iluminar, los hombres se han cegado.
A lo que Pablo propone esa pregunta, «¿Acaso Cristo está dividido?» Y es que, parece que al dividirnos y separarnos la luz deja de iluminarnos y volvemos al país de las sombras.
Es como si cerráramos los ojos a la luz y quisiéramos así andar sin saber donde pisamos. De seguro caeremos.
En conjunto
Colocadas muy poco tiempo después de Navidad, las lecturas nos recuerdan que Jesucristo ha llegado a nosotros y que él es la luz que nos ha liberado.
Él está aquí, ya, con su intensa luz y sin duda diciendo a cada uno de nosotros, «Ven y sígueme». Cuestión solamente de abrir los ojos de nuestra alma y no dejar que las ocupaciones diarias nos ocupen tanto que dejemos de ver la luz de Dios en Jesús.
El salmo de este domingo resume esto con palabras preciosas, «El Señor es mi luz y mi salvación». En la oscuridad se padecen miedos y temores, con la luz de Dios «¿a quién podré tenerle miedo?… ¿quién podrá hacerme temblar?»
Bien podremos este domingo expresar una plegaria que se convierta en nuestra petición diaria, «Aquí estoy, Señor, eres mi luz».